El rey azul y el rojo seguían allí con su respectiva audiencia, al parecer, esperando a que llegara a algo esa charla, pero bien sabían que la posibilidad seguramente no se daría.
—Responde, Munakata —exigió el otro.
—¿Este es tu plan? ¿Traerme al pasado para hacerme sentir miserable, y obligarme a retirarme? —no hizo más que elevar su espada con la intensión de señalarlo con ésta.
—Eres un cabeza dura —se lamentó el otro, pues no era bueno dando explicaciones a los demás, y llegó a pensar que quizás el sitio en el que se encontraban ahora sería suficiente como para hacer que Munakata pusiera los pies sobre la tierra, pero estábamos hablando del rey azul, además... ¿en qué cabeza cabía la idea de que eso funcionaría cuando era quien era? Suoh, quien estaba frente a Reisi, era la viva imagen de alguien a quien él odiaba mucho, y era el tipo de persona en que no volvería a confiar en su vida, siendo así, ¿qué le quedaba al de lentes?
—Te agradecería que no me compares con tu persona, ya que me pareces tan desagradable —y ahí estaba el otro, diciendo lo evidente, pero también, dándole la razón al pelirrojo sin saberlo.
—Sabes a lo que me refiero, esa no es tu forma de ser... Munakata. Deberías ya entender la situación —elevó sus puños mientras dejaba ver como salía un poco de aire caliente de sus pulmones; sí, estaba dispuesto a pelear con el otro para hacerlo entrar en razón. Mientras tanto, el de ojos amatista bajo apenas un poco la mirada y murmuró para sí mismo.
—Sé la situación... Suoh —al poco tiempo de decir eso el de ojos dorados se le vino corriendo encima para empezar con la pelea, la cual comenzó con unos buenos golpes que resonaron en la defensa de la espada del capitán. El metal crujía por las llamas rojas, pero no derretían la espada del azul, ya que estaba recubierta de su aura.
—¡Baja tu espada Munakata! —en lo que el uniformado retrocedía se atrevía el pelirrojo a lanzar golpes a diestra y siniestra, rebotando así miles de chispas tanto azules como rojas. En determinado momento, sus puños golpearon el piso derritiendo la nieve, y destruyendo éste mismo, pero para fortuna de Munakata, llegó a apartarse antes de caer dentro del cráter recién formado.
—¡No lo haré! Sé que tú te retirarás al instante del frente, ¡yo no soy como tú! —tenía bien presente la cobardía que regía al león, por eso es que no deseaba retroceder, y muchos menos rendirse.
—¡Eres un imbécil!, ¡eso es lo que eres!—gritó el rey rojo a todo pulmón, y fue entonces que logró traspasar la defensa del otro al plasmar toda su ira en un solo golpe, llegando a traspasar su espada y también, plantando su puño en el rostro de su rival. En cuanto tuvo al de lentes en el suelo, con paso rápido y firme fue a buscarlo para luego tomarlo de la chaqueta azul—. Aún no estás destruido Munakata, si no renuncias, terminarás convirtiéndote en mí. ¿Quieres eso?, ¡¿HE?! —agitó al peliazul con su puño mientras lo sostenía. Su ceño estaba más que fruncido y su rostro mostraba molestia, ¿acaso el rey azul buscaba ser destruido por su propia mano? ¿No estaría satisfecho hasta hacerlo de ese modo? Pero entonces el pelirrojo abrió grandes los ojos al sentir la mano helada del otro sobre la suya que sostenía la chaqueta.
—No es... eso —un poco de sangre salía de entre los labios del capitán, la cual bajó por su barbilla, y al mismo tiempo unas lágrimas se deslizaban por sus ojos.
—... —el silenció se apoderó de todos, pues las lágrimas puras de ese sujeto, el cual hacía mucho no se veían vertiese cayeron en la nieve, y quien lo sostenía, es decir, Suoh Mikoto, apretó más fuerte el uniforme del otro haciendo crujir la tela.
—Tch... te diré algo que tendrás que entender aunque no quieras y que ya sabes —lo soltó empujándolo contra la nieve, y se enderezó poniendo sus manos en sus bolsillos—. Si valoras a quienes amas, deja caer tu espada y retírate, eres el rey del orden, ¿no? —se giró dándole la espalda al peliazul, el cual se sentó en la nieve—. Si es así... dale valor a tu nombre y has lo que debes hacer antes de perderlo todo otra vez —levantó su mano saludando al otro para alejarse del lugar.
—Suoh... —murmuró apenas su nombre y se aferró a su espada que estaba ahora hundida en la nieve, para finalmente usarla de apoyo para levantarse. Sabía que lo que él decía era cierto, pero antes de siquiera decir algo escuchó al otro hablar de nuevo.
—Si no me haces caso, te aseguro que seré yo el que vaya a tomar tu lugar, y el caos, será tu responsabilidad está vez —le aseguró el pelirrojo en lo que le echaba una última mirada a quien de alguna forma, aunque suene contradictorio, consideraba su amigo.
Al terminar el terrible evento, tanto la chica que maneja los hilos, como Fushimi y Yata se acercaron a rodear al rey azul, el cual era protagonista y responsable del siguiente movimiento que haría en adelante.