Guadalupe avanzó con cautela, manteniendo una distancia segura, observando cada movimiento de Ian mientras se detenía en la parada de un colectivo que se encontraba a varias cuadras del departamento. Palpó su bolsillo en busca de la billetera; afortunadamente, la tenía consigo. Extrajo la tarjeta para pagar el transporte público y aguardó a una distancia discreta. La parada comenzó a llenarse de personas, y ella aprovechó para mezclarse entre la multitud.
Era una locura lo que estaba haciendo, Guadalupe todavía estaba a tiempo de bajarse del plan, y probablemente debía hacerlo y conversar con él cuando volviera. Observó a Ian, que estaba mucho más adelante, ajeno a toda la situación.
Tras una breve espera, el colectivo llegó repleto. La suerte parecía estar de su lado, ya que la multitud actuaba como un camuflaje, y eso le dio a Guadalupe la confianza para seguir adelante.
No tenía idea adonde se dirigía Ian, así que le indicó al chofer el mismo destino que la persona desconocida que tenía adelante suyo, y se acomodó en un espacio donde pudiese verlo sin ser detectada. Varios pasajeros la empujaron, pero no se movería del lugar, necesitaba saber dónde bajar y para eso necesitaba tenerlo en su campo de visión.
Viajaron cerca de una hora hasta que Ian finalmente se acomodó en la puerta trasera. Un grupo de jóvenes ocupó la puerta central. Perfecto, Guadalupe planeaba bajar junto a ellos. Se ajustó la capucha de su campera y esperó.
Una vez fuera del colectivo, Ian comenzó a caminar a un ritmo acelerado, y Guadalupe lo siguió de cerca. ¿A dónde iba? Él caminaba con determinación a pesar de los rostros poco amigables que lo rodeaban. Incluso un individuo le lanzó un beso, lo que la inquietó, aunque Ian no parecía afectado por el entorno.
Tal vez, no había sido tan buena idea después de todo, Guadalupe comenzó a sentir temor, no tenía idea donde estaba, o adónde iba Ian o qué haría ella una vez que lo descubriera.
Ian giró en una esquina, lo que la llevó a acelerar el paso para mantenerlo a la vista. Sin embargo, un choque inesperado ocurrió cuando se topó de lleno con un hombre de imponente presencia, gigante como un dinosaurio.
—¡Mira por dónde caminas! —se quejó el hombre, pero al mirar a Guadalupe, su expresión cambió drásticamente. —¿Estás bien, hermosa?
La mirada lasciva del hombre la hizo sentir incómoda, pero decidió evitar el conflicto y se disculpó, deseando en ese momento no haber seguido a Ian en absoluto. Su intento de avanzar fue detenido por el hombre, quien bloqueó su camino y la agarró del brazo.
—¿Qué hace una preciosura como vos sola por acá?
—Soltame. — Sus esfuerzos por liberarse del agarre fueron en vano. La desesperación comenzó a llenar su mente al darse cuenta de que podría perder de vista a Ian — ¡Soltame idiota! —intentó zafarse del agarre nuevamente, pero el “dinosaurio” la sujetó con más fuerza y la miró a los ojos, y Guadalupe supo de inmediato que perder a Ian era el menor de sus problemas; la mirada del tipo era aterradora.
—¿A quién le dijiste idiota, puta?
Se sintió perdida y sola, totalmente a merced de este hombre que la superaba en tamaño y fuerza. No iba a llorar, pero sentía el impulso de hacerlo.
—Gordo, soltála. —La voz de Ian llegó desde algún lado, con la autoridad que lo caracterizaba y que no admitía réplica. Estaba agradecida con todos los dioses del universo. Sin embargo, intentó ocultar su rostro, aunque sabía que era inútil; la capucha se había caído en el choque. — ¿Guadalupe?
La paz que le recorrió el cuerpo duró los segundos que tardó en mirar a Ian, que la observaba completamente confundido.
—¿La conoces? Es una putita hermosa.
Guadalupe no se lo vio venir, y el tipo tampoco: Ian le dio un puñetazo en mitad de la cara, e inmediatamente le sujetó la mano y empezó a correr con ella a cuestas.
—¿Qué haces acá? —Preguntó Ian una vez que se detuvieron.
Guadalupe luchaba por recuperar el aliento, mientras que él no mostraba señales de cansancio.
—Te... te seguí. —admitió entre jadeos.
—¿Me seguiste? ¿Por qué?
La irritación en el rostro de Ian no pasó desapercibida, y esto provocó un sentimiento similar en Guadalupe.
—¿Por qué? — replicó con enojo, dejando que su propia indignación saliera a la superficie. — Porque haces toda una escena en la kermese, y después no mostras indicios de nada. Esperaba pasar estas dos semanas con vos. Conocerte, porque no sos muy abierto que digamos, pero te ibas sin decir nada y prácticamente no me dirigías la palabra. Y tú indiferencia me está generando una inseguridad que no me gusta. ¡Idiota!
Guadalupe sintió como el llanto subía por su garganta, no podía llorar cada vez que confrontaba algo, pero se sentía vulnerable al manifestarle a Ian todos los sentimientos de estos últimos días.
La puerta de la casa frente a la cual se habían detenido se abrió, y una mujer de unos sesenta años, de cabello canoso, asomó la cabeza. —¿Ian? —exclamó con asombro.
La respuesta de Ian fue concisa y directa. —Hola, abuela.
¿Abuela? ¿Acaso estaban en la casa de la familia de Ian?
El pánico se apoderó de Guadalupe, y optó por hacer lo único que sabía hacer cuando se sentía acorralada y llena de vergüenza: escapar.
Corrió sin rumbo hasta que llegó a una plazoleta con juegos infantiles y se sentó en uno de los bancos.
Las lágrimas comenzaron a brotar sin cesar, se había comportado de forma infantil, había seguido a Ian hasta la casa de su familia, le había hecho una escena en la puerta, que probablemente su abuela había escuchado, todo por no poder enfrentar la situación de forma adulta, como le habían aconsejado sus amigos.
Probablemente Ian se había arrepentido de lo sucedido en la Kermesse y con lo de hoy, le había dado más razones para sostener ese sentimiento. Guadalupe se sintió totalmente expuesta en ese momento; sus emociones estaban a flor de piel y la vergüenza la consumía.