Cohibida

Capítulo 1

Año 2151.

 

La suave brisa que me azotaba el rostro aquel atardecer a mediados de abril, hacía que se pudiera oler los lejanos campos de girasoles que crecían al otro lado de la montaña. Aquel olor a flores era refrescante, uno de los pocos momentos por no decir casi únicos en los que podía escaparme de aquel refugio en el que habíamos pasado los últimos años y estar unos minutos a solas, conmigo misma, pensando en lo distinta que hubiera sido nuestras vidas si hubiéramos nacido treinta años atrás.

Mamá solía contarnos cómo era la vida para cualquier mujer antes de que todo cambiara para nosotras. Era difícil imaginar una sociedad donde no solo éramos tratadas como iguales, sino que habíamos alcanzado los puestos de mayor relevancia en multitud de cargos importantes.

«Dominábamos el mundo» solía decir mamá…

Siendo numerosos los Países y estados en los que era una mujer la que ostentaba el cargo de máxima de representación. Habíamos pasado del culmen a la destrucción más absoluta para ser unas proscritas de la sociedad si no queríamos ser usadas como moneda de cambio.

Habría estado bien vivir esa época, donde podríamos caminar libremente, tener un trabajo y aspirar a formar una familia junto a un hombre que nos tratara como igual, respetando nuestros deseos y voluntades por encima incluso de los suyos propios. Ahora con el azambar todo había desaparecido y nuestra única aspiración era escondernos y ser unas fugitivas para no ser encontradas.

Todo había comenzado treinta años atrás. Por lo poco que sabía, la droga comenzó a expandirse por los círculos más bajos. Se oían rumores de algunas jóvenes que aseguraban haber sido violadas, pero no presentaban signos de ello, después empezaron a desaparecer numerosas mujeres sin motivo aparente y poco a poco el pánico comenzaba a abrumar a la sociedad, que ajena totalmente a lo que estaba ocurriendo, no era capaz de dar una explicación coherente para lo que estaba sucediendo.

No era más que un comienzo para lo que estaba por llegar. Al principio la droga parecía tener duración determinada, al menos así lo aseguraban, pero algo debió cambiar porque de pronto, aquella maldita droga comenzó a tener efecto permanente y una vez que la inyectaban en la sangre se perdía la voluntad para siempre de la mujer a la que se le había administrado o al menos eso era lo que a nuestros oídos había llegado.

Las mujeres sometidas al azambar eran vendidas, como si se tratara de esclavas destinadas a cualquier fin que satisficiese los deseos de su amo; ya fuera sexual, laboral o llegado el punto, incluso la propia donación de órganos. Daba igual la finalidad para las que las compraran puesto que al carecer de voluntad propia, eran simples muñecas en manos de quien les perteneciera.

Teníamos claro que, si éramos apresadas, la mejor opción era morir antes que someternos a la voluntad del azambar, porque existía la ferviente creencia de que pese a no tener voluntad propia, bajo los efectos de la droga una mujer era consciente de todo el sufrimiento que se le aplicara y si eso era cierto, aquello sería peor que la muerte.

Por esa razón nos entrenamos con los pocos medios que contábamos para tratar de combatir con nuestro oponente en caso de ser apresadas. Solo unas pocas lo hacíamos, las que en condiciones físicas o por edad éramos más ágiles y fuertes para las misiones de recolectación. Yo pertenecía a una de esas jóvenes reclutadoras.

―¿Ya estás otra vez pensando en cómo cambiar el mundo? ―La voz de Amara llego hasta mis oídos como la brisa me suavizaba el rostro. Como siempre mi hermana pequeña me encontraba allá donde fuera.

A sus quince años, con sus ojos castaños, pero dulces y aquella piel blanquecina llena de pecas resultaba adorable y bastante diferente a mí, que había heredado los ojos azules de mi padre.

A pesar de que habíamos tenido la gran fortuna de conocerlos, cuando Amara tenía siete años, apresaron a mamá en una de las múltiples veces en las que se adentraban en una ciudad para poder obtener víveres y medicamentos. Papá intentó evitarlo y ambos acabaron muertos. Desde entonces yo me había convertido en una especie de “madre” para Amara a pesar de tener solo tres años más que ella. Ella era lo único que me importaba, lo único por lo que luchaba y la única familia que me quedaba.

Mi padre había sido el único hombre que había llegado a conocer, apoyaba nuestra causa y nos defendía. Estaba en contra del régimen impuesto que existía donde todo era gobernado por hombres y por eso nos protegía.

—Es algo en lo que pienso frecuentemente, pero no constantemente —dije mientras la invitaba a sentarse a mi lado.




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