—Esto debe ser una broma—replicó Thomas—Todas las partes de este auto están mal colocadas, y peor aún, parece que no son de verdad.
Mira a su hijo que está a su lado, se acaricia la barbilla con un aspecto dubitativo—Pero aun así funciona, funciona como un estúpido auto normal.
Marcos, desde la ventana, miraba atento y escuchaba la conversación con tanta atención que por poco cae desde el segundo piso. Acompañado de su perro Scott, intentaba también darle sentido a lo que habían encontrado.
Con ocho años de edad su curiosidad no había bajado en absoluto, seguía teniendo la misma mentalidad de cuando tenía cuatro años, pero aquello le provocó lo que estaba sufriendo hasta ahora. Hace ya tres meses que la familia había salido de viaje en la camioneta de su papá, pero el, mientras regresaban, abrió la puerta y cayó afuera, provocando que una de sus piernas se rompieran. Recordó como su madre salía del auto desesperada, y su padre, con su mirada de que le iba a regañar al regresar a casa, lo cargó y se dirigieron al hospital.
Miró su pierna derecha, enyesada e inmóvil. Y tuvo ganas de cortárselas, no quería seguir así.
—Mira papá—dijo Héctor desde la cajuela del auto—Hay una hoja de papel.
Tom lo observó con detenimiento— Coick... ¿CoickMunder?, esto no explica nada.
—Lo sé, pero solo quería que lo vieras.
Héctor puso sus manos en la cintura y nuevamente pegó la vista al auto, parecía que tampoco era de un modelo existente.
El auto había llegado de forma extraña mientras almorzaban. Marcos advirtió que alguien había llegado, y comunicó a sus padres. Tom respondió que tal vez era alguien que quería comprar la granja, que él toque la puerta si quería conversar con él.
Esperaron un rato, pero nadie se acercaba. Hasta que Thomas salió de la casa acompañado de Héctor. El auto estaba estacionado muy cerca de la cosecha. Por poco y Tom buscaba al imbécil ese para explicarle por las buenas que no se podía estacionar en donde quería. Sin embargo no hallaron nada, y peor aún, este auto parecía que no existía. El primer detalle que lograron hallar, fue que no tenía matricula, y poco a poco fueron apareciendo más detalles.
—Bueno, deja todo como estaba y ve a darles de comer a los animales.
Héctor afirmo con la cabeza y dejó todo como lo encontraron y se fue.
Thomas se quedó un momento mirando a lo lejos, la carretera transitada por escasos autos. Luego se volvió y miró a la ventana del segundo piso. Vio a Marcos, este se escondió. Thom sonrió.
A lo lejos ya atardecía, y Thom entró a su casa haciendo tintinear la campanilla con la puerta.
Marcos no era de quedarse con las ganas de hacer algo y olvidarlas, quería y debía saber que era aquel auto.
Se sentó sobre su cama y dejó que Scott bajara al suelo. Agarró sus muletillas y con cuidado bajaba cada escalón, hacia el primer piso.
Sus padres estaban distraídos conversando. Su madre, Siena, masajeaba la espalda de Thomas. Pasó hacia la puerta sin que ellos se dieran cuenta y salió.
Nunca había desobedecido a su padre o a su madre, siempre fue obediente con todo lo que le ordenaban. Al ver el auto estacionado ahí, Scott empezó a ladrar.
—Cállate—musito y el perro se quedó quieto en su lugar mirando a Marcos.
Caminó con cuidado hacia aquel carro, mientras su pierna cojeaba y la otra daba pasos con ayuda de las muletillas. Vio que el cielo ya estaba de un color rojizo y naranja.
Cuando llegó, Scott empezó a morder la llanta jaloneando por varias partes, Marcos lo ignoró y se fue a la parte trasera, hacia la cajuela. La abrió y tomó el papel que yacía recostado en el absoluto vacío que tenía.
“CoickMunder”
La palabras en si no tenían sentido en absoluto, arrugó el papel y lo guardó en su bolsillo.
El viento corría, y se cortaba con la vegetación del maíz y otros a su alrededor. La pequeña granja que estaba más adelante, tapaba los últimos rayos de sol, dejando mecer sobre el suelo sombras que crecían.
Entonces, entre el trance en el que estaba oyó un chasquido. Se volvió hacia el auto y camino hacia el capó, este se había abierto.
Scott ladró con coraje y se abalanzo nuevamente sobre la llanta. Esta vez se notaban los pequeños rasguños de sus colmillos, pero cuando ordenó con voz alta que parara, la llanta parecía moverse haciendo que los rasguños desaparecieran.
Marcos se asombró ante esto.
Caminó con prisa hacia su casa, y es en ese momento que algo se asoma desde el capó y enrolla la pierna lastimada, Marcos cae al suelo y mira hacia atrás. Algo, como una lengua roja y con forma de serpiente lo había atrapado. Empezó a estrujar con fuerza descomunal que le hizo gritar, el dolor era intenso y en especial la desesperación que provocaban sus gritos y los ladridos de Scott.
El perro se acercó corriendo y mordisqueó aquella lengua, pero también fue atrapado por las ventosas que la acompañaban.