El Smiff, ese absurdo colegio con una gran cantidad de normas. En los últimos años ha aumentado la cantidad de chicos, podría decir que el 60% de estudiantes son hombres. Es de esperarse cualquier atrocidad como peleas en la salida o acoso escolar entre estudiantes de diferentes años en los pasillos. Para sobrevivir tienes que ser alguien asocial o muy popular, no existe el punto medio, quizás sí, pero son aquellos estudiantes "acosados". Este año, el Smiff ha implementado una serie de reglas para acabar con el acoso, y creo que ha funcionado poco a poco.
Mi nombre es Kalye Julson, soy una persona muy independiente, diría que soy individualista. Por suerte, estoy en el último año, quisiera decir que seré libre, pero hay un gran muro adelante llamado universidad. Detesto los libros clasista, odio leer textos académicos, sobretodo detesto estudiar sobre historia, ¿Cómo puedo estar segura de que un hecho que sucedió hace seiscientos años atrás, explicado en unas cuantas hojas, es totalmente cierto? Adoro la ciencia, el universo, y también aquellos fenómenos inexplicables.
Camino hasta la entrada del colegio y veo lo de siempre: idiotas cazando a una nueva víctima para molestar, una chica acosando a un chico que no quiere nada con ella, quizás sea gay y ella no lo sabe o tal vez él tiene interés en otra. Camino lo más rápido posible sin voltear mucho a los lados y llego al salón de matemática. Me doy cuenta que soy una de las primeras en llegar y me siento tres mesas atrás del pizarrón.
—¡Chica estelar! —grita Josh Treyd.
Doy un pequeño sobresalto. No me gustan los sustos.
—Kalye. —Digo sin mirarlo. Continúo sacando mis cuadernos de la mochila.
—Como sea, ¿puedes ayudarme con la tarea?
—Según tú, ¿por qué debería ayudarte?
Él pone su mano en mi hombro.
—Ya sabes, soy el único que te aprecia en este lugar. Ten un poco de compasión con este humilde ser que no sabe resolver estas ecuvaciones.
Volteó a verlo y pongo mis ojos en blanco.
—Ecuaciones.
—¿Ecuvaciones? —Me mira confundido.
—Se llaman ecuaciones.
—Okey... ¿Me ayudarás?
—No.
—¿Por qué?
—Porque te estoy ayudando a ser responsable.
Él suplica varias veces, pero no logra convencerme. Luego de estar dos horas escuchando a Julio, el profesor, quien explica de manera muy genérica las ecuaciones trigonométricas, salgo del salón y me siento en unas de las mesas del patio. Trato de no ver a mi alrededor, no quiero que alguien quiera venir a hablar conmigo solo por compasión o con alguna intensión más.
—De todos las mesas que hay tuviste que sentarte aquí, frente a Félix Garden, el más idiota de Smiff —dijo Mina, unas de las pocas amigas que tengo en el colegio —. No lo entiendo.
—¿Qué? Es guapo.
—Oh, sí. Rubio, alto, flaco... No me gustan mucho tus gustos —arrugó su cara.
—Olvídalo. ¿En dónde está Mily?
—Está con el chico de onceavo.
—Lo imaginé —sonrío.
—Dicen que Félix está saliendo con una chica de décimo.
No puedo evitar verlo, él voltea a verme, pero aparto la mirada al instante.
—Eso escuché.
—En fin, ya sabemos como es él. ¿Qué harás este fin de semana?
—Estar en mi casa, supongo— doy un sorbo a mi jugo de manzana.
—¿No quieres ir a la fiesta de Félix?
Suspiro.
—Quizás me anime.
Después de sobrevivir en la clase de historia, salgo del salón y mientras camino a la salida, recuerdo que tengo que buscar en el salón de pintura unos de mis cuadernos que olvidé la clase pasada. Sí, soy una persona que olvida el 80% de las cosas, incluso pienso que puedo sufrir Alzheimer a temprana edad. La mayoría de estudiantes se han ido, camino sola por el pasillo viendo de frente la puerta del salón. Llego, veo que no hay nadie adentro, pero de igual forma entro y me dirijo hasta el buzón de cosas olvidadas. Hay muchos cuadernos, solo uno de ellos es de color negro, así que lo identifico rápidamente, lo meto en mi mochila y la cierro. Observo un papel sobre unas de las mesas, atrapa mi atención inmediatamente, me acerco a leer lo que tiene escrito.
¿También quieres deshacerte de este colegio?
Me siento identificada.
—¿Hola?
Miró rápidamente a la puerta un poco nerviosa.
—¿Hola?
Un chico no muy alto, con el cabello de lado, lo tiene de color marrón claro, ojos verdes como la grama del patio, blanco y con un suéter azúl que le queda algo grande. Cruza la puerta.
Me quedó inmóvil mirándolo fijamente.
—¿También recibiste esa carta?
Cruzo mis brazos y lo miró confundida.
—¿Cuál carta?
—Oh, ¿quién eres? ¿Qué haces aquí?
—Vine a buscar mi cuaderno. ¿Tengo que preocuparme por algo?
—¿Por qué debería creerte?
—¿Por qué debería contestar las preguntas de un extraño?
Él comienza a reír.
—Bien —se acerca tanto a mi que me incomoda —. Soy Tom Kell.
Me quedo pensando un rato. No sé si darle mi nombre real o inventar uno. No estoy acostumbrada a lidiar con este tipo de situaciones, no me gusta tratar con extraños y menos en situaciones como estás que son aún más extrañas. Decido, aunque me odie por tomar está decisión, darle mi nombre real.
— Kalye Julson.
He escuchado ese nombre antes.
—Okey.
El chico se queda analizandome con su mirada profunda.