Coffee

Xenoglosia

Sábado, doce de la mañana; fui a la cafetería luego de mis clases extra. Él me dijo que viniera aquí para que el plan no se saliera de control. Según me asegura, ayer Sofía debió enviarme un mensaje diciendo que le gustó verme y que tal vez debamos encontrarnos otro día. Lo arruiné al final de nuestro encuentro, de lo cual me arrepiento. Ahora, no veo por qué no seguir sus órdenes, y como quiere que venga a la cafetería, no voy a protestar.

⎯Bienvenido, ¿en qué te puedo ayudar? ⎯Hizo un pequeño cantado en su pregunta, casi coqueto.

⎯¿Cómo está el sánduche de atún?

⎯Sigue sin ser ordenado, tristemente.

⎯Quiero uno.

⎯Toma asiento ⎯Estaba más animada que el otro día. Volvió al mostrador saltando y preparó la orden.

El local recibía a más clientes, quizás por el día y la hora.

Había una pareja de ancianos sentados al otro lado de la tienda. El señor levantó su celular y le tomó como pudo una foto a su esposa. Luego se la mostró y la señora sonrió, para luego hacer lo mismo con él. Anahí tomó un pedazo de pastel de mora y lo llevó a su mesa. Ambos sonrieron con dulzura y asintieron, agradeciendo. El señor sacó de su bolsillo dos velas, que juntas formaban el número setenta y cuatro. Mientras las encendía, se puso a cantar Cumpleaños Feliz en una voz tan baja que casi nadie pudo escuchar. Dejó el encendedor a un lado y le aplaudió. Al terminar la canción, su esposa sopló las velas y la sonrisa del señor lucía como si toda la felicidad del mundo hubiera sido secuestrada para prestársele a él. Lo veía tan contento. Terminaron juntos el pastel, y cuando estaban a punto de irse, el señor sacódel otro bolsillo de su abrigo una cajita cubierta con papel de regalo. La señora lo abrió y su emoción no fue ajena a la sorpresa. Por lo que pude ver, era una tiara. «¡Soy una princesa!» exclamó a la par que su esposo la ayudaba a ponérsela.

Me pregunto si algún día viviré algo como eso con Sofía.

Decidí que, durante mi espera, podría dedicarme a cumplir parte de mi trato con Anahí y trabajar en la canción que me hizo prometerle que haría. Apenas conozco un poco la literatura; puedo aprender a usar el teclado que me encontré, pero lo que más me irrita es que nunca conseguiré una buena letra. Quizás deba rendirme con esto de la música. Solo es un pasatiempo estúpido, después de todo.

⎯Aquí tienes, tu horrendo sánduche de atún ⎯Tal y como la otra vez, vino acompañado de una taza de café.

⎯Nadie dijo que era horrendo.

⎯Pero nadie lo ordena dos veces si no es por pena.

⎯Quiero hacer conversación ⎯Él me dijo que ordenara esto. Puedo darme cuenta de que eso la emociona.

Arrojó su trapo al otro lado del mostrador, junto al moledor de café, y se sentó frente a mí. No creo que deba explicar que estaba en la misma mesa de antes.

Ella apoyó la quijada en su mano y mordió su uña pintada de negro; era como si quisiera buscarle respuestas a alguna incógnita que le había despertado. Nos miramos por un largo rato, y esta vez, no dudé en mantener el contacto visual. Su gesto sereno y calmo parecía el de un detective durante un interrogatorio. Casi no parpadeaba. Diría que me inspiraba miedo, pero no creo que esa sea una buena forma de describirlo. Apenas ahora me doy cuenta, sus ojos son avellana. Respingados y fieros, como un depredador. Es una buena mirada.

Usando mis manos lo menos posible, partí por la mitad el sánduche y se lo ofrecí. Luego tomé algo del café. Estaba amargo. Creo que podría acostumbrarme a este sabor por encima del cigarro, aunque en mi opinión, juntos hacen la combinación perfecta.

⎯¿Cómo vas con esa canción?

⎯Lento. Hago lo que puedo ⎯Anahí me arrebató la taza y bebió. No me quejo, ella me la regaló.

«Dile que vayan al jardín botánico.» No sé qué clase de plan es ese. Debe ser algún gusto de Anahí. Creo que podría funcionar, pero no lo haré así.

⎯¿Hoy a qué hora sales?

⎯De hecho, mi horario ya terminó. ¿Por qué?

⎯Vamos ⎯Envolví lo que quedaba del sánduche en una servilleta, dejé mi paga en el mostrador, y volví a la mesa.

⎯¿Algún plan?

⎯No realmente ⎯Golpeé su hombro y caminé hacia la puerta.

Sin cuestionar, se puso de pie, dejó el delantal detrás de la caja y vino hacia mí. Tuve la duda de quién se hará cargo de la tienda si ella se va, pero supongo que no quiero pensar en eso ahora mismo.

No hubo mucho sentimiento en nuestra camino. Hablamos de cosas frívolas y sin importancia, mientras intentaba esconder el plan de ir al jardín. Nunca había ido; asumo que sería una buena experiencia. Durante nuestra charla, descubrí que en efecto, tiene diecinueve años. Vive unas cuantas calles atrás de la cafetería y estudia artes plásticas por las noches. No quiso dar detalles sobre su carrera, y tampoco quise entrometerme. Debe tener sus razones para ocultarlo.

Llegando al parque donde se encuentra el jardín, había un grupo de niños volando cometas. El niño de playera verde con un estampado de dinosaurios aseguraba que su juguete volaba más alto que el de los demás niños. Hacían competencia, y corrían para aprovechar las corrientes de viento. Eran inocentes. Me recordó a algo. Me deprimió un poco.

Las entradas para el jardín fueron gratis por un evento que se estaba organizando. Un grupo de botánicos habían hecho crecer plantas bioluminiscentes en una simulación del ecosistema húmedo tropical. Tal parece que no muchas personas estaban interesadas en asistir, así que decidieron no ponerles precio a los boletos para llamar la atención. Aun así, solo Anahí, cuatro personas más, y yo hicimos el recorrido.

Era como una carpa inmensa y oscura, donde artificialmente, se recreó el ambiente perfecto para que plantas con estas propiedades pudieran crecer, y en efecto, vimos raíces, hojas, y cortezas de troncos que brillaban sin intervención solar. El guía nos explicó, fingiendo entusiasmo, que sucede gracias a que se genera energía por una reacción química durante el proceso de fotosíntesis. Lo dijo de manera mecánica, y triste, con justa razón. Nadie quería visitar su experimento que muy probablemente le tomó más tiempo del que le hubiera gustado entregar. Lo entiendo.




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