Colores mágicos ©

CAPÍTULO 8 - OJOS SALVAJES

Alysa abrió los ojos y notó un fuerte dolor punzante en su cabeza que se expandía hacia el resto del cuerpo. Entonces se frotó las sienes con la esperanza de aligerar la presión que sentía pero al intentar moverse se mareó. ¡Mierda!, pensó al notar que la bilis recorría su garganta. 

Todo a su alrededor bailaba como si estuviera metida en una maldita centrifugadora. Le costaba horrores mantener la vista fija en un punto y sus párpados le pesaban. ¿Qué diablos me ocurre?, se preguntó tumbándose de nuevo en la cama porque no se sentía con las fuerzas suficientes para mantenerse en pie.

—¡Buenos días! —la sorprendió una voz masculina desde el altavoz de su habitación— ¿Cómo te encuentras? —le preguntó con un tono autoritario. Ella miró el pequeño aparato negro mientras se preguntaba de quién sería esa voz que le provocaba escalofrios.

—¿Qué me habéis hecho? —le preguntó notando la boca pastosa. 

—Tranquila, solo te hemos ayudado —le contestó. Alysa deseó reírse con amargura porque el concepto de su «ayuda» distaba bastante del suyo. ¿A caso estaban locos? ¿Querían matarla? Porque a pesar de su poca experiencia tenía claro la habían sedado con algo tan fuerte que la había dejado completamente dormida y desorientada— ¿Te apetece comer algo?

—Tengo sed —le dijo notando la lengua pegada a su paladar lo cual le dificultaba el habla.

—Por supuesto —le contestó esa voz sin emoción. No pasó ni un minuto de silencio cuando la puerta de su habitación se abrió y apareció un hombre de cabello muy corto, vestido con un elegante uniforme azul, botas negras y una resplandeciente espada dorada colgada del cinturón.

—Su bebida —le informó ese misterioso hombre de gran complexión en un tono monótono sin mirarla.

—¿Qué está ocurriendo? —le preguntó Alysa desde la cama porque no se sentía con las suficientes fuerzas como para levantarse.

—Bebe —le ordenó él acercándose a la cama. Ella se quedó contemplando a ese hombre que se estaba acercando a su cama y se sorprendió cuando lo miró de cerca. En realidad era un chico joven, si bien sería algo mayor que Alysa, tampoco lo era demasiado. Sus ojos eran completamente oscuros e inexpresivos, como si careciera de sentimientos y afecto, sus facciones eran rudas y marcadas, y su rostro desafiante. Entonces el chico le lanzó la bolsa a sus manos—. Bebe —le repitió como si fuera un robot programado para pronunciar solo esa palabra.

—¡Espera! —lo llamó Alysa. Él no le hizo caso y ella tuvo que saltar de su cama para detenerlo. Pero como el cuerpo de Alysa aún se encontraba aletargado las piernas no le respondieron y terminó cayéndose al suelo— ¿Cómo te llamas? —le preguntó desde el suelo. El chico se detuvo en la puerta dándole la espalda— ¿Quién eres? —le insistió.

—No soy nadie —le contestó sin inmutarse. La puerta de su habitación se abrió y cerró de un golpe dejándola sola. ¿Qué es esto?, se preguntó Alysa sin comprenderlo y entonces, se arrastró por el suelo hasta alcanzar la bolsa de la cama y la abrió. De ella extrajo una botella de agua que se terminó en un momento y dos pequeñas pastillas amarillas. ¿Quieren drogarme de nuevo?

—Te ayudarán a recuperarte —le aclaró la voz del altavoz. Ella en ese momento las observó y se las tragó sin más.

Lo hizo porque una parte de ella misma no le importaba si la mataban. Ya estaba en una condición lamentable. Sus poderes eran inútiles, su cuerpo no le respondía y… ¿qué demonios le quedaba? No quería convertirse en uno de «los suyos», no, si eso significaba tener que convertirse en un maldito robot. Entonces recordó aquél pobre chico que parecía que se lo hubieran arrebatado todo y se preguntó en qué clase de monstruo terminaría convirtiéndose si seguían jugando de esa forma con su cuerpo. 

Durante toda la mañana Nora no había logrado concentrarse correctamente en su entrenamiento. Cada vez que su entrenador le había pedido que hiciera algo había necesitado repetírselo varias veces y aún así tampoco había sido capaz de ejecutarlo adecuadamente.

—¡Señorita Fleen! —la llamó una última vez— ¿En qué está pensado? Haga el favor de concentrarse. Usted no es precisamente la más aventajada del grupo así que el entrenamiento, en su caso, resulta crucial.

—Lo siento —se disculpó por enésima vez. ¡Como si alguien necesitara recordarle lo torpe que era! En realidad ya empezaba a arrepentirse de haberse empeñado tanto en entrar en el Proyecto Atenea. Si no hubiera sido seleccionada, ahora estaría en La Cruz del Sur con su monótona vida. ¡No!, se gritó a sí misma. Su mejor amiga estaba allí dentro y eso era precisamente lo que la estaba descentrando. Alysa no había aparecido a la hora del desayuno y la señora Catherin se había mostrado de lo más distante cuando le había preguntado. “Se encuentra indispuesta”, le había dicho con su habitual tono seco y cortante, y nada más había logrado sonsacarle.




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