Colección Vol.I

La Mano del Chamán

Muchos años de rivalidad existieron entre incas y los chanka. Estos últimos querían hacerse con todo el Tahuantinsuyo a su modo sanguinario de hacer las cosas y sin llegar a treguas, lo tomarían a la fuerza. Los chanka sabían que el Imperio Inca sería un oponente muy fuerte, ya que poseían una gran expansión territorial y guerreros dispuestos a luchar en todo rincón de su gran imperio; estos detalles importaban al querer dar batalla por lo que se convocó a todos los chanka sedientos de sangre y victoria.

En tierras del actual Ayacucho, ya se habían reunido las divisiones chanka del Perú. Entre sus filas tenían algunos guerreros que estaban asustados. Pero Puma, máximo jefe, se encargó de inspirar odio al enemigo y los entrenó más fuerte.

En la capital del Tahuantinsuyo, bajo el monte Huayna Picchu, el príncipe Inca Cusi Yupanqui tenía noticias del ataque que recibirían y preparaba una estrategia de batalla en la que posaba su fe. Reunió a su ejército frente a su palacio para explicar la situación y plantear la estrategia que seguirían.

_Soldados míos, los chasquis me trajeron noticias de los chanka, vendrán a hacernos la guerra para quedarse con nuestro próspero imperio. _ anunció el emperador. _ No podemos permitirlo, por eso tengo un plan de ataque que seguirán sin titubear.

_ Sí, mi señor. _ se inclinaron todos los guerreros, demostrando su aceptación y alabanza al gran líder. _ Aunque nos cueste la vida, lucharemos por el imperio que es usted.

Inca Yupanqui expuso su plan, que fue aceptado con gran veneración por sus soldados. El Inca junto a sus consejeros organizaron a todos para el trabajo, este era muy forzoso en pro del pueblo y si alguien se dedicaba a holgazanear era severamente castigado. Así de exigente fue su jornada: los ayllus trabajaban desde el alba hasta muy tarde en la noche; varios fuertes guerreros cargaban el alimento transportándolo a grandes almacenes; los artesanos fabricaban muchas armas; los curacas otorgaban al ejército inca toda la producción del día, por lo que los quipucamayoc tenían una gran labor al registrar. Por último, los guerreros entrenaban con más rigor que nunca.

Los chanka planteaban sus estrategias de batalla, su calidad militar era comparable con la incaica. Los soldados chanka ganaron su fama por lo sanguinarios y ambiciosos que eran. Sus esfuerzos por tomar en manos el reino de Yupanqui no habían sido exitosos; pero estaban dispuestos a levantarse y adueñarse de lo que codiciaban.

Una noche, Puma se puso a charlar con Pikichaki, el jefe militar chanka.

_ Pikichaki, estamos dirigiendo a nuestro pueblo a la victoria. _ comentó el corpulento Puma, ágil y fuerte como el animal que lleva su nombre. _ los incas caerán a nuestros pies.

_ Es cierto _ respondió Pikichaki, un joven delgado pero musculoso con la fama de correr a gran velocidad. _ La guerra se acerca, nuestra victoria también.

_ Nosotros causamos esta guerra y la vamos a ganar, somos los mejores aquí.

Hablaron hasta el cansancio, luego fueron a descansar. Al día siguiente reiniciaron su labor de entrenar a los soldados en la arquería, usar las hondas, lanzas y escudos. Los hacían luchar entre ellos, pero tomaban precauciones de que no se mataran mutuamente, necesitaban gente y no podían perderla por severas heridas en prácticas. Puma y Pikichaki tenían un fuerte espíritu guerrero, ellos y otros soldados inspiraban a las divisiones pacíficas para unirse a su ejército.

Ambas sociedades se prepararon durante dos meses más y el día de la ansiada batalla, los líderes y sus bandos se encontraron al alba en una verde llanura que pronto estaría manchada de la sangre de los vencidos. El enfrentamiento fue feroz, lanzas atravesaban cuerpos de guerreros, los soldados arremetían despiadados contra sus enemigos, los caídos llegaban al suelo sin vida y con severas heridas. Al mediodía, la batalla llegó a su fin con la toma del Inca a manos de los chanka, eso conllevo a que el resto se rindiera y fuera más sencillo tomarlos prisioneros. Se los llevaron a sus tierras y los encerraron por grandes grupos en bóvedas comunes hechas de piedra. A los únicos que excluyeron fueron al Inca Yupanqui y a un anciano chamán, quienes fueron puestos en bóvedas personales. Los guardias tenían los ojos más puestos en ambos que en el resto de los presos, pues sabían que juntos eran peligrosos.

Los chanka se dividieron en diferentes poblados y tomaron el control de la gente del imperio, era el pueblo que había quedado vulnerable a cualquier ataque enemigo, aprovecharon la docilidad y lo influenciables que eran para incluirlos en el nuevo Imperio Chanka.

Los meses pasaban y el Inca Yupanqui empezaba a perder las esperanzas de salir de ese encierro, atrás quedaban sus días de gloria y el vago recuerdo de su fiel consejero, el chamán, quien siempre le había prometido que en toda circunstancia lo ayudaría. Desde los inicios de su reinado, el Inca Yupanqui consultaba cada movimiento con él, si le convenía o no, le pedía que se comunicara con los espíritus para pedirles su ayuda en las batallas. Este anciano brujo desde luego cumplió cada una de las peticiones de su amigo a cambio de alojamiento, abrigo y todo el material que necesitaba para sus ritos.

Mientras tanto, en su lúgubre prisión, el chamán maquinaba un plan de supervivencia y escape. Los chanka estuvieron atentos a la actividad del anciano en su solitaria bóveda y sospechaban que su poder sería de provecho a los cautivos, por lo que decidieron amputarle las manos. Por mucho tiempo, ellos habían oído aterradores rumores y leyendas sobre chamanes, sus capacidades médicas, el contacto con la naturaleza, comunicación con espíritus, rituales extraños, curaciones o maldiciones, habilidad de inducir al trance para las visiones y todo lo relacionado con lo sobrenatural; todo esto había alimentado su imaginación produciendo miedo y prejuicio ante estos hechiceros. Habían escuchado rumores lejanos, pero no eran testigos de sus míticos poderes; la impredecibilidad de estos sabios brujos llevaría a que los chankas tomaran sus propias precauciones con una pizca de duda.




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