—Hola mi niña. —La saludó Rosa. —Tanto tiempo.
—¡Rosa! — Se apresuró a abrazarla, no había visitado la casa de Mercedes en los últimos cuatro meses.
La señora cerca de sus 60 años la separó unos centímetros para poder mirarla con atención, con sus cálidos ojos negros. Vestía el espantoso uniforme negro y blanco que le obligaba a llevar Claudia, la mamá de Mercedes.
—Estas más flaca, ¿estas comiendo? Me dijo la señorita Mercedes que tus padres no están.
—No sólo estoy comiendo, estoy cocinando.
A Rosa se le iluminó la cara antes de estallar en risas. —Mi niña está creciendo.
Rosa la comenzó a llevar para el interior de la inmensa casa hasta que se percató de la presencia de Ian.
—Él es Ian… es…—dudó en como presentarlo, pero no había necesidad de mentirle a Rosa.
Pero no fue necesario, Rosa le dedicó una mirada cómplice en cuanto menciono el nombre. —Ya estoy al tanto. Pasen, pasen, hace mucho frío. La señorita Mercedes bajará en un momento.
Ingresaron a la infinita sala de estar. A Guadalupe le recordaba a una majestuosa habitación griega, los sillones blancos tenían una estructura de hierro con diseños complejos en color dorado.
La inmensa araña de cristal, que colgaba en el centro de la habitación, siempre le había fascinado, era hermosa y el arte que decoraba las paredes era cálido, y con los detalle dorados de la decoración, sólo faltaba el Mediterráneo para completar la imagen perfecta, y un poco de calor, el Mediterráneo siempre era mejor en verano.
Claudia siempre había tenido un gusto exquisito.
Dejó la valija cerca de la puerta, y caminó hasta el sillón más cercano al hogar encendido, el cual estaba enmarcado en un gigantesco bloque de mármol blanco con vetas doradas.
Todo era lujo, donde se mirara, así era la madre de Mercedes, no tenía punto medio.
—No se quede ahí parado, muchachito. Pase, póngase cómodo. —Le ordenó Rosa, ya que Ian se había quedado de pie, junto a la puerta, notablemente incómodo, mientras caminaba hacia ella con una bandeja. —En cuanto la señorita Mercedes me dijo que vendría me puse a cocinar.
Guadalupe la miró con profundo amor antes de abrazar a la señora, que le devolvió el abrazo.
—Gracias Rosa. —Buscó a Ian con la mirada, —Tenes que probar esta torta de ricota, es la mejor del planeta.
—Siempre tan exagerada. Gracias, mi niña. Ahora les traigo chocolate caliente.
Guadalupe estaba lista para ponerse el pijama y no salir hasta que haga 26 grados, o más, allá afuera.
Se volvió a sentar en el sofá y miró a Ian. —Sentate, por favor, no te podés morir sin probar esta torta.
—Todo parece muy caro. —Susurró.
Y era exactamente la intención de esta habitación, intimidar a los visitantes, por su majestuosa decoración.
Tomó uno de los platos sobre la bandeja y sirvió un trozo para Ian, y otro para ella.
—Y, sólo la araña sobre tu cabeza debe valer unos cuantos millones. —Dijo de forma casual, antes de llevarse el tenedor a la boca, y saborear su torta favorita. —Es increíble.
—No hables con la boca llena. —la retó Ian.
La risa de Mei llenó la habitación, ambos miraron hacia las escaleras.
—El becado te enseña modales. Que bajo. —se burló mientras se aproximaba a ellos. —Hola chicos. ¿Listos para un fin de semana de locura? —se dejó caer al lado de Guadalupe. —¿Por qué vos tenes chocolate caliente? ¡Rosa, te olvidaste de mí!
Rosa ingresó inmediatamente con una taza enorme. ¿Cuándo se había ido? —Nunca, mi niña. ¿Quieres torta?
—Lo sé. —Mercedes le sonrió con adoración, Rosa era la figura más maternal en su entorno cercano. — Sí, quiero torta, gracias, yo me sirvo. ¿Vos te vas a quedar parado ahí hasta que llegue Hernán?
—Lo intimida la casa. —volvió a hablar con la boca llena. Tragó. —Ay, perdón. Esta increíble. Ian, tenes que probar esto.
Pupi dibujó un corazón con sus dedos para Rosa que le agradeció acariciándole la base de la cabeza.
— Sentate. Me estás poniendo nerviosa. Si mi casa te incomoda, anda preparándote para lo que viene. —Sonrió con malicia. — La gente como nosotros busca aún más lujo cuando viaja.
La cara de terror de Ian la obligó a interceder. —Deja de asustarlo.
—Le quitas la diversión a la vida. —puso los ojos en blanco. — ¿Crees que puedo sacar a Pupi a algún lugar importante cuando no sabe tragar antes de hablar?
—¡Ey!
—Ahora sentate, y tomá el chocolate que preparó Rosa, antes que Pupi se coma todo. Y es capaz.
Ian finalmente ocupó el lugar a su lado, estaban tan cerca que podía sentir el calor de su cuerpo, estaba tenso, no se sentía cómodo.
Tuvo que reprimir el impulso de tocarlo, quería llevarle tranquilidad, pero en este punto, sabía que no iba a conseguir más que una mirada fría.
—Sé que es capaz. La veo comer todos los días.
—Con más razón, entendes lo que digo. La comida cerca de ella corre peligro.
—Los voy a ignorar, sólo porque estoy comiendo algo demasiado delicioso. —se puso de pie, de forma abrupta, al punto que asustó a Mercedes. —Le voy a ir a pedir la receta.
Quería probar hacerla el próximo fin de semana.
Hernán pasó a buscarlos cuarenta minutos después del horario pactado, Mercedes había estado pidiendo el cuerpo sin vida de su amigo, y descubrió que Ian tampoco tolera la impuntualidad.
Se dirigieron al aeropuerto de San Fernando, donde los esperaba un avión privado.
Abordaron de inmediato, y Hernán le regaló una sonrisa victoriosa a Mercedes al demostrar que sus 40 minutos de atraso no había significado un problema con el vuelo.
Tenían un vínculo muy raro, Guadalupe todavía no entendía cómo es que se relacionaban, por momentos parecían rivales, por momentos amigos íntimos.