Guadalupe despertó bruscamente con la alarma de su celular. Después del episodio de la madrugada, se dejó caer sobre el sillón y claramente se quedó dormida, pero no recordaba haber buscado una manta.
"¿Ian...?" No tenía tiempo para pensar en eso. No había terminado el último cartel. Se levantó del sillón y comenzó a pintar.
—¿Seguís pintando? — Ian salió de su habitación llevando únicamente un pantalón de pijama, con sus rizos negros despeinados
Un extraño calor invadió el cuerpo de Guadalupe. Recordó el impulso que tuvo de besarlo esta madrugada.
—Me quedé dormida. —Trató de evitar pensar en eso si quería terminar. —Me falta el último cartel. ¿Ustedes entran a las diez?
Sólo el Comité de eventos y los alumnos a cargo de los juegos ingresaban hoy en el horario regular, el resto del alumnado ingresaba a las 10 de la mañana.
—Sí, pero me olvidé de cambiar la alarma. ¿Queres café?
—Por favor. Doble.
Pintó el cartel rápidamente, bebió el café de un trago y se fue a duchar.
Ian le había preparado dos tostadas con queso crema y mermelada de durazno. Se había ganado el cielo por esto, estaba muerta de hambre. Comió las tostadas mientras ordenaba todo. Tenía dos cajas, siete carteles y uno aún húmedo., iba a tener que utilizar un taxi para llevar todo eso.
Terminó de prepararse, secó su pelo y se maquillo un poco. Si era cierto lo que dijo Hernán y su padre asistía en plan de campaña, debía estar presentable.
Cuando volvió al living Ian estaba apilando las cajas en el pasillo, ya vestido con el uniforme.
—¿Qué haces?
—Te acompaño.
—Iba a pedir un taxi, uno de los carteles aún está húmedo.
—Vamos. Lleva el que está húmedo, yo me encargo del resto.
Con una facilidad que sorprendió a Guadalupe, Ian sujetó ambas cajas con una mano y los carteles en la otra.
—Vas a tener que llamar vos al ascensor. —le dijo antes de desaparecer en el pasillo.
Guadalupe se puso el abrigo y la mochila. Tomó el cartel, y corrió hacia el ascensor.
—Son quince cuadras, es una locura que lleves todo eso. Yo pago el taxi.
—No me subestimes.
—No te subestimo, a las tres cuadras esas cajas van a pesar lo mismo que veinte.
—No me subestimes. —repitió.
Rodó los ojos ante la obstinada actitud de Ian. A veces era demasiado terco.
Les llevó más tiempo de lo normal llegar al colegio, pero Ian no pudo contra su propio ego y no dio el brazo a torcer, caminó las quince cuadras con todo a cuestas y sin quejarse.
El patio ya tenía armado el esqueleto de lo que sería en tres horas los juegos y el escenario.
—¿Dónde dejo esto? —preguntó Ian.
—En el aula de arte. Gracias.
Acomodó el cartel húmedo sobre una mesa en el patio que daba el sol, rogando que se seque a tiempo, y luego siguió a Ian, que se había detenido en el umbral del aula con las cajas a sus pies.
—¿Qué...? —Guadalupe intentó preguntar, pero Ian le tapó la boca y le hizo señas para que se callara.
—No veo cómo todo esto nos afecta a nosotras. Opino que deberíamos quedarnos al margen. Están peleadas ahora, pero han sido amigas durante cuatro años. Si se reconcilian la semana que viene, vamos a quedar muy mal.
Guadalupe sabía quién era. Pilar, de segundo año, miembro del Comité.
—Opino igual. Además, no me molesta que Pupi esté saliendo con el becado. Es cierto que cayó muy bajo, teniendo a Joaquín a sus pies, pero es su decisión —dijo Victoria, de quinto año, también miembro del Comité.
¿Estaban hablando de Camila? Si estaba planeando algo, no tenía tiempo de ocuparse de eso ahora mismo.
Observó a Ian que tenía una expresión rara en su rostro. No era bronca ni dolor, fue algo más que no logró discernir.
Una ira implacable se apoderó de ella. Tomó los carteles que Ian aún sostenía en sus manos. No permitiría que hablaran así de él.
—Hola, buenos días —Guadalupe ingresó al aula y apoyó los carteles sobre el escritorio del docente.
Las chicas estaban en los asientos de la primera fila y se sorprendieron al verla. No podía leerles la mente, pero sabía que se estaban preguntando si las había escuchado.
Sí, lo había hecho, y ahora las pondría en su lugar.
—Buenos días. —respondieron las dos al mismo tiempo, con cierto nerviosismo.
Las observó con dureza antes de volver a salir del aula y sujetar una de las cajas.
—¿Podrías ayudarme con esa? —le pidió a Ian, quién asintió. —Es bueno verlas sanas y salvas. —dijo con ironía. — Gracias, Ian, déjala sobre alguno de los bancos.
—Buen día. —saludó Ian, pero ninguna respondió.
Hasta que se acercó a Ian, no se había percatado de la actitud repugnante que todos tenían hacia los becados. No era tonta, sabía que no los integraban, o que los llevaban al límite y muchos decidían irse. Pero le sorprendía ver cómo personas que eran amables y educadas con ella actuaban completamente diferente con Ian, de una manera tan grotesca.
—No sean mal educadas. — les recriminó y se ganó la mirada sorprendida de todos. — Con la plata que están invirtiendo sus padres en educación, al menos deberían responder a un saludo.
—No me interesa que me saluden —respondió él, resolviendo así el problema. —Voy a estar en mi salón estudiando un poco. Si necesitas ayuda, búscame ahí.
—Dale, gracias. Intenta descansar un poco antes de ponerte a leer algo.
Ian le sonrió y se fue.
Guadalupe enfrentó a sus compañeras del Comité.
—Perdón, Pupi, no queríamos... —comenzó Pilar.
—Ahórrate las excusas, no me importan. — le gruñó Guadalupe—. En esa caja están los souvenirs que Ian me ayudó a armar ayer. Necesito que armes la mesa en la entrada de la kermese, como habíamos acordado.
Victoria asintió, tomó la caja y se fue.
—¿Y yo que hago? —preguntó Victoria.
—Empeza a armar los puestos de comida. Los carteles están sobre el escritorio.