Colores

Alegría en el fin del mundo

Helena había crecido en un pequeño pueblo llamado Agua Fría en Nuevo León, en una familia que siempre había vivido con poco. Su padre, un hombre trabajador y honrado, había quedado postrado en coma después de caer del techo mientras arreglaba el mismo. Desde entonces, el peso de sacar adelante a su familia recayó sobre ella, apenas teniendo 16 años. Con una determinación que pocos entendían, Helena se propuso no solo sobrevivir, sino ofrecerles a los suyos un futuro mejor.

Pese a las carencias, logró abrirse paso y estudiar enfermería, trabajando durante las noches para pagar sus estudios. Su esfuerzo rindió frutos cuando consiguió un puesto en un hospital de Toronto, Canadá. Aunque estaba lejos de casa, sabía que este sacrificio era la mejor manera de enviar dinero a su familia. Pero las cosas no fueron como esperaba.

Su padre fue abandonado en un asilo apenas se fue de México y falleció poco después solo en el mismo, aunque esto no impidió a su madre y hermano continuar exigiendo dinero durante un par de años más con la excusa de que su padre requería de tratamientos y medicamentos muy caros, aunque claro, ese dinero iba realmente a pagar vacaciones, ropas de marca, artículos de lujo y muchas comidas en restaurantes caros.

En busca de ayudar a su familia consiguió dos trabajos adicionales. Por las mañanas atendía mesas en un restaurante y por las noches atendía pacientes en el hospital y en sus días libres, ayudaba a retirar nieve de las entradas de los hogares en temporada de invierno o cuidaba los jardines en temporada de verano de vecindarios aledaños. Pero todo ese esfuerzo empezó a pasarle factura.

Primero fue un leve malestar en su costado, algo que parecía inofensivo. Luego llegó un cansancio persistente, una fatiga que ni las horas de sueño lograban aliviar. Se decía a sí misma que era el resultado de tantas horas trabajando, pero el malestar no cedía. Su apetito desapareció, algo que ella atribuyó a lo pesado de los almuerzos del hospital, tal como su madre le decía cuando la llamaba para exigir más dinero.

El punto de quiebre llegó una mañana. Helena, adormilada después de otra noche difícil, fue al baño. Al mirar el inodoro, el mundo parecía detenerse. Allí estaba: sangre en su orina.

El diagnóstico llegó frío y devastador: cáncer renal avanzado en etapa II. Su única esperanza era un trasplante. Consciente de la gravedad, Helena llamó a su madre, buscando apoyo. Pero entonces un hombre desconocido contestó el teléfono, Helena supuso que se trataba del enfermero que cuidaba de su padre y, con la voz temblorosa, le pidió que lo pusiera al teléfono. Desde el accidente, su padre no había podido recuperar el habla, pero a Helena siempre le daba fuerza que la escuchara, imaginar que la consolaba o apoyaba en silencio como lo hacía antes.

Pero antes de que el hombre respondiera, Helena escuchó al fondo la voz de su madre, cálida y cariñosa, llamando al hombre con apodos amorosos. Algo no encajaba, y el corazón de Helena comenzó a latir con fuerza. Entonces, intentando ser sigiloso, el hombre preguntó en voz baja:

"Amor, ¿por qué tu hija me pide que le pase a su padre muerto?"

Las palabras fueron un golpe seco, como un balde de agua helada. Helena sintió cómo el suelo desaparecía bajo sus pies. ¿Qué estaba diciendo ese hombre?

Helena escuchó cómo su madre respondía sin titubear: "Es más fácil pedirle dinero así".

En ese momento, todo se volvió confuso y terrible. Helena se quedó paralizada, incapaz de procesar lo que acababa de oír. Su madre tomó el teléfono y, como si nada hubiera pasado, la saludó con el tono de siempre, como si la mentira no fuera más que un detalle insignificante.

Helena, rota por la rabia y la traición, apenas pudo articular unas palabras antes de colgar. Todo en lo que había creído, toda la fuerza que había reunido a lo largo de los años, se desplomó en un instante.

No pasó mucho tiempo antes de que su madre devolviera la llamada. Helena, todavía conmocionada, respondió, y lo que escuchó la dejó sin palabras: su madre, con la voz despreocupada de siempre, le hablaba emocionada sobre cómo su hermano había encontrado una oferta excelente para un auto nuevo. "Lo mejor", continuó Juana, "es que negociamos los pagos para que no te resulten tan pesados. Será perfecto para los traslados de tu papá".

Al escucharla mencionar nuevamente a su padre, Helena no pudo contenerse más. Con un tono helado, enfrentó a su madre y le reveló la verdad que acababa de descubrir.La respuesta de Juana fue tan fría como devastadora: "Era más fácil pedirte ayuda así. Temíamos que, si sabías la verdad, dejarías de enviar dinero y regresarías a México".

Helena sintió cómo todo dentro de ella se rompía. Apenas logró balbucear una despedida antes de colgar.

Desesperada por respuestas, contactó a una amiga de la infancia que aún vivía en Agua Fría. Lo que esta le contó hizo que el golpe fuera aún más profundo: la casa de sus padres había sido completamente reconstruida; su hermano, lejos de estar estudiando en la universidad como le habían hecho creer, llevaba años sumido en una vida de excesos, gastando el dinero en alcohol, mujeres y lujos innecesarios.

Y entonces, llegó la peor parte: el hombre que había contestado el teléfono no era un enfermero ni un cuidador, sino el nuevo joven novio de su madre, a quien ella mantenía y llenaba de regalos caros. Peor aún, su padre no había sido cuidado como le habían dicho. Había sido abandonado en un asilo, donde murió en soledad poco después.

Helena no podía creer lo que escuchaba. Los últimos tres años de su vida habían sido una mentira. Todo el sacrificio, las noches sin dormir, las privaciones que se impuso creyendo que ayudaba a su padre y su familia... todo había sido un engaño. Habían traicionado su confianza, abandonado a su padre y la habían utilizado para alimentar una farsa que le costó todo lo que tenía para dar.

A las pocas semanas de dejar de enviar dinero, comenzaron las llamadas de su madre y hermano, reclamando el dinero e insistiendo en que no podían mantenerse sin ella, ya que su hermano acababa de perder su trabajo. Helena, ya conociendo la verdad, les dijo que ya no mantendría a su hermano alcohólico, a las mujeres de su hermano y mucho menos los viajes y regalos del nuevo novio de su madre.



#2255 en Otros
#176 en Aventura

En el texto hay: apocalipsis, findelmundo, padresoltero

Editado: 16.06.2025

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.