Colmena de muertos #1

Capítulo 15

Caminaron por las calles vacías sin un rumbo fijo; como les había dicho Ethan: sin hacer ruido. Raina de vez en cuando volteaba para mirar a Clarisse, porque la verdad, no confiaba mucho en que ella se quedara en completo silencio. 

De vez en cuando escuchaban sonidos raros, o no tan raros, porque ahora sabían de quienes podían provenir.

La verdad Raina se sentía como en una verdadera película de ficción, solo que esta vez no era una película ni era ficción. Lo estaba viviendo. Deseaba ser una actriz aunque eso en realidad no le apasionara, deseaba que fuera una pesadilla o algo así para poder despertarse y regresar a su solitaria casa. Aunque estos cinco años le habían enseñado que en realidad no le gustaba estar sola, eso era lo único que le había gustado en todo ese tiempo. Ahora sabía que se sentía más tristeza cuando sus padres se iban y la dejaban sola en casa. Pero en ese momento estaba con tres personas, y sólo conocía a una como la palma de su mano, le tocaba aprender sobre las otras dos.

Por otro lado, Ethan ahora tenía un motivo para no seguir con su adicción, aunque una parte de él lo dudaba, tal vez en cuanto viera una botella de alcohol saltaría a ella. No lo sabía. La vida estaba llena de sorpresas. Esos empujones que te da la vida pueden ser buenos y malos, pero debes aprender a lidiar con ellos y aquellas lecciones que te dejan. 

Clarisse se sentía mucho mejor que hace un par de días. Raina y ella eran libre, pero las "aventuras" aún debían seguir. Ayudaría en lo que fuera necesario. Y haría lo que fuera. Estaba decidida a seguir adelante y devolverle la felicidad al mundo. La culpa la seguía, y no estaba segura de cuándo se iría. Pensaba que lo único que haría que ese sentimiento se fuera sería restaurar el mundo, porque, en parte, lo que había pasado era su culpa. Clarisse había arruinado tantas vidas.

James se había vuelto un asustadizo, y sabía lo que podía encontrarse allá afuera. El reencuentro con las raritas le había dado cierta nostalgia. Recordó aquellos días en los que la gente lo admiraba, algunos le temían quien sabe por qué pero lo hacían. Cuando él era grande. Ahora se sentía como un ser indefenso, pero el orgullo no lo abandonaba y no dejaría que vieran su lado débil.

Varios ladridos los sacaron de sus pensamientos. Ethan les hizo una señal para que lo siguieran hasta la pared de un edificio para esconderse. Raina vio que Ethan se había asomado para mirar por la calle y después había soltado una grosería mientras preparaba su arma. Ella también miró y se encontró con un rottweiler de tres cabezas, lo primero que se le vino a la cabeza fue la palabra cerbero. Solo que éste no era gigante, y no era parte de la mitología, era real.

En el momento en el que Ethan le iba a disparar, sonaron los cañones de otras pistolas, unas balas que venían del lado contrario al que ellos estaban le dieron al perro en las cabezas. De entre los edificios del lado opuesto, salieron seis personas con trajes negros, algo desgastados, con máscaras antigás a pesar de que Nevada fuera un lugar con pocos niveles de gases tóxicos. El grupo de seis personas se acercó al perro y verificó que estaba muerto, lo pusieron en una bolsa negra y uno de ellos, el más pequeño en estatura, miró a los lados para ver si alguien estaba mirándolos, y los vieron.

James, Ethan, Clarisse y Raina no pudieron hacer nada. El grupo de seis se acercó a ellos deprisa, trataron de escapar pero fue en vano. Los tomaron por los brazos y los jalaron. Raina logró darle una patada a su secuestrador pero apenas logró que soltara un pequeño grito de dolor. No quería que alguien más la secuestrara, ya había tenido suficiente por cinco años. Sólo esperaba que algo en el secuestro que estaba viviendo fuera diferente al anterior. Les cubrieron las cabezas con bolsas negras y, después, como por arte de magia, cerraron los ojos hasta llegar al lugar.

Raina despertó en el piso de una habitación gris, que olía a que hacía mucho no era usada. Se levantó y vio que a lado tenía una ventana, a su mente llegó la posibilidad de salir pero se desvaneció esa idea en cuanto se dio cuenta que era de cristal blindad. Ella vestía ropas nuevas, unos jeans negros, una playera blanca de manga corta y unas botas cafés de montaña. Además, notaba que su cabello ya no estaba grasoso como antes y ella misma olía a bien. Ojalá nadie la haya visto desnuda. 

Se preguntó dónde estaban los demás; esperaba que estuvieran bien. No tenía idea dónde estaba. Por lo menos no en una habitación diminuta. Quería que algo pasara pronto para no tener que estar más tiempo en esa habitación.

Apenas se había recostado en la pared cuando la puerta se abrió y dos hombres altos la tomaron por los brazos y la condujeron a fuera de la habitación. Raina quería protestar pero sintió las emociones de ellos: felicidad a pesar de que no la mostraran. Tal vez les hubieran subido el salario o algo así. Porque ¿quién estaría contento por llevar a una prisionera a su ejecución o tortura? Eso la calmó un poco.

Las paredes de este edificio eran grises y se escuchaban muchas voces. Notó que los hombres trataban de llevarla por pasillos solitarios para que no se toparan con nadie. El ambiente ahí era muy diferente al de la Colmena, ahí se sentía agradable y hogareño. Tal vez ese sea el propósito, pensó Raina. Hacer un ambiente agradable para después lavarles la cabeza a los empleados. 

Tardaron bastante en llegar a su destino. A travesaron una puerta doble para encontrarse con una habitación igual a la de ella pero más grande y más oscura. Habían más personas con máscaras antigás en distintos puntos de la habitación, vigilando. Sus amigos estaban en tres sillas blancas, sentados sin decir nada, y en frente de ellos una mujer de unos cuarenta años con un cuerpo atlético y alta, su cabello castaño le caía por los hombros, pero tenía la cantidad de canas perfectas y esparcidas por el cabello, que hasta cierto punto le daban un aspecto elegante y de autoridad. Vestía una camisa gris de manga larga, un chaleco de piel de lobo y unos jeans sencillos con botas. 




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