Junio llegó con mucho frío. Odiaba tener que salir a la calle con mil abrigos, o tener las manos frías.
Llevaban tres meses y medio conviviendo con Ian, creía que la convivencia iba mejorando, el Ian hostil aparecía con menos frecuencia, sólo cuando consultaba sobre su familia.
Ella solía hablar de sus padres, sobretodo cuando los extrañaba, o cuando algún recuerdo aparecía en su cabeza, e Ian escuchaba con atención, y varias veces le había seguido la conversación, pero nunca compartía nada de si mismo.
Era una línea que nadie tenía permitido atravesar. No sabía nada de sus padres, o si tenía más familia o amigos.
Su vida era un total misterio, y no lo podía negar, la volvía loca no saber, pero no cruzaba la línea, cuando él establecía el límite.
Esperaba que en algún momento elija compartirlo con ella.
Los preparativos de la kermese, que se iba a llevar a cabo antes a del receso de invierno, iban bien, teniendo en cuenta que no estaba su madre para ayudarla.
Por primera vez, desde que toda esta aventura empezó, las cosas parecían marchar bien. Tal vez el tiempo de adaptación ya se había superado y ahora sólo vendrían tiempos mejores.
Se encontraba en su asiento aguardando que la clase de historia comenzara, estaba evitando a sus amigos, porque estaban planeando sus vacaciones de invierno.
No estaba celosa, sólo le recordaba que tan lejos estaban sus padres, aunque su mamá la llamaba todos los días, no era lo mismo.
Para esta época, su padre solía pedirse unos días en el trabajo, y los tres se iban de vacaciones a Brasil, buscando calor, pero esto no sucedería este año. Pasaría sus vacaciones en Buenos Aires, lejos de ellos.
Estaba con los brazos cruzados sobre el banco, y la cabeza descansando sobre ellos.
—Guadalupe
Levantó la cabeza de golpe. Reconoció la voz de inmediato, Ian estaba en la puerta de su aula.
Todos la miraron sorprendidos. La misma sorpresa que ella sentía. ¿Ahora le hablaba en público? ¿Qué bicho le había picado? ¿Estaba drogado?
—Guadalupe, podrías venir con tu libro de Historia, por favor. —Dijo desde la puerta, con el tono más severo y frío que le había escuchado.
¿Qué le pasaba?
Sintió que su rostro ardía, Mei la miró divertida desde la otra esquina del aula, ella no encontraba lo divertido, era raro.
Sacó su libro de la mochila y lo apoyó sobre su banco mientras volvía a acomodar todo.
—¿Por qué tenes un libro de quinto? ¿Es de él? —Casi gritó Camila que se había acercado en algún momento.
El pánico se apoderó de ella.
— Guadalupe. —el gélido tono la obligó a obedecer.
Ignoró la pregunta de Camila y se apresuró hacia él.
Ayer habían estado estudiando, y los libros eran de la misma editorial, la portada era la misma, salvo que este tenía un 5, y el de ella un 4. Debió guardarlo por error.
La sujetó por la muñeca en cuanto se acercó y la arrastró unos cuantos metros lejos de su aula. Al darse vuelta vio a todos sus compañeros observando como Ian la arrastraba por el pasillo, así que plantó los pies y lo obligó a detenerse.
Tampoco era necesario hacer una escena.
—¿Qué te pasa? Me equivoqué...
Y se dio cuenta que no había forma de explicar cómo se había producido el cruce de libros sin caer en el dato que habían estado juntos en una misma habitación.
—¿Cómo lo vas a explicar? Porque... —susurró.
—¡Ya lo sé! — gritó. Respiró hondo, no podía gritar en mitad del pasillo. —Voy a pensar en algo. No te preocupes. —susurró esto último.
—Estoy preocupado. Dame mi libro.
—Confía en mí. Yo tampoco quiero que se sepa.
Realizaron el intercambio de libros, y se aferró al suyo mientras caminaba de regreso al aula, con todas esas miradas entrometidas.
Observó a sus compañeros que pedían, en gritos silenciosos, que explicara que había pasado.
Buscó la mirada de Mei suplicando por ayuda, se encontraba muy nerviosa.
—¿Por qué ese idiota tenía tu libro y vos el de él? —Camila fue la primera en preguntar cuando llegó a su asiento.
Miró a su amiga, no quería mentirle, pero no podía decirle la verdad tampoco. No creía que ella tuviese la misma capacidad de Mei para aceptar esto, conocía a Camila.
—Hay una muy buena explicación para esto... —se quedó pensando. Dios, no servía para mentir—. Lo que pasa es que...
Su maldito cerebro estaba en blanco, y estaba muy nerviosa y esto no la ayudaba a tener pensamientos coherentes. Levantó la mirada hacia Joaquín, él también estaba esperando una respuesta. ¡TODO EL MALDITO SALÓN QUERÍA SABER!
El tema era que le dolía tener que ocultar o mentirle a sus amigos, el resto se podía ir a la mierda, no les debía nada.
—Están saliendo. Hace un par de días. —Dijo Mei de repente.
Se giró para mirarla sorprendida. Al mismo tiempo que todo el aula gritaba un «¡¿Qué!?» que ella se moría por gritar también.
Camila la sujetó de los hombros y la obligó a mirarla de nuevo.
—¿Es joda? ¿Por qué?
—No... es que... —No tenía idea que decir. Nadie creería que ellos dos estaban saliendo.
—No es nada serio. —agregó Mei desde el fondo. Quería matar a su mejor amiga, la había metido en un lío aún peor.
—Estudian juntos. —La cólera en la voz de Joaquín la sobresaltó.
—Es un cerebrito, es su idea de cita. —Mei seguía añadiendo mentiras.
¡Oh por Dios! Ian iba a matarla cuando se enterara. La iba a descuartizar. Le había pedido que confíe en ella y lo había metido en un lío peor.
Era más de lo que podía manejar.
Salió corriendo del aula directo al hueco de la escalera. Una decisión muy cobarde, pero no quería mentirles a sus amigos. No tenía las agallas para llevar a adelante una mentira así, e involucrar a Ian, cuando le había pedido que confíe en ella.
Ian en cuanto se enterara desmentiría todo y quedaría como mentirosa delante de sus amigos.