Carlos se quedó analizando las palabras de James. No sabía qué decir, no sabía si correr, si gritar... no sabía qué hacer. ¿Era una especie de broma? No, era imposible. James no parecía ser del tipo de persona que llevaría a otro hombre a un cuarto de suministros solo para jugarle una broma. ¿O sí?
—...Pero... pero no tiene sentido. ¿De qué sirve un trasplante si todo acabará? —preguntó Carlos, con la esperanza de que James se riera, confesara que todo era un mal chiste.
—¿En verdad crees que todo está perdido? —preguntó James, clavando en él una mirada intensa, pero antes de que Carlos pudiera responder, unos gritos estallaron desde el pasillo.
—¿Dónde está James? —gritó una mujer.
—No sé, pero traigan a quien sea. No podemos dejar que muera sin retirarle todo. Es AB negativo —respondía otra, con desesperación.
James tomó el brazo de Carlos y lo arrastró fuera del cuarto. Una de las mujeres los vio y gritó con enojo:
—¡Al fin! Deja de jugar y ve al quirófano. ¡No hay tiempo!
Carlos apenas alcanzó a verla de reojo antes de que James comenzara a correr, obligándolo a seguirle el paso ya que lo sujetaba del brazo. Mientras atravesaban el pasillo, James intentó hablarle con urgencia, como si necesitara justificar lo que estaban a punto de presenciar.
—Sé que suena cruel, sé que parece inhumano… pero incluso en este caos, aún hay algo que no hemos perdido... la esperanza, porque aunque el mundo grite que nos queda poco, hay quienes creemos que tal vez, sólo tal vez, ocurra un milagro. Y sí, quizás es absurdo, quizás nos aferramos a una ilusión cuando sabemos que viene un meteorito enorme a enterrarnos a todos en ceniza… pero dime, Carlos, ¿qué nos queda si dejamos morir también la esperanza?
Carlos lo escuchaba, dudando. Comprendía ese anhelo irracional de aferrarse a algo, pero no entendía qué tenía que ver con arrancar órganos a personas que ya no querían esperar ese milagro.
—¿Por qué no simplemente cumplen el deseo de los banda roja? —preguntó Carlos.
James se detuvo un instante, lo miró como si le doliera la pregunta y respondió:
—¿Sabes cuántas veces he visto a una madre al borde del abismo, arrodillada en una sala de espera, rogando con la voz rota por un milagro? —la voz de James se quebró, pero eso no lo detuvo a continuar hablando— ¿A una esposa que llora en silencio porque su compañero ya no respira por su cuenta?...Hermanos que se aferran a promesas de regreso que nunca llegan. Todos buscando un solo respiro: un riñon, un pulmón...un corazón...
Carlos no se atrevio a hablar, lo que james decía era algo que el no comprendía, el afortunadamente nunca había necesitado de un transplante y tampoco nadie de su familia lo había necesitado, asi que no, no había considerado eso antes. James entonces continuo hablando ante la falta de respuesta de Carlos.
—¿Y sabes qué escuchamos nosotros cuando no hay donantes? —la rabia y el dolor teñían cada sílaba que él pronunciaba—¿Risas? ¿Agradecimientos?...no, en esos momentos es donde realemnte escuchas la desesperación de las personas, el dolor y por ultimo la nada...escuchas como la persona muere y con el muere algo en su familia...¿Sabes qué es lo peor de todo? ... los días contados, estas vidas que se mantuvieron suspendidas en una lista donde cada órgano cuenta, donde más del 80 % de las donaciones vienen de muertos, y aún así... miles mueren cada año sin una sola oportunidad .
Carlos siguio escuchando en silencio a James.
—Y ahora imagina que no hay opción, que no hay tiempo, que no queda otra salida... ¿Lo entiendes? —su voz era un suspiro sofocado—. Lo que hacemos aquí no es crueldad: es la desesperación personificada. Aprovechar lo que hay cuando ya no parece haber un futuro.
Carlos entonces se atrevio a hablar.
—...pero y si realmente no hay futuro? todo esto será en vano
—No, no será en vano, con esto traemos algo de esperanza a aquellos pacientes que llevan años esperando su transplante, damos un poco de tranquilidad a sus familiares, con esto podemos permitir que ese familiar despierte con una bocanada de vida más, que recupere algo de salud aunque todo parezca perdido...y si...si acaso nos espera un milagro...todo esto solo traera felicidad tanto a los pacientes como a sus seres amados, brindaremos vida a quienes no tenían ninguna oportunidad de conseguir sus transplantes...y ...si acaso no hay un milagro esperandonos, entonces habremos brindado algo de paz antes de que todo este realmente perdido...
Mientras Carlos reflexionaba las palabras de James, ya habían cruzado las puertas del quirófano, no se habia dado cuenta pero el hedor a sangre lo saco de sus pensamientos.
—Cúbranos —ordenó James al personal.
Un par de enfermeras se acercaron y los cubrieron con batas, guantes estériles, mascarillas y gorros quirúrgicos. Carlos intentó concentrarse en los movimientos de las enfermeras para evitar mirar hacia la mesa de operaciones, aunque aun por el rabillo del ojo logrqaba ver una figura que se agitaba violentamente.
Cuando finalmente no pudo evitar mirar, lo vio: un joven, probablemente de su edad, estaba amarrado a la camilla. Sus brazos forcejeaban por soltarse, sus ojos estaban abiertos de par en par, su boca deformada por el terror.
—¡YO NO QUERÍA MORIR ASÍ! ¡SUÉLTENME! ¡CAMBIÉ DE OPINIÓN! —gritaba.
Una mujer con bata y pinzas temblorosas lo miró.
—¿Es él el refuerzo?
James asintió.
—Ayúdanos a inmovilizarlo —dijo otro joven, acercándose con un bisturí ya manchado de sangre.
—¡NO! ¡YA NO! ¡QUIERO DORMIR! ¡QUIERO MORIR, PERO NO ASÍ! ¡DÉJENME!
Carlos no podía moverse, estaba paralizado.
—La anestesia no funcionó. Se activó demasiado pronto —dijo uno de los médicos, como si hablara de una máquina averiada.
—Es AB negativo. Caso nivel verde. Necesitamos tu ayuda mientras logramos sedarlo o... hasta que deje de moverse.
Carlos dio un paso atrás. Aquello no era medicina. Era una carnicería.