Colección Vol.I

Volver al tatami

Hace una semana volví a mi academia, aquella que me formó durante casi siete años en el elegante arte del Taekwondo. Volví para darme cuenta de que el tiempo pasó, que todos crecieron y portan ahora distintos colores en sus cinturones, que ya compiten y han aprendido a volar. En lugar de sentirme rezagada, me alegré por ellos. Vi gente nueva, viejos amigos, compañeros y a mis alumnos de verano.

       - ¡Hola, Rebeca! – saludo a mi amiga.

       -¡Regresaste! – responde ella.

      - ¡Sí! Me voy unos cuantos meses y todo ha cambiado por aquí. Han crecido mucho todos, contando la barba del Sabonim.

Ambas reímos tras el último comentario. Todo es distinto. Yo también lo soy. He crecido en estos dos meses alejada de mi arte marcial, crecí como persona. Tengo la madurez para aceptar mi situación aquí y esforzarme el doble para ponerme al día. A pesar del agotamiento físico, se siente maravilloso volver al tatami sin la presión de alcanzar a mis compañeros de mismo grado ni compararme con ellos. Voy a mi ritmo.

     -Camila, no saltes todavía. – me dice mi maestra, la miss Rocío, después de indicar el ejercicio de los avanzados. – Recién estás retomando. Cuando te sientas lista, empieza a elevarte.

     - Está bien, miss. – le respondo.

Tal vez a algunos no les agrade que les digan esto, pero yo lo tomo bien. Para mí es un gesto de consideración de parte de mi maestra, pues sabe que he vuelto después de un largo tiempo. Necesito acostumbrarme, recuperar el ritmo y la flexibilidad. Eso se logra de a pocos. Mis alas están entumecidas, por lo que necesito aletear antes de volar como solía hacerlo.

    -¡Muy bien, Cami! Vamos, dos más. – me dijo Kiara mientras sostenía las paletas durante el entrenamiento.

Me cuesta mantener el equilibrio con la pierna elevada tras una patada para lanzar otra después. Trastabillo un poco y lo hago una vez más.

También practico el poomsae, la coreografía marcial correspondiente a mi grado, una y otra vez en la clase. Acepto las observaciones técnicas de mis superiores con madurez y buen humor. Empiezo con lentitud para marcar cada movimiento y aumento la velocidad y fuerza con el tiempo. Mi cuerpo recuerda todo después de tanta repetición. Solo queda pulir hasta hacerlo lo más perfecto posible.

        - ¡Chahruyt! – ordena la profesora.

         -¡Sabonim Kyung Nae! – exclama Mateo.

         - ¡Sabonim Kamsahamnida! – respondemos todos con una reverencia.

Se terminó la clase. Muchas gracias, maestro.

 




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