Guadalupe despertó lentamente, y de repente, una amplia sonrisa iluminó su rostro al darse cuenta de que se encontraba en el sillón, su cuerpo entrelazado con el de Ian. Habían compartido la noche viendo una película y se habían quedado dormidos en esa misma posición. Aquella imagen que había imaginado en tantas ocasiones ahora estaba justo ante sus ojos, parecía surrealista.
Aun dormido, Ian se removió levemente y la envolvió con ternura, una de sus manos encontrando un cómodo refugio en el contorno de su trasero. Más que una intrusión, Guadalupe experimentó una oleada de calor que la envolvió, creando una conexión íntima y reconfortante.
Desde la visita a la abuela Rosario, unos días atrás, había descubierto facetas desconocidas de Ian. Había emergido un Ian más abierto, más cercano, y eso le había robado el corazón sin pedir permiso. La manera en que él se abría a ella era un regalo preciado que atesoraba con cada fibra de su ser, porque sabía lo raro que eso era.
Guadalupe notó que Ian empezaba a despertar. El abrazo a su alrededor se intensificó momentáneamente, como si quisiera mantenerla cerca incluso en su sueño. Una sonrisa surcó los labios de Ian antes de que sus ojos se abrieran completamente, pero esa sonrisa se desvaneció en un suspiro cuando se dio cuenta de la ubicación de su mano.
Ian reaccionó rápidamente. —Perdón. —susurró de inmediato.
No se sentía para nada incómoda, así que decidió restarle importancia al momento. Acomodó su postura de manera que sus cuerpos seguían entrelazados, como si fueran las piezas de un rompecabezas que encajan perfectamente —No pasa nada. —Susurro. —Buen día.
El semblante de Ian pareció relajarse al instante, y selló su respuesta con un beso suave en la frente de Guadalupe: —Buenos días. ¿Dormiste bien? — preguntó con su voz ronca de sueño, mientras se estiraba, regalándole una sonrisa perezosa.
Guadalupe asintió, devolviéndole la sonrisa con ternura. —Sí, mejor que nunca. —Confesó con sinceridad.
Ian la miró con intensidad, sus ojos irradiando un cariño genuino. —Me alegra oír eso. —Dijo, antes de acercar sus labios a los de ella en un beso profundo.
La sensación de sus labios contra los suyos era como un fuego que consumía todas las barreras entre ellos. Un calor desconocido se apoderó de su piel, una sensación deliciosa que recorrió su cuerpo en oleadas.
Se separaron lentamente, como si quisieran que ese momento no terminara nunca, y ella tuvo que ejercer todo su autocontrol para no prolongarlo.
—¿Tenes planes para hoy? —preguntó Ian, desviando la conversación hacia un terreno menos peligroso, mientras tomaba distancia. Se sentó en el borde del sillón y bostezó, pasando una mano por su cabello desordenado.
Guadalupe tardó unos segundos en procesar las palabras de Ian, seguía perdida en la nueva sensación que había despertado dentro de ella. —No tengo planes. ¿Por? —respondió con voz entrecortada, luchando por mantener el control.
—Tengo una idea para hoy —anunció Ian con un destello travieso en sus ojos grises.
Esa simple declaración fue suficiente para traerla de vuelta al presente. Arqueó una ceja con curiosidad. —¿Una idea? ¿Qué tipo de idea?
Ian se rió suavemente. —Es un secreto por ahora.
Guadalupe rodó sus ojos en un gesto juguetón —¿Un secreto? ¿Vas a mantenerme con la intriga?
Ian se levantó del sillón y estiró los brazos en alto, flexionando sus músculos. —Eso es exactamente lo que planeo hacer. Mantener tu mente curiosa y tus emociones en alerta.
Guadalupe se puso de pie y se acercó a él, con una sonrisa cómplice en el rostro. —Muy bien, señor misterioso, estoy lista para lo que tengas preparado.
Ian la miró con una mezcla de diversión y adoración, y le acarició suavemente la mejilla con el pulgar. — Pero primero, vamos a desayunar. ¿Te gustaría darte una ducha mientras yo preparo todo?
Guadalupe aceptó la propuesta de Ian y asintió. Ian le dio un rápido beso en los labios y le indicó el camino hacia el baño.
Mientras el agua caliente caía sobre su cuerpo, Guadalupe no podía evitar sonreír. La forma en que su relación con Ian había evolucionado en tan poco tiempo era asombrosa. Cada pequeño momento, cada gesto de cariño y cada risa compartida los unía de manera más profunda.
Después de la ducha, Guadalupe se vistió con ropa cómoda, a pesar de que era invierno, el día era perfectamente cálido. Sintió una mezcla de emoción y anticipación mientras se dirigía a la cocina, donde el aroma tentador ya llenaba el aire.
Después de disfrutar de un agradable desayuno juntos, Guadalupe se llenó de emoción mientras se preparaba para lo que Ian había planeado. Su mente se llenaba de conjeturas sobre el destino al que la llevaría.
Viajaron en colectivo durante cerca de una hora, y Guadalupe pronto reconoció el lugar donde se bajaron. Aunque pensó que se dirigirían a la casa de su abuela, Ian tomó un rumbo diferente que los condujo a un lugar apartado, cercano al río.
Caminaron un trecho por un sendero rodeado de vegetación, hasta que finalmente llegaron a un pequeño muelle escondido entre la maleza, a orillas del río.