—¿Adivina quién cotiza en alza? —preguntó Mei mientras ocupaba el asiento a su lado.
Durante el clima frío evitaba salir al patio hasta el receso del mediodía, aprovechaba para quedarse dormitando en el aula, tenía la convicción que en otra vida había sido un oso, o algún otro animal que evitaba el frio bajo cualquier circunstancia.
Se incorporó en la a silla y la miró en medio de un bostezo. —¿Quién?
—Que bostezo tan femenino, me gusta. Ian Santos. —Esa información la despertó. Mei le palmeo el hombro. —Lograste que un chico becado sea popular. Felicitaciones.
—¿Popular? —se dejó caer de nuevo sobre el banco. —Va a matarme. Ama su soledad.
—Le gusta su soledad porque es becado. Pero lo pusiste en el mercado, y está cotizando bien.
—Me va a matar. —insistió.
—Cuando esto termine, te puedo asegurar que, va a disfrutar las consecuencias. —susurró
—Él no...
—Es hombre, va a hacer lo que quiera hacer, y nadie lo va a juzgar por eso. Ya sabemos cómo funciona.
Mei centró su atención en el celular y se olvidó de ella.
En el segundo receso decidió ir por una botella de agua. Desde que Mei le había dicho de la reciente popularidad de Ian, había sentido acidez en la boca del estómago, no podía evitar sentir culpa por alterar toda su vida.
Un movimiento en el hueco de la escalera llamó su atención, miró por puro acto reflejo y alejó la mirada rápidamente, porque era de conocimiento popular para que se usaba ese hueco.
Se frenó en seco. Ian con Soledad. Él le daba la espalda, pero reconocería ese cabello negro a kilómetros.
¿Qué tenía que hacer?
No eran novios, pero debía respetarla, por lo menos dentro del colegio.
—¿Pupi? —Soledad la vio primero e Ian se volteó para mirarla. Si quería estar con Soledad estaba en todo su derecho, pero para todos, él era su novio. —No es lo que parece. —se apresuró a agregar Soledad.
Ian parecía más confundido que ella.
—Iba por agua... —estaba nerviosa. ¿Por qué se justificaba? —Emm... No importa.
Volvió a subir las escaleras corriendo.
—¿Y el agua? —le preguntó Mei en cuanto se sentó.
Lo había arrastrado a todo esto sin consultarle, ella sabía eso, pero también merecía respeto dentro del colegio, fuera era libre de hacer lo que quisiera.
Iban a tener que conversar sobre eso, y llegar a un acuerdo, aunque no era culpa de Ian, ni tenía ningún tipo de responsabilidad en todo este asunto.
Tenía los codos apoyados sobre el banco y la cabeza entre sus manos. ¿Por qué se sentía así? Todo era confuso, cada decisión parecía llevarla a tierras más movedizas, había cosas que no lograba entender, mucho menos eran las que podía manejar. Sentía que la vida se le iba de las manos.
Escuchó un ruido y sintió un movimiento frente a ella.
Abrió los ojos y se encontró con una botella de agua y detrás de ella una mirada plateada.
Estaba de cuclillas con los brazos cruzados sobre el banco y la cabeza sobre ellos, observándola.
—Tú agua.
Se puso de pie y le acarició la base de la cabeza antes de irse.
Observó la botella. ¿Qué significaba esto?
Y él no ayudaba. Era un gran misterio. No revelaba absolutamente nada, y este tipo de acciones disparaban su cerebro en direcciones que aún no llegaba a comprender del todo, tampoco.
Pero había algo que podía solucionar ahora.
Sujetó la botella y salió corriendo detrás de él, lo llamó y lo alcanzó a pocos metros del aula.
—Gracias. —le mostró la botella. Tenía que confrontarlo ahora, no tendría valor más tarde. —Sobre Soledad. —susurraba porque estaban en mitad del pasillo, y había más estudiantes. —Sé que todo es una mentira, pero para el resto no lo es.
—Me empujó cinco segundos antes de que aparezcas. —Dijo con tono aburrido.
Lo miró a los ojos, le creía, pero también lo conocía. —Te creo, pero también sé que sos capaz de poner distancia con las personas.
—No todo el mundo la respeta. —la forma en que la miró le aceleró el pulso. —Él respeto es mutuo, Pupi.
Un calor inmenso le invadió el corazón, cuando se dio cuenta que Ian entendió de inmediato.
Sin pensarlo, lo besó en la mejilla. —Gracias.
Se alejó sonriendo.
Estaba tranquila, porque le creía, del otro lado había respeto, y por eso debía liberarlo de todo esto lo antes posible.
Esa tarde debía ir hasta la casa de Dora, a pagarle el alquiler, Ian no podía pedirse el día en el trabajo, así que tendría que ir sola por primera vez.
Fue hasta el departamento, se cambió el uniforme por unos jeans, unos borceguís color chocolate, y una campera de algodón verde militar, con interior de piel artificial.
Tomó la tarjeta sube que guardaba en su escritorio, y su mochila.
Mientras caminaba hacia la puerta, casi tropezó con Ian que ingresó corriendo.
—Me cambio y estoy. Espera. —dijo antes de seguir hacía su habitación, previo a lanzar la campera sobre una silla.
Una sensación de alivio le recorrió el cuerpo, no quería ir sola, tendría que ir algún día, pero estaba feliz que no sea hoy.
Salió a los pocos minutos, llevando unos jeans gastados, y un buzo negro, y unas zapatillas de lona negras. Tomó la campera que había dejado sobre la silla y se la colocó de nuevo.
—Pensé que no podías venir. —Le dijo mientras esperaban el colectivo.
—Mi jefe cambió de opinión. —no la miraba, tenía la vista en el horizonte.
—Me alegro, no quería ir sola. Ahí viene, ¿es ese no? —Le asintió con aprobación, como si hubiese aprendido la lección, y se sintió bien. Subieron al colectivo y se ubicaron en un asiento doble, ella ocupó el lugar junto a la ventana. — Cuando volvamos podemos pasar por el supermercado. —dijo Guadalupe a los pocos minutos, sin perder de vista el camino, debía aprender cómo hacer esto.