Había sido una semana complicada. Estresante.
Entre reuniones interminables, cambios de último minuto en el proyecto, fallas en el PLC, y líneas de código que parecían estar bien un día y al siguiente dejaban de funcionar sin razón. Todo se sentía inestable, volátil. Y el fin de semana no había sido muy distinto: los fines de semana eran los únicos momentos en los que Carlos tenía oportunidad para ponerse al día con las labores domésticas, hacer las compras, adelantar comidas y, sobre todo, pasar tiempo con su hija.
Ambos días se habían ido volando entre tareas y pendientes, pero al fin había llegado el momento que tanto había estado esperando. El partido. Carlos llevaba semanas marcando este domingo en su mente: un juego importante entre los Rangers y los Maple Leafs. Era el primero que realmente ansiaba ver.
Le había tomado tiempo agarrarle cariño al hockey. Siempre fue más de fútbol. Pero desde que se mudó a Canadá, el hockey era tema constante en la oficina. No quería quedarse al margen, así que comenzó a informarse, a ver partidos, incluso a aceptar invitaciones para ir al estadio con sus compañeros. Era parte de ese esfuerzo silencioso por encajar, por formar parte de algo en un lugar que al principio se sentía tan ajeno.
Adaptarse no había sido fácil. En los últimos dos años, Canadá y sus costumbres le habían parecido otro mundo comparado con México. Pero con el tiempo, las diferencias comenzaron a sentirse menos lejanas, menos frías. Ahora, poco a poco, empezaba a encontrar cierta sintonía con sus colegas, con su entorno... con esta nueva vida.
Esa noche, Carlos había acostado temprano a Ana. Le emocionaba el partido, pero también quería cumplir con ella. Se tomó su tiempo para asegurarse de que estuviera dormida, pues tenía libros pendientes de leerle. Entre semana, solía quedarse dormido apenas empezaba a leer, y Ana, no dejaba pasar nada. Había ido apartando los libros que su papá no terminaba, como quien lleva una cuenta silenciosa.
Cada fin de semana le recordaba que era momento de ponerse al día con la lectura. Era una niña brillante, curiosa, con un amor enorme por los libros. Cada lunes iba a la biblioteca a buscar nuevas historias, ya fuera para leer sola o para que su papá se los leyera. Incluso intercambiaba libros con su amiga Olivia y se daban recomendaciones.
Aunque estaba empezando a leer por su cuenta, no tenía mucha paciencia. Quería entenderlo todo de inmediato. Por eso aún prefería que su papá se los leyera. El inglés no era su lengua materna, y aunque había mejorado mucho, a veces las palabras se le enredaban, pero con su padre, todo era más claro y más cálido.
Había sido difícil no quedarse dormido después del cuarto libro, pero Carlos lo logró. Ana cayó rendida antes que él, y pudo bajar por fin a preparar algo de botana para el partido. Incluso tenía ya frías un par de cervezas. Pero cuando encendió la tele... no había partido.
En su lugar, una pantalla negra con letras blancas anunciaba:
"FAVOR DE VER CANAL WORLD NEWS REPORT."
Carlos frunció el ceño, extrañado.
—¿Algún accidente en la pista?... No, no estaría en un canal de noticias si fuera solo eso... ¿un ataque? —dijo, intentando encontrar una explicación, aunque ya sentía un nudo formándose en el estómago debido a la incertidumbre.
Cambió el canal.
Y se quedó congelado por la imagen que lo recibió.
Los presentadores en pantalla parecían al borde del colapso. La mujer apenas podía hablar: temblaba visiblemente, las lágrimas le corrían por el rostro, y su voz, aunque intentaba mantenerse firme, era apenas un hilo que se quebraba por momentos.
Carlos, con la cerveza a medio camino, subió el volumen, sintiendo su pulso acelerarse.
—Los expertos... aún no tienen información precisa sobre el impacto —logró decir la presentadora, apretando los papeles entre sus manos temblorosas—, pero se estima que quedan entre 30 y 50 días... tal vez menos...
El miedo en su rostro era tan evidente, tan crudo, que Carlos sintió un vuelco.
Ella parecía contener el grito con cada palabra, mordiéndose el llanto para seguir hablando, a su lado, su compañero de noticias continuó al ver que su compañera tenía dificultades para continuar dando la noticia.
—El impacto... —susurró, con la mirada fija en la nada, los ojos opacos, rotos— es inminente... eso nos informan desde el Centro de Aeronáutica y Espacio... la probabilidad de colisión es... del 79%.
Ahí, los dos perdieron todo lo que quedaba de aquella máscara sin sentimientos que solían mostrar en cada noticia que Carlos había escuchado previamente en aquel canal.
La mujer se llevó la mano a la boca, y comenzó a sollozar, ya sin fuerzas para fingir profesionalismo. El hombre seguía hablando, pero con la voz de alguien que ya no está ahí. Su cuerpo aún respiraba, pero sus ojos estaban muertos. Había algo profundamente perturbador en él... como si su alma hubiera salido huyendo, dejando solo una cáscara frente a la cámara.
Carlos entonces rió, pero fue una risa hueca, seca, que apenas salió de su garganta.
—Debe ser una estúpida broma... —murmuró entre dientes, al tiempo que levantaba el control para cambiar el canal. Pero entonces notó que su mano temblaba. Todo su cuerpo estaba temblando. Apretó los dientes y cambió a un canal de noticias local.
Pero la noticia era la misma.
—...se cree que quedan al menos treinta días —decía una presentadora con una voz tensa, que intentaba sonar profesional. Pero sus manos, sobre el escritorio, temblaban con una desesperación que no podía ocultar. Apenas podía sostenerse.
Carlos cambió de nuevo el canal. Otro noticiero.
—¡ME VOY CON MI FAMILIA! —gritaba un presentador al borde de un colapso mientras abandonaba el set, lanzando su micrófono al suelo. La cámara, descontrolada por el movimiento brusco, mostró parte del equipo de producción. Todos estaban haciendo lo mismo: quitándose los audífonos, arrojando hojas, corriendo sin mirar atrás, parecía una estampida silenciosa, todos querían irse, todos querían llegar a casa.