Los brazos fríos de la bruma blanca, rodeando los centenares de acres; de frondosas capas, proyectando sombras grises, entre los caminos empedrados, de la pequeña villa oculta y silenciosa. Diminutas luces parpadeantes se escondían una a una, cambiando de amarillo brillante a tristes azules, la acidez de la atmosfera lleno el paladar de Hirule, era la primera vez que veía la ancestral villa de esa manera; corriendo por sus calles, durante la hora prohibida y acercándose a la salida. Albus llamo a Hirule.
—Entonces, ¿Te vas? — dijo Albus
—Jamás creí que romperías las reglas y saldrías a esta hora— replico Hirule
Las últimas dos esferas de cálido amarrillo se alejaron en direcciones opuestas, una se volvió azul, la otra desapareció, mientras el Kaori abandonaba a Hirule; él, abandonaba al bosque.
Mil años de amistad solo bastaron para un par de frases de despedida.