Estábamos recostadas sobre aquel viejo colchón en una habitación de la gran mansión abandonada, nuestro lugar secreto. Compartíamos los audífonos de mi mp3, que reproducía en ese momento la playlist más triste y nostálgica de mi colección. Escuchábamos "Stop crying your heart out" de Oasis. Había tenido un día fatal en la universidad. Mi libreta de notas era una vergüenza. Además, no tenía ganas de entrar a las clases; si lo hacía, no prestaba atención. Aborrecía mi carrera: Ingeniería civil. Me la habían impuesto. Era una de las "carreras del futuro" según mi madre. A mi padre no le importaba qué estudiase con tal de que generase dinero.
Aquella mañana había recibido malas noticias: mi gata Minerva había fallecido. Mi hermana me llamó sollozando y lloré junto a ella por nuestra amada y majestuosa tigresa en miniatura.
Con los ojos hinchados llegué al aula de Cálculo 1, una materia que llevaba por 3era vez. No podía jalar otra vez, pues me echarían de la universidad. Un día de mierda, desde luego. No me importaba la clase, pero sí el cómo se lo diría a mi familia.
- ¿Por qué siempre te revuelcas en tu tristeza? - la dulce voz de Leah, cargada de burla y reproche, me sacó de mis pensamientos. Mi enamorada, un ser de luz. No como yo.
- ¿Qué quieres decir? -le pregunté.
- Escuchas canciones tristes en un día ya triste de por sí. Sumida en tu dolor, en silencio y durante horas. Sé que te gusta sufrir, pero tampoco te pases. Yo también he tenido un mal día, pero no me quedaré así. Se me pasará bailando. Pon una canción más alegre, de esas que me gustan.
La miré y le regalé una sonrisa triste. Tomé sus pequeñas manos entre las mías. Somos tan diferentes. A menudo me pregunto qué vio en mí, en esta chica melancólica y extraña. Ella es el arcoíris y yo una nube de lluvia. Pero, como es bien sabido, después de la lluvia viene el arcoíris.
-Un rato más, por favor. Me ayuda, aunque no lo creas. - le supliqué.
- ¿Cómo?
- No me siento tan sola. Gracias a estas canciones sé que la tristeza es humana, me permite aceptarla y abrazarla. Además, menos por menos es más.
- Está bien. Sí, tienes un día de pesadilla - aceptó. Acto seguido, me besó y me abrazó como solo ella sabe.
- Siento mucho lo de Minerva. Amabas a tu gatita. Lo de la universidad también. Todo está de cabeza, el mundo se derrumba y nosotras aquí.
Terminó la canción y empezó "Keep Breathing", del soundtrack de mi serie favorita "Grey's Anatomy". Cuando esta acabó, Leah puso una canción de K-pop de la playlist que le regalé en su cumpleaños, el 28 de noviembre. Le di mi audífono y ella empezó a bailar por toda la habitación. Los maderos secos rechinaban cuando sus pies tocaban el suelo. Yo contemplaba el maravilloso espectáculo desde el colchón. Me encantaba verla bailar, se veía especialmente hermosa y llena de vida.
- ¿De qué modo tuviste un día de mierda y por qué no me contaste?
- No tiene sentido traerlo a la conversación, en serio. También me dieron de baja en un curso, pero no me importa porque me iré de aquí. Estudiaré en otra ciudad. Ya aceptaron mi solicitud de transferencia.
-¿Cómo? ¿Cuándo lo supiste?
- Recibí el correo hace un par de días, pero me quise quedar contigo unos días más. Quise decírtelo, pero no sabía cómo.
- ¿A qué hora te vas?
- El bus sale esta noche a las 10.
Apenas eran las 4. Nos quedaban 6 horas juntas. Me quedé pensando largo rato hasta que se me ocurrió una idea: me voy con ella. No hay nada qué perder, ¿cierto? Odiaba mi carrera, tenía el riesgo de ser expulsada de la institución y Minerva estaba muerta.
- Voy contigo.
- ¿Segura?
- ¡Claro! Nada me ata aquí. Además, soy capaz de seguirte hasta el fin del mundo si me lo pidieras.
Leah me sonrió emocionada. Sus profundos ojos, negros como el ébano, eran capaces de atravesar los límites del cuerpo y llegar al corazón. Sería capaz de sumergirme en ellos por la eternidad. Aquella noche, el bus salió a la hora señalada rumbo a Cambridge, pero nunca llegó. Un trágico accidente de tránsito en la carretera la apartó de mi lado para siempre. Toneladas de metal aplastaron mi corazón y lo partieron en mil pedazos, pero no me mataron. La muerte hubiese sido ideal, pues así mantendría la promesa que le hice: "Seguirla hasta el fin del mundo".
Hoy, siete años después de su partida, escribi este relato desde mi apartamento en Cambridge mientras escucho la canción de Oasis que me lleva a aquella tarde que compartimos antes de perderla para siempre.