Colores mágicos ©

CAPÍTULO 3 - Un ónice muy peligroso

Profecías impuestas II

La cualidades innatas de una persona son precisamente eso, innatas, y como tal son tan puramente aleatorias que uno no sabe ni porqué ni cómo ha terminado adquiriéndolas. Pero de capacidades, poderes y aptitudes La Cruz del Sur siempre ha estado bien servida. No solo por el hecho que entrar en la escuela es casi un milagro en sí mismo sino que para seguir en ella, uno debe demostrar su valía día tras día. Para algunas terrenis puede resultar sencillo si poseen cualidades excepcionales desde su nacimiento pero para otras, la palabra fracaso acecha en su nuca y solo está esperando el más mínimo error para mandarlo todo al garete.

….

—Lo siento mucho, Megan —intentaba consolarla Lilah.

—¡Mis padres van a matarme! —se lamentaba ella entre sollozos.

—¡No es justo! Has hecho lo que has podido —le dijo su amiga abrazándola.

Por mucho que Lilah intentara amortiguar la tempestad, sabía que el mazo de los progenitores de Megan sería implacable. Los padres de todas las estudiantes de La Cruz del Sur provenían de grandes familias, con apellidos aún más pesados y reglas inquebrantables. Y aunque siendo realistas no todas eran igual de aptas ni cualificadas, ninguno de sus padres de esas estudiantes estaba dispuesta a admitirlo, al menos públicamente.

—¡Es inadmisible! —se quejó Megan mientras hundía su rostro en la almohada.

—No te preocupes, pronto me eliminarán a mí también —le contestó Lilah mientras le arrancaba la almohada para que dejara de llorar.

—¡Yo quería conocerlos! —le insistió Megan al recordar todo lo que había perdido.

—Alysa los conocerá por todas y nos los presentará —le dijo pícaramente Lilah mientras le mandaba un beso al aire a la número uno de la clase.

—A mí no me metáis en esto —les contestó ella cerrando el libro que había intentado estudiar entre los sollozos de Megan—. Estos idiotas no me interesan lo más mínimo.

—¡Eres una aguafiestas! —le contestó Lilah frunciendo el ceño dramáticamente.

—¡Dejadme en paz de una vez! —les gritó Alysa saliendo de la habitación.

Ya hacía días que la escuela se le estaba haciendo más cuesta arriba que nunca porque a esas alturas del curso creía que ya casi se habría librado de su suplicio. Pero parecía que fuera quien fuera que estaba controlando su destino estaba dispuesto a torturarla hasta el último día de su graduación. Para Alysa, desde el primer día que había puesto los pies en La Cruz del Sur lo había sentido, esta escuela no estaba hecha para ella y los poderes con los que había nacido eran un craso error. 

Equivocados porque en todos los años no había hecho otra cosa que detestarlos, odiaba la envidia de los demás, los aplausos vacíos y falsos de sus superiores y la frase más común que no dejaban de repetirle sus profesores: “como se esperaba de ti, Alysa”. ¿A caso ella era un robot? ¿No se le estaba permitido fallar? Porque por más que lo había intentado en los últimos días, su boicot en las pruebas no estaba dando resultado y seguía entre las diez primeras. ¿Se atreverían a mandarla a ese proyecto del demonio incluso si fallaba?

—No te va a resultar sencillo, Alysa —le dijo su amiga Nora que la había seguido hasta el pasillo.

—Lo sé, pero necesito salirme de esto.

—¿Por qué?

—Quiero que sepan que no soy perfecta.

—Pero lo eres —le contestó sonriéndole Nora—. No puedes huir de lo que eres.

—¿Y qué soy? —porque ella empezaba a creer que era solo un nombre: diamante. Nadie veía más allá de sus ojos blancos y de su apellido, nadie intentaba ponerse en su lugar ni comprenderla, nadie…nadie no, Nora lo hacía—. Perdona, no quería preocuparte —suspiró—. Suerte que te tengo a mí lado.

—Tonta, solo me preocupo porque te ves cansada.

—Y cambiando de tema. ¿Qué tal te fue con Zale?

—No ocurrió nada, no sé porque tuviste que dejarnos a solas —pero por la forma en que se lo estaba diciendo Nora, ella sospechaba que se alegraba que les hubiera dejado un momento de intimidad—. Charlamos un poco, dice que es un ónice.

—¿Ónice? —le preguntó Alysa con preocupación—. Ten cuidado —le recomendó, porque todo el mundo sabía que los ónice eran los terrenis conectados a los poderes más oscuros.

—Zale no parece un ónice —le contestó Nora mientras recordaba su rostro alegre y sus ojos ambarinos.

—No es lo que parezca sino lo que es en realidad.

—No te pongas tan seria, Alysa. Tendré cuidado.




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