El resto de la tarde transcurrió como un parpadeo fugaz, lleno de risas y momentos que Carlos intentaba capturar con cada clic de la cámara. Los niños, emocionados por la experiencia, corrían de un lado a otro mientras daban de comer a los rinocerontes y las cebras, lanzando zanahorias y hojas con entusiasmo.
Incluso los peces en el acuario recibieron su ración de alimento, mientras los tres pequeños observaban fascinados cómo las criaturas acuáticas se arremolinaban en el agua cristalina, sus miradas reflejando la magia del momento.
Sin embargo, lo que realmente despertó la emoción más pura fue la zona de las aves. Los pavos reales, con su plumaje brillante, captaron la atención inmediata de los niños. Su insistencia por alimentarlos fue tal que ni Carlos ni Harry pudieron resistirse. Si no fuera porque las últimas películas de la cámara estaban casi agotadas, probablemente los pequeños habrían exigido dar de comer a cada criatura del zoológico.
Harry observaba con una sonrisa, evidentemente contagiado por el entusiasmo infantil. Cuando los rostros de los niños comenzaron a mostrar señales de cansancio mezclado con la tristeza de que el recorrido estaba llegando a su fin, Harry, como si hubiera estado esperando ese momento, les recordó la recompensa prometida: conocer a Tobi, el panda.
Cuando llegaron al área de los pandas, Harry hizo un gesto hacia un cuidador cercano, quien permitió que se acercaran más de lo habitual. Carlos, que no era muy dado a las fotos, insistió en capturar ese momento con los niños. Pero esta vez, también quiso incluir a Harry.
—Tienes que estar en las fotos —dijo Carlos con firmeza, y los niños lo acompañaron ante su petición—. Debemos salir todos los compañeros.
—¿Yo? —preguntó Harry, visiblemente sorprendido—. Bueno, está bien, pero quiero al menos una copia como recuerdo.
Otro cuidador del área fue el encargado de tomar las fotos. Los niños posaron con entusiasmo, y Harry, aunque al principio parecía algo incómodo, se dejó llevar por la alegría del momento. Entre risas, decidieron hacer poses graciosas, como si los pandas fueran parte de la pandilla, y hasta Carlos se permitió soltar una carcajada sincera ante las ocurrencias de los pequeños.
Los pandas, tranquilos como siempre, parecían indiferentes a toda la atención, pero su presencia era suficiente para completar el día.
Había llegado la hora de despedirse. Carlos estrechó la mano de Harry con fuerza, sintiendo una extraña mezcla de gratitud y algo más que no podía identificar. Un reconocimiento silencioso por todo lo que había vivido en ese día.
—Gracias por todo, Harry —dijo con firmeza, aunque un nudo en la garganta lo hizo consciente de que el día había tenido un impacto más profundo del que imaginaba.
—Gracias a ustedes. Momentos como hoy me hacen recordar por qué quise ser cuidador en el zoológico —respondió Harry, con una sonrisa que apenas ocultaba un dejo de tristeza—. Y a ustedes también, pequeños, gracias por su ayuda el día de hoy.
—De nada. Después de estas vacaciones volveremos a ayudar —dijo el pequeño Grayson, mientras Ana y Owen asintieron con entusiasmo.
Harry hizo una pausa; por un momento su sonrisa quiso desaparecer, pero antes de que los pequeños se dieran cuenta, forzó una aún más grande.
—Me encantaría volver a tener a unos compañeros tan buenos como ustedes. Disfruten sus vacaciones.
Durante el corto trayecto en coche desde el zoológico a la escuela, los pequeños se quedaron profundamente dormidos, sus cuerpos pequeños inclinados en ángulos desordenados pero cómodos. En el interior del carro reinaba un silencio no pesado ni incómodo, sino una calma serena que parecía envolverlo todo, como si incluso el mundo exterior estuviera en pausa. El motor ronroneaba suavemente mientras el paisaje pasaba desapercibido para los ocupantes.
La profesora Leah, que iba en el asiento del copiloto, rompió el silencio con una sonrisa. Giró ligeramente hacia Carlos, observándolo de reojo mientras sus manos seguían firmes en el volante.
—Gracias por este día —dijo con un tono cálido y agradecido—. Hacía mucho que no iba al zoológico y, la verdad, nunca había alimentado animales... ¡mucho menos me había besado una jirafa! —soltó una carcajada ligera, recordando el inesperado y baboso encuentro.
Carlos soltó una risa sincera, como si el peso que cargaba hubiese disminuido por un momento.
—Jajaja, bueno, gracias a usted por acompañarnos. Aunque las horas pasaron volando, ¿no estarán preocupados los padres de Owen y Grayson? —preguntó, lanzando una mirada breve al retrovisor, donde los niños dormían plácidamente.
Leah negó con la cabeza y soltó una pequeña risa.
—Jajaja, no. De hecho, me llamaron hace un rato diciendo que apenas irían por ellos a la escuela. Les preocupaba que los niños estuvieran aburridos, pero les conté que estábamos en el zoológico... y bueno, le mandan saludos. —Terminó la frase con una sonrisa cómplice.
El recuerdo de las propuestas de los padres lo hizo reír de nuevo, con algo de incredulidad y una ligera sensación de desconcierto. ¿Cómo había terminado en medio de todo eso? Su risa, aunque nerviosa, le sirvió para soltar algo del peso que había estado cargando.
—Creo que solo les dejaré a usted y a los niños en la entrada... no creo ser capaz de verles la cara después de tales... ofrecimientos —comentó en un tono medio en broma, medio en serio, con una sonrisa irónica en los labios.
Leah lo miró con curiosidad y continuó:
—Bueno, si llega a estar interesado recuerde que no solo ellos quieren verlo. También la señora Boucher, la señora Tremblay y los señores Pelletier.
Carlos la miró sorprendido, sus cejas levantadas.
—¿Los señores Pelletier?
—Sí, los padres de Ryan. Ambos están muy interesados en verlo... sobre todo el señor Pelletier.
Carlos se ruborizó y comenzó a toser ligeramente por la sorpresa; su voz salió algo aguda cuando por fin pudo hablar luego de unos segundos.