Era domingo, generalmente los domingos Ian se iba al mediodía y no regresaba hasta la noche. Nunca le decía dónde iba y tampoco preguntaba.
Hoy se había levantado cerca del mediodía y se encontró a Ian sentado en la mesa, estudiando.
Se cocinó un almuerzo rápido, había mirado un poco de televisión, y ahora leía el manga que había comprado en la semana, recostada en el sofá.
Lanzó una carcajada al leer una escena graciosa, y se sentó para servirse un mate y se encontró con la mirada de Ian que la desvió inmediatamente de vuelta a los libros.
—¿No tenes nada que estudiar? —preguntó. Eran las primeras palabras del día.
—Sí, pero lo compré ayer y lo quería leer. Lo esperé por casi dos meses, y valió la pena.
Ian se encogió de hombros.
El celular sonó, llamada de Joaquín.
—Pupi, necesito que me ayudes. —dijo apenas respondió a la llamada.
—¿Qué pasó, Joaco?
—Somos amigos, sé que soy molesto, pero sos mi amiga, ¿Cierto?
—¿Qué pasa? Me estás asustando.
—Mi papá quiere que vaya a la cena del partido con la hija de uno de los colaboradores. Necesito que me ayudes y seas mi cita.
—Joaco...
—Por favor. Necesito que me ayudes.
Se oía demasiado desesperado. Elevó la mirada buscando a Ian, no lo quería de espectador directo, pero le daba la espalda desde la cocina.
—¿Mei?
—No puedo llevar a Mei a una cena así, es capaz de mandar a la mierda al partido completo. Pupi, por favor.
—Espero que no sea una jugada sucia.
—Nunca te suplicaría de no ser tan extremo. Sos la única por la que mi papá aceptaría que me niegue a algo así. Por favor.
Honestamente, nunca le había suplicado. Siempre intentaba, pero se rendía a la primera negativa.
—Ok. —Joaco pegó un grito de alegría que por poco la deja sorda. —¿Cuándo es?
—Está noche.
Se puso de pie. —¿Qué? ¿Está noche? ¡Joaquín!
—Tenía pensado ir solo, y hace un rato mi papá me saltó con esta mierda y acá estoy, suplicando. Por favor.
—Me debes una grande. Muy grande. ¿Qué tan formal es?
—Lo más formal que tengas en el vestidor. —ya no tenía vestidor, pero no podía entrar en ese doloroso detalle. Extrañaba su vestidor. —Mando al chofer de mi papá...
—¡No! —él no sabía que se había mudado y tenía que seguir siendo así. —Me tomo un taxi. No te preocupes. ¿A qué hora tengo que estar?
—No voy a dejar que vengas en taxi, me estás haciendo un favor.
—Prefiero ir en taxi. ¿A qué hora, Joaquín?
—20:30. —miró el reloj que había colocado en la cocina. Eran las 17:45.
—Menos de tres horas... esto vale por mil. ¡Joaquín estaba leyendo un manga muy divertido hasta hace un minuto!
—Perdón. Y gracias. Mil gracias, Pupi. Te debo la vida.
Cortó la llamada, lanzó el celular sobre el sofá y corrió al baño.
Detestaba con todo su ser elegir ropa formal de esta manera, y sin la ayuda de su mamá.
Sacó todos los vestidos formales y los colocó sobre la cama y fue descartando uno a uno hasta que finalmente se decidió por un vestido con escote corazón, sin mangas, falda acampanada por encima de las rodillas, de color coral y un pequeño cinto blanco le acentuaba la cintura.
Eligió unos sencillos y delicados zapatos plateados de cinco centímetros, aros y un pequeño colgante de plata.
Se recogió el cabello rubio dejando estratégicos mechones sueltos.
Para el maquillaje eligió enfocar toda la atención en sus ojos turquesas, por lo que se aplicó lápiz labial rosa pálido.
Tomó la cartera de mano plateada y guardó el maquillaje necesario en caso de tener que retocar.
Joaquín le debía una muy grande. Había hecho lo posible en el poco tiempo que le había dado. Le avisó por mensaje de texto que tomaría el taxi en diez minutos.
Salió de su habitación para buscar el perfume que había dejado en el baño.
Ian estaba sentado sobre la mesada de la cocina, comiendo una banana y leyendo un libro.
—Voy a salir. No creo que vuelva tarde. —dijo antes de entrar al baño.
No tenía que darle explicaciones, él no las daba, pero sintió que debía hacerlo, probablemente porque estaba acostumbrada a informarle a sus padres cuando tenía algún plan.
—Está bien. —Dijo sin mirarla. —No necesito... —sacó la mirada del libro y sus ojos se encontraron. La banana que estaba a punto de morder cayó al piso. —Mierda.
—Hay más fruta en la heladera. Supongo que estaré de vuelta después de medianoche.
Fue hasta el baño y se colocó el perfume que luego guardó en la cartera.
—¿Te... Te pasa a buscar?
Lo enfrentó. ¿Qué pregunta idiota era esa?
—No. Joaquín no sabe que estoy viviendo acá. Me voy a tomar un taxi. —Ian abrió la boca, pero no le dejó ni empezar la frase que sabía que vendría. —No me voy a ir en colectivo vestida así.
—Te iba a decir que te acompaño a tomar el taxi. Pero...
—Bueno. —respondió rápidamente. —Gracias.
Algo de todo esto la emocionó. Era un cambio significativo en él.
—Si te roban va a ser insoportable escucharte llorar.
Sonrió, era lo más cercano a una broma en el universo de Ian Santos.
—Gracias.
Tomaron el ascensor en absoluto silencio. Noto que Ian la miraba por el rabillo del ojo, y parecía algo nervioso.
La acompañó hasta la avenida más cercana, donde el flujo de taxis era mayor.
Detuvo uno para ella y le abrió la puerta. ¿Quién diría que Ian Santos podía ser un caballero?
—Gracias. —Dijo ya dentro.
—De nada. Eh... estas muy linda.
Cerró la puerta y comenzó a alejarse.
Se quedó petrificada. ¿Acababa de recibir un elogio? ¿De Ian?
—¿Adónde la llevo? —preguntó el taxista.
—¿Acaba de decir que estoy linda?
Una enorme sonrisa se instaló en su rostro. ¿Qué era esa sensación rara en el pecho? Lo buscó entre la gente que caminaba, pero ya no estaba.