Era un domingo por la tarde en el suburbio tranquilo donde vivía la familia de Olivia, los Lavoie. Un lugar que, hasta ese día, parecía un refugio seguro frente a la tormenta que se acercaba. Había un partido importante programado esa noche, y Mark, como de costumbre, esperaba disfrutarlo con Sarah, su esposa, una vez que los niños estuvieran dormidos.
Mark se encargó de bañar y acostar a sus hijos mientras su esposa, Sarah preparaba las botanas, al asegurarse de que sus hijos estaban en sus respectivos cuartos bajó las escaleras con una sonrisa en el rostro, se debatía entre tomar una cerveza o esperar a que su equipo ganara para celebrarlo con más sabor.
Pero sus pensamientos se desvanecieron en un instante.
Sarah estaba tirada en el sofá, inmóvil. Mark sintió un golpe seco en el pecho, como si el mundo se hubiese frenado de golpe. Corrió hacia ella sin pensarlo, un miedo sordo abriéndose paso por su espalda. La llamó por su nombre, agitó suavemente sus hombros. Apenas pudo moverla un poco cuando una voz lo sacó de su trance:
—El impacto es inminente, aunque aún se calculan detalles más exactos sobre su trayectoria para brindarnos un tiempo más exacto—Dijo una periodista con la voz temblorosa.
Se giró, confundido. El televisor seguía encendido. El canal de noticias mostraba a una reportera de rostro pálido, que hablaba con un tono quebrado y urgente.
Mark se alejó lentamente de su esposa y ahora su vista estaba fija en la pantalla, sin respirar, sin parpadear, como si algo invisible lo estuviera sujetando por dentro. Las palabras resonaban fuertemente en sus oídos.
Una línea roja en la parte inferior del noticiero repetía el mismo mensaje: "Impacto previsto en 30 a 50 días. Autoridades piden mantener la calma".
—Esto debe ser una broma... una muy mala broma —murmuró, más para sí que para alguien más—. ¿Dónde está el partido? Debería ser noche de partido, no de bromas. ¿Cómo que impactará la Tierra? ¿Cómo que ya no hay nada que hacer?
Sus pensamientos se aceleraron.
Mis hijos...
Liam solo tiene 10 años. No sabe ni siquiera qué quiere ser de grande.
Y Olivia... mi pequeña Olivia apenas cumplió 6 hace dos semanas. Aún duerme con su osito de peluche. Aún me pide que compruebe que no haya monstruos debajo de su cama o en su closet...
Con las manos temblorosas, comenzó a cambiar de canal frenéticamente. Uno, tras otro pero... no había escape. Todos los canales mostraban lo mismo: mapas, gráficos, expertos hablando entre sollozos, reporteros con el rostro desencajado. No había ninguna negación, cada canal hablaba sobre este cruel final.
Mark se dejó caer en el sofá, sintiendo cómo las fuerzas lo abandonaban. Su pecho subía y bajaba de forma errática, sus ojos abiertos, pero sin ver. El peso de la desesperación era tan denso que ni siquiera podía procesar si estaba respirando.
Entonces recordó a su esposa.
—Sarah... —la llamó, débilmente.
Volteó hacia donde ella había estado hace apenas unos momentos, pero el sofá estaba vacío.
Su voz apenas fue un susurro, cortado por el miedo—¿Sarah?
Un ruido detrás lo hizo girarse lentamente.
Sarah estaba de pie, mirándolo. Pero algo en ella era distinto. Muy distinto. Su mirada no tenía amor, ni angustia, ni siquiera rabia. Era un pozo sin fondo. Un vacío que helaba la sangre.
Dio un paso hacia él y murmuró, con una calma tan inhumana que el aire pareció detenerse:
—Quiero el divorcio... puedes quedarte con los niños.
Mark parpadeó, sin entender. Su cerebro se negaba a conectar esas palabras con la mujer que había amado, con la madre de sus hijos.
¿Qué estaba diciendo? ¿Quedarme con los niños?
Antes de que pudiera reaccionar, sintió un dolor agudo y caliente en el cuello. Sus manos volaron instintivamente hacia la herida, sintiendo cómo la sangre brotaba a borbotones. Un sabor metálico llenó su boca.
Se tambaleó, sintiendo cómo su visión se nublaba.
Imágenes de Olivia y Liam se agolparon en su mente como un último refugio: sus risas, sus abrazos, las noches en familia, sus cumpleaños, los dibujos colgados en el refrigerador.
Mientras comenzaba a perder el conocimiento, vio cómo su esposa se alejaba con calma, caminando hacia las escaleras como si nada hubiese ocurrido.
Entonces lo entendió.
Entendió a que se refería con quedarse con los niños...
Aún no había terminado.
Mark quiso gritarle, suplicarle que se detuviera, pero su voz era solo un eco atrapado en su garganta. Sus piernas no respondían. Cada segundo que pasaba era un océano de impotencia.
Pero debía detenerla.
Haciendo uso de una fuerza nacida del amor y el pánico, comenzó a arrastrarse. Su cuerpo pesaba como si fuera de plomo, pero su voluntad era más fuerte.
Avanzó unos centímetros y luego se dio cuenta que había avanzado un par de metros.
Cuando al fin llegó a las escaleras, su brazo se estiró con desesperación, como si pudiera alcanzar el futuro con la punta de los dedos.
Pero entonces todo se oscureció.
Arriba, la puerta se cerró detrás de Sarah con un leve clic, como una sentencia final. El sonido fue sutil, casi elegante. Y en ese instante, el destino de los pequeños Liam y Olivia quedó sellado para siempre.