Carlos notó que faltaban unos minutos para la conferencia para adultos y mandó a Ana a alistarse para el gran día. Le asignó la tarea de bañarse, elegir su ropa y empacar algunas cosas que quisiera llevar. Aunque sabía que más tarde necesitaría supervisarla, estas pequeñas tareas le daban tiempo para enfocarse en otro asunto urgente. Con un suspiro, subió el volumen de la televisión, dispuesto a prestar atención a la conferencia que estaba a punto de comenzar.
Un mensaje aparecía en pantalla, anunciando la transmisión que iniciaría en unos minutos:
"Conferencia sobre política, bolsa de valores e impuestos."
Pocos minutos después, el rostro del primer ministro apareció en pantalla. Su expresión grave y cansada reflejaba el peso de la situación. Carlos notó el sutil temblor en su voz al agradecer a la población:
—Quiero comenzar agradeciendo a todos por mantener la paz en estos momentos tan caóticos. Deseamos preservar esta calma todo lo posible... si es posible, hasta el final.
Hubo una breve pausa, como si buscara fuerzas para continuar. Luego, retomó con firmeza:
—Como mencionamos en la conferencia anterior, estamos trabajando para respetar las últimas voluntades de las personas. Quienes no deseen esperar a que Kairo llegue, podrán optar por finalizar este proceso de forma anticipada en cualquier hospital autorizado. Estos brindarán el servicio de manera segura e indolora. Podrán identificarlos por una bandera roja colocada en el exterior.
Carlos sintió un nudo en el estómago al escuchar esas palabras. El aire se volvió más denso en la sala, pero no apartó la vista de la pantalla. Desde el baño, el canto alegre de Ana llegaba como un eco distante, tan ajeno a la gravedad de lo que escuchaba. Carlos casi deseaba que todo fuera una pesadilla, pero la realidad seguía su curso, inmutable.
—Para aquellos que prefieran no acudir a un hospital, podrán recoger el equipo necesario en las estaciones de policía o en los hospitales con la misma bandera roja. El equipo es de fácil manejo para que puedan hacerlo directamente en sus hogares. Solo deberán completar un formulario indicando la ubicación donde se llevará a cabo, y mantener la banda roja puesta en la cabeza antes y durante el proceso, para corroborar sus intenciones. Esto permitirá a nuestro personal recoger los restos en un plazo no mayor a dos días. Les pedimos comprensión al llenar dichos formularios; deseamos mantener la paz para la población... especialmente para los niños. No dejemos que se den cuenta de la realidad, que se llenen de temor e incertidumbre en estos últimos días... como nosotros.
Carlos respiró hondo. Sentía algo de alivio al saber que, incluso en medio de la desesperanza, se estuviera pensando en los niños.
—Quienes deseen participar como voluntarios deberán portar una banda blanca en la cabeza. Los sistemas de voluntariado estarán disponibles en todo comercio, institución, fábrica, hospital, parque, zoológico, estación de radio, televisora, entre otros. Todos serán identificados por una bandera blanca en el exterior.
El primer ministro hizo una pausa más larga esta vez, observando a la cámara con una mezcla de pesar y determinación, antes de continuar:
—Por otro lado, una banda amarilla indicará a las personas que están cumpliendo metas. Estas bandas son importantes para ayudarnos a entender y respetar las voluntades de la gente —el presidente suspiró, mirando hacia arriba como si intentara contener las lágrimas. Con voz entrecortada, continuó—: Por favor, no permitamos que los menores sean conscientes de la gravedad de estos últimos días. Conservemos, al menos para ellos, la ilusión de unas vacaciones felices.
El mandatario suspiró lentamente y continuó:
—También se proporcionará medicamento para dormir a todo interesado. Este garantiza que un adulto duerma por un periodo mínimo de 18 horas y un niño, por un mínimo de 24 horas. Será para quienes deseen cumplir sus metas libremente y no sentir la angustia cuando Kairo impacte en nuestro mundo. Haremos nuestro mejor esfuerzo para mantener la luz, el gas y el agua el mayor tiempo posible. Esperamos lograrlo con el apoyo de los voluntarios. Les pido atentamente que no sucumban al pánico... Intentemos ser humanos por lo menos antes de morir.
La voz del mandatario se quebró en la última palabra. Un largo suspiro lo precedió, como si el peso de la situación lo hubiese derrotado. Luego, simplemente no pudo más: rompió en llanto mientras bajaba del escenario, dejando a la nación sumida en un silencio sepulcral.
La cámara se mantuvo fija por un largo momento, como si no quisiera soltar la imagen del líder roto. Finalmente, las imágenes cambiaron, mostrando calles y tiendas que mantendrían sus servicios gracias a voluntarios, identificados por banderas blancas en el exterior. Uno de esos lugares era, aparentemente, el canal de televisión. Una pareja de adultos mayores daba las noticias con una serenidad conmovedora, su calma casi irreal en contraste con lo que acababan de anunciar.
Carlos apenas registró esas últimas imágenes. Sus pensamientos seguían atrapados en el llanto del presidente, y por un momento se sintió incapaz de moverse. Después, escuchó los pasos veloces de Ana bajando por la escalera. Instintivamente, apagó el televisor y se giró justo a tiempo para verla entrar en la sala con un bonito vestido rojo, botas negras de lluvia, un sombrero y su mochila llena hasta el borde.
—Te ves hermosa, princesa. Pero, ¿por qué tu mochila se ve tan pesada?
—Le prometí a Olivia que le prestaría mis libros de cuentos, y ella me prestaría los suyos.
—Claro, Olivia... Bueno, entonces debemos apurarnos y llevarle esos libros. Tal vez también debamos invitarla al zoológico con nosotros. ¿Qué te parece?
—¡Siií! Vámonos... ¡Oh, casi lo olvido! —exclamó mientras corría de vuelta al segundo piso.
—¿Se te olvidó algo?
—¡Sí, mi cámara! Necesito tomar muchas fotos.