El ambiente denso de la habitación llenaba los corazones de los cuatro ocupantes, los sonidos intermitentes de las máquinas se combinaban con el flujo de las luces, un par de manos cubiertas por guantes de látex se movieron ágilmente, dos dedos se posaron sobre un cuello estirado y reseco para luego bajar hacia una famélica muñeca.
—¿Me da algo de beber? —dijo la figura postrada en la cama
—Le traeré un poco de té —respondió suevamente la aludida
—Puede traer para nosotros también—comentó una voz femenina
—Seguro, no me —dijo mientras se quitaba los guantes
—Deberías ir a casa para duermas un poco —dijo una voz grave
—No quiero dejarlos solos —
—No te preocupes estaremos bien —dijo la silueta encorvada mientras se levantaba la silla que ocupaba
—Está bien, volveré en un par de horas —señaló al acercarse y rodear con sus brazos al hombre de profunda voz
—Lo sé —dijo devolviendo el abrazo
Los pasos fugaces resonaron en el piso impregnado de cloro, el pasillo lleno de personas con miradas perdidas y semblantes sombríos, recostadas en el frío piso, sentados en los incomodos sillones, estas personas ubicadas frente a la habitación doscientos tres observaron con atención la persona de traje blanco que llevaba entre sus manos una charola con tres tazas humeantes, la figura blanca abrió la puerta de pino barnizada dejando detrás la lúgubre procesión.
—Aquí está el té —
—Gracias —dijo el hombre mientras tomaba la bandeja para colocarla sobre una pequeña mesa
—Ven te ayudare a beber mamá —dijo la joven al tiempo que acercaba una de las tazas a los agrietados labios de la postrada mujer
—Está bien hija, ¿tiene azúcar? —preguntó
—No, ¿quieres que le ponga un poco? —respondió la hija
—No, es porque a tu papá le dijeron que no usara mucha azúcar —fue la respuesta de la mujer mientras daba un sorbo y fijaba sus ojos en los de su esposo
—Lo sé, Erica y Leila también lo sabe no te preocupes —observó el esposo bebiendo un poco del tibio líquido sabor limón
—Recorda Héctor que no debes de comer mucha grasa tampoco y tus vitaminas, aunque no te gusten debes de tomártelas —dijo Erica las lágrimas llenaba sus ojos dándole la misma sensación de calidez que el té
—Sí, es que el sabor de las vitaminas es un poco amargo, pero las tomare no te preocupes—dijo Héctor
—No importa, son buenas para ti, te hacen bien —comentó pausadamente Érica
—Cierto papá debes de tomarlas, no se preocupe mamá que yo estoy pendiente de que las tome —dijo Leila mientras su voz se volvía pesada
—Eso es hija —Erica dio un sorbo más a su té sus lágrimas ya rodaban por sus resecas mejillas, pero su mirada no se apartaba de Héctor
Leila se apartó de su madre puso la taza de vuelta en la bandeja tomo su propia taza con té y bebió con la esperanza de aclarar su garganta o contener sus lágrimas, la respiración de Erica se volvía cada vez más pausada pero su mirada no se alejo de su esposo en ningún momento ni siquiera cuando las lágrimas nublaron su vista, Héctor tomo la mano de su esposa y su leve temblor se fue transmitiendo a la dama postrada en la cama.
—No debes… de… alterarte… mucho… te… puede…hacer mal—
—Si lo sé, pero no me pasará nada no te preocupes—
—Acordate… de…cerrar… con llave…a…veces…se…te olvida—
—Sí, lo anotaré en un papel en la puerta para recordarlo—
—Y…calienta…agua para… bañarte…te…puede…enferma …el agua…fría—
—Si—dijo Héctor mientras el resto de sus palabras se negaban a salir
Los ojos de Erica se mantuvieron fijos en Héctor ella lloraba, Leila termino su té sin poder deshacer el nudo que retenía su voz, vio a su madre postrada y a su padre sentado a su lado, observo las lágrimas que rodaban por las mejillas de ambos, pero ella… ella lloraba por él, en su madre no había miedo; solamente tristeza por dejarlo solo, por no poder cuidarlo más tiempo.
—Señor debo de…—la figura de blanco no completo la oración pues fue interrumpida
—No, déjelo ya fue suficiente—dijo Héctor aclarando lo más que pudo su voz
—Comprendo—dijo la figura de blanco ubicada en la esquina de la habitación mientras observaba atentamente las luces intermitentes y luego volvía su atención hacia su reloj de mano
Leila no pudo levantarse de la silla, escucho las palabras de su padre, los sonidos intermítetes en la habitación y comprendió lo que significaba el amor.