Coexistiendo

Capítulo 31

Guadalupe miró la hora en su teléfono, recién era mediodía, la intensa mañana que habían vivido aún la hacía estremecerse. Se encontraba de pie frente al edificio, esperando a su madre con una mezcla de ansiedad y agotamiento. 

La brisa invernal acariciaba su rostro, como si tratara de borrar las lágrimas derramadas durante la larga sesión que había tenido poco tiempo atrás abrazada a Ian. La intensidad de esos momentos la había sumido en una especie de letargo, y apenas había tenido tiempo para prepararse tras el llamado de su madre para invitarla a almorzar y conversar a solas. 

Mientras esperaba, decidió enviar un mensaje a Hernán. No conocía a ningún amigo cercano de Ian, y sentía que podría necesitar a alguien con quien desahogarse. Hernán siempre había sido un buen oyente, y en ese momento, Guadalupe anhelaba desesperadamente a Mercedes. 

Minutos después, un taxi se detuvo ante ella, y su madre la recibió con una sonrisa cálida a través de la ventana trasera. Guadalupe le propuso un restaurante nuevo a unas pocas calles de distancia, sabiendo que a su madre le encantaría. Se sentaron a la mesa y ordenaron sus platos, pero el silencio pesaba entre ellas, como si ambas estuvieran buscando las palabras adecuadas para iniciar la conversación. Nunca se había sentido así de distante con su madre, y nunca antes había tenido dificultad para hablar con ella, pero hoy no tenía idea como abordar el tema, para que su madre entienda porqué quería quedarse en Buenos Aires. 

En marzo, había luchado para no abandonar a sus amigos, y ahora, cinco meses después, Ian se había convertido en una parte fundamental de sus razones para quedarse. 

Finalmente, Martina rompió el silencio con una noticia que hizo que Guadalupe apartara la vista de su ensalada César. — Conseguí que tu papá acepte una cena esta noche, los cuatro juntos. — dijo Martina, y su voz tenía un toque de esperanza.  

—Gracias. — respondió Guadalupe. Era una buena noticia, pero no podía sentirse completamente feliz mientras sus padres estuvieran considerando llevársela a México en los próximos días.  

Martina miró a su hija con angustia. —Tendrías que haber hablado con nosotros, hija. — expresó con suavidad. 

—Lo sé. Sé que no manejé las cosas de la mejor manera, pero si volviera atrás, haría exactamente lo mismo. De lo contrario, nunca habría conocido a Ian. — respondió Guadalupe con determinación, mirando fijamente a los ojos de su madre. 

—Hija... 

Necesitaba que su madre comprendiera todo lo que había pasado en estos meses. —No fue fácil, mamá. Durante el primer mes, pensé en llamarlos todos los días y rendirme. No sabía cocinar, tuve que aprender a limpiar, a administrar el dinero, y ocuparme del colegio. Incluso casi incendio el departamento y rompí el lavarropas.  

La mirada de su madre estaba llena de preocupación —¿Por qué no me dijiste todo esto, Pupi? 

— Porque en lugar de huir, opté por aprender. — explicó Guadalupe con una pasión que irradiaba desde lo más profundo de su ser. 

Martina suspiró y le dio una mirada comprensiva. —Hija, si hubieras estado sola, habrías atravesado por el mismo proceso. El problema no es Ian, de hecho, me encanta. El problema es que ambos son menores y están viviendo juntos. 

—Puede que tengas razón, hubiese pasado por lo mismo si hubiese estado sola, pero no habría soportado todo sin Ian. Me gusta vivir con él. — insistió Guadalupe. 

—Es lógico que te guste vivir con él, porque es tu novio, pero... 

—No tiene nada que ver que sea mi novio. — interrumpió Guadalupe. — Si ustedes hubieran llegado tres semanas antes, Ian no habría sido mi novio todavía, y estaría diciendo lo mismo. Me gusta vivir con él porque me desafía para que aprenda, al principio pensé que era cruel, pero sólo buscaba sacarme de mi zona de confort. No soy la misma persona que dejaron hace cinco meses, mamá. 

—No tengo dudas de eso. —Martina le acarició la mejilla con un gesto melancólico. —Creciste. No puedo creer que mi chiquita tenga novio, y tú papá está teniendo un serio problema para entender esto, Pupi. Esta noche vamos a cenar los cuatro, pero es para conocer a Ian, y para que tu papá se tranquilice un poco. 

—Quiero cocinar. Vengan ustedes a cenar al departamento. —propuso Guadalupe, notando la contradicción en la mirada de su madre. 

Pero sabía que sus padres podrían elegir un restaurante donde Ian se sentiría incómodo, como había pasado en el viaje a San Martín de Los Andes, y no quería ponerlo a la defensiva en este momento. 

—No sé si tu papá va a estar feliz con eso. —admitió Martina. 

—La idea es conocer a Ian, y para que eso pase, debe estar en un lugar donde se sienta cómodo, apenas habla con Mei o Hernán en los almuerzos. Mei lo llama “el antisocial”. 

Su madre se tomó un momento para considerarlo. —Puedo aceptar esto, pero porque quiero probar algo cocinado por vos. —Martina le sonrió con ternura.  

—Y, ¿te puedo pedir un favor? — Su madre asintió, y Guadalupe continuó. —Quiero quedarme en el departamento hasta que llegue el momento de viajar a México.  

Martina tomó la mano de Guadalupe. —Hija, entiendo que te sientas así, pero ambos son chicos todavía, y hay tantas cosas que aún tienen que experimentar y aprender. Pero vivir juntos a esta edad, sin supervisión, es complicado. Quiero lo mejor para vos, pero debemos ser responsables. 

Guadalupe asintió, sintiendo un nudo en la garganta. Sabía que su madre tenía razón en ciertos aspectos, pero no podía evitar luchar por lo que había encontrado junto a Ian. 

—Sé que no pueden cambiar de opinión de la noche a la mañana, no estoy pidiendo que acepten esto de inmediato, pero dame la oportunidad de demostrarles que puedo tomar decisiones importantes. 

Martina suspiró. —Prometo hablar con tu papá sobre quedarte ahí, pero también tenes que entender que esta situación es complicada, y no podemos tomar decisiones apresuradas. 




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