Dos semanas después, seguían almorzando en la zona del comedor, Joaquín le había vuelto a hablar, pero no estaba listo para compartir el mismo espacio, podía respetar eso.
También lo había hablado con Hernán, porque no quería perder a Joaco, y nadie lo conocía como él, y por suerte, estuvo de acuerdo en que Joaquín necesitaba tiempo, eventualmente volvería a ser el mismo.
Tendría paciencia, Joaco lo valía.
Camila, por otra parte, las seguía ignorando, pero, cada tanto, dirige algún comentario hiriente, su víctima favorita es Ian, por supuesto, pero cuando se cansa de ser ignorada, redirige el odio hacia Guadalupe, pero tampoco recibió atención de ella la última semana. Ya había aprendido a no entrar en el juego.
A Guadalupe le dolía mucho haberla perdido de esta forma, pero no iba a permitir que la insulte.
Ian y Hernán parecían llevarse mejor, o al menos esa era la impresión que tenía, notaba el esfuerzo de su amigo por incluirlo en las conversaciones, pero Ian seguía siendo el mismo chico callado que hablaba solo cuando era necesario.
—Tengo buenas noticias. —anunció Hernán mientras se sentaba frente a Mei. Ian ocupó el asiento frente a ella, le dedicó una breve mirada antes de centrarse en la comida.
—¿Camila te perdonó?
Hernán observó a Mei por el rabillo del ojo.
—Sí, pero yo no quiero volver. Ese no es el tema. A mi viejo lo invitaron a un hotel de cinco estrellas.
—¡Qué genial! ¿Cuántos días no lo vas a ver? —ironizó Mei, ya que Hernán solía celebrar cada vez que su padre se iba por unos días.
—Creo que no es el punto. —Agregó Pupi al notar la expresión de su amigo.
—Exacto. Ves. —señaló a Guadalupe. — Por eso sos mi mejor amiga. La única que me entiende.
Sonrió complacida.
—Entonces, que vaya al punto. — respondió Mercedes con tono aburrido.
Ian estaba muy concentrado en el plato de pastas con salsa boloñesa que ofrecían como menú del día, y los ignoraba por completo. Desde que Hernán había notado que llevaban la misma comida, habían decidido evitarlo, tenían los ojos de todos sobre ellos, y no necesitaban que nadie más se diera cuenta de eso.
—Tranquila, mujer. El punto es que: él está en campaña, entonces ya tiene una agenda programada y me dio los pases. Son cuatro pases para el próximo fin de semana. —señaló a cada uno. —Somos cuatro.
—¿Dónde? —preguntó Guadalupe con interés.
—San Martín de los Andes.
Se desanimó porque un viaje así requeriría un gasto que en este momento no se podía permitir, era la zona más exclusiva del país en esta época del año. —No lo sé.
—All inclusive. Spa. Nieve. Esquí. Caballos. Cinco estrellas.
Maldición, demasiada tentación. Podría llamar a sus padres y pedir un préstamo...
—Yo trabajo. —respondió Ian rápidamente. —Y de todas formas no puedo pagar un pasaje hasta allá.
—No hay que pagar nada. — esbozó una sonrisa presumida. —A papá le deben favores y es año electoral. ¿Qué pasa? —Preguntó con exasperación. — Viaje gratis.
Miró a Ian, que seguía muy concentrado en el almuerzo.
—Yo voy. Necesito alejarme de mi mamá, los psiquiatras y los loqueros.
—Yo también voy, va a estar bueno salir unos días de la ciudad.
Los tres miraron expectantes a Ian. Que les devolvió una dura mirada.
—Trabajo. No puedo. Además, tengo que estudiar y, de todas formas, no me quieren ahí. Compartir el almuerzo todos los días no nos hace amigos.
Ahí estaba la pared que conocía muy bien a esta altura.
—¡Auch! —Hernán se llevó la mano al corazón. —Eso dolió. Entiendo que no nos consideres tus amigos, pero ella es tu novia. Una vez que lleguemos allá, ustedes pueden hacer lo que quieran.
—Claro. Es tu novia. Sería feo que no la acompañes. —Mercedes era bastante convincente a la hora de actuar sobre la relación ficticia que ella había armado.
Ian la miró, y le sostuvo la mirada, quería que vaya, los dos necesitaban unos días de descanso después de estos intensos primeros meses del año.
—Un fin de semana, nadie se va a morir si no estudiamos. —insistió Hernán, y les hizo romper el contacto visual.
—No puedo. — dijo rápidamente.
—No podemos obligarlo. —susurró resignada. Quería que fuese, pero no le iba a insistir, debía respetar su decisión.
—Son la pareja más aburrida que conozco. ¿Cuántas veces se ven a la semana entre el colegio y tu trabajo?
Mei comenzó a reír e inmediatamente simuló un ataque de tos.
—No puedo. No voy a ir. —su tono indicó que era el final de la discusión, y consiguió un suspiro de derrota por parte de Hernán.
Intentaba concentrarse en la tarea de Biología, pero el ruido de su estómago lo hacía imposible. Eran más de nueve y media, Ian no solía llegar tan tarde, y tenía hambre.
Tomó el celular, ¿le había pasado algo? Habían intercambiado los números de teléfono, pero todavía no se habían enviado ningún mensaje.
Se debatía si enviarle un mensaje era muy invasivo, pero no fue necesario hacerlo, Ian ingresó y fue directo a su habitación.
Corrió a prender el horno para calentar el pastel de papa que había hecho durante la tarde. De solo pensar, ya empezaba a salivar, tenía mucha hambre.
Salió a los minutos con un pantalón deportivo largo, y un buzo de algodón que había tenido mejores épocas, y se había atado el pelo en una media colita, a la altura de la sien. No solía atarse el pelo, le quedaba bien, lo hacía verse más adulto.
—¿Cómo estuvo el trabajo? —le preguntó cuándo se sentó a la mesa.
—Bien. —la misma respuesta de siempre. Al parecer nunca tenía complicaciones en el trabajo, y si las tenía, no las compartía con ella.
—Me alegro.
—¿Tu día?
—Vino Mei a la tarde. —ya se había acostumbrado a las visitas entre semana de Mercedes. —Estudié biología, no hice mucho.