Colores primarios

Capítulo 2

Santiago y Gabriel se conocieron casi de casualidad cuando se cruzaron en mi casa. Desde entonces mi hermano comenzó a llamar con antelación antes de hacerme una visita con intenciones de evitarlo. Y no era que despreciara a Santiago, al menos eso decía él, pero se mostraba incómodo aunque también negaba su incomodidad. Era extraño, a veces hacía bromas con intenciones de molestarme para hacer honor a su título de hermano, pero nunca decía nada que se opusiera a mi relación. Pero el día que conoció a Santiago pude notar un comportamiento inusual, fue amable y correcto como pocas veces había visto, observándolo con atención, con una sorpresa que no podía disimular. Cada vez que recordaba y trataba de entender qué le ocurrió, me daba la sensación de que se sintió intimidado. Qué provocaba eso era algo que me costaba descubrir. Gabriel se ocupaba bien de no cruzarse con Santiago, fingiendo no estar haciéndolo deliberadamente. El desdén con el que trataba de ser indiferente cada vez que yo tocaba el tema me daba la sensación de que sufría de celos.

Santiago, por su cuenta, también se sintió incómodo al conocer a Gabriel. Pero fue fácil adivinar el motivo de su incomodidad. Fue la primera vez que alguien lo conoció como pareja de un hombre. Como siempre, como con todo lo que imaginaba que podría pasar por la cabeza de Santiago, quería preguntarle cómo se sentía la respecto pero no lo hacía.

***

Miré a Gabriel demasiado sorprendido para reaccionar o pensar en lo que me rodeaba. Estábamos en un Starbucks, cerca de la casa de mi hermano, y Santiago me quitó el café de las manos para evitar que se cayera. Trató de llamar mi atención diciendo algo que ignoré, tal vez para que dejara de colgarme del sillón.

—Te va a ver —advirtió tirando de mi ropa.

—¡Que me vea! ¡Eso es lo que quiero!

Santiago volvió a tirar de mí con éxito y me senté.

Gabriel, ignorando nuestra presencia, se encontraba en el otro extremo del local con una chica demasiado joven para que la coqueteara como lo hacía, demasiado joven para estar en su compañía.

—¿Cuántos años puede tener?

Santiago observó una vez más a la chica y negó con la cabeza. Pero no negó por no poder adivinar, era desaprobación.

Me volví para seguir observando.

—La gente lo está mirando —señalé en voz baja.

Entonces ella, sentada a su lado, lo besó en su mejilla. Un beso pequeño y divertido para ella. Gabriel actuaba acostumbrado. No podía entender qué es lo que estaba viendo, qué estaba pasando. La chica junto a mi hermanos parecía una adolescente de colegio secundario.

—¿Estará engañando a Ana?

Santiago no respondió, seguía tan confundido como yo.

—Vamos —indiqué parándome—. Vamos a ver quién es.

—¿Qué? ¡No!

Miré de nuevo hacia donde estaba Gabriel, completamente determinado.

—Vamos —repetí.

Fui con mi café en la mano y Santiago detrás. El rostro de mi hermano palideció al verme como si lo hubiera atrapado haciendo algo malo. Un presentimiento me decía que esa sensación no estaba lejos de la realidad. La chica también me miró.

—Hola —saludé sin esconder mi seriedad.

La chica miró a Gabriel esperando su reacción, alguna indicación, y él le devolvió una mirada que presagiaba problemas. En medio del breve silencio la chica que acompañaba a mi hermano entendió que no había sido conveniente que yo apareciera.

—Mejor me voy —anunció.

Apurándose en tomar sus cosas, sin buscar la aprobación de Gabriel, se levantó y se fue evitando cualquier contacto visual. Gabriel tampoco hizo intento alguno por detenerla. La vi irse y el silencio se quedó con nosotros. Me senté frente a él, Santiago se sentó a mi lado manteniéndose apartado de mí. No sabía si era porque lo incomodaba lo que acababa de ocurrir o lo incomodaba mostrarse cercano a mí frente a mi hermano.

—Que casualidad —habló Gabriel con ironía.

—¿Qué está pasando?

Mi hermano miró de reojo a Santiago antes de desviar la mirada hacia otro lado.

—No está pasando nada.

—No parecía ser nada.

Con eso logré que me mirara.

—Dani, no te preocupes. No es nada.

—Eso era algo —volví a remarcar.

—No tengo nada que discutir contigo. Lo que yo haga no es tu problema.

Santiago me miró haciendo un gesto que me pedía que no siguiera.

—Es mi problema porque soy tu hermano.

Gabriel no ocultó su molestia y sentí que estábamos por tener una de esas discusiones entre hermanos que no tienen final, de las que se convierten en un bucle de contestaciones irónicas, donde pierde quien primero se cansa. Siendo adultos, rara vez habíamos tenido ese tipo de discusiones.

—Me preocupa que estés haciendo alguna tontería.

Mi hermano no toleraba mucho que le dijeran qué hacer. En eso nos parecíamos, era la razón por la que yo no estaba en buenos términos con mis padres.

—¿Tontería? —preguntó indignado.

—Sí. Esa chica...

—No —interrumpió—. Tú no me puedes acusar de hacer una tontería —replicó con enojo—. Me acuerdo muy bien cuando por ahí —señaló un lado del café— tuve que escuchar la peor tontería que se te ocurrió hacer. Así que no me digas nada. —Luego hizo un gesto de negación con la cabeza a modo de advertencia.

Reaccioné a lo que me decía y palidecí mientras él me dedicaba una mirada de triunfo al ver mi expresión, no me dejó más opción que guardar silencio por la presencia de Santiago. Gabriel me había jugado sucio.

Nos fuimos después de ese choque que me dejó contrariado. Enojado con el traidor de mi hermano pero muy preocupado por lo que fuera que estuviera haciendo que lo llevaba a ponerse a la defensiva. Y angustiado por lo expuesto que me sentí frente a Santiago, tanto, que ni siquiera quería mirarlo.

—Tu hermano es extraño —bromeó Santiago para romper la tensión.

—Perdón —fue lo único que se me ocurrió decir.




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