Colores primarios

Capítulo 4

Después de la lluvia regresamos mojados y helados por lo que tuvimos que bañarnos. El suceso fue extraño, verlo enfadado, descontento, ver esa alteración que mantenía en secreto con tanto cuidado. Pero más me impresionaba no verlo arrepentido. Luego del baño, desde el sillón, se dio el lujo de hacer un chiste.

—La gente habrá pensado que estamos locos —dijo despreocupado.

Sonreí ante el comentario y nada agregué para no perder la increíble visión que tenía de él. Desde el momento que conocí a Santiago vi en él una persona que vivía en un mundo mientras que su mente existía en otro. Cumplía con todas las normas de la sociedad por educación y luego se escondía a fumar en la escalera de emergencias de su trabajo para dejar de ser parte de esa realidad donde no encajaba. No leía diarios ni veía televisión, su conexión con el mundo era limitada por su desinterés hacia el mismo, su atención estaba en cosas pequeñas, simples y cercanas de la vida diaria. Y se entregaba a la pasión como si su vida dependiera de ello. En realidad su ser dependía de ello, ya que el sexo era el acto de mayor liberación que lograba experimentar, en ese momento de intimidad él estaba en su verdadero mundo. Y allí, sentado en el sillón, divertido por lo sucedido bajo la lluvia, me daba la sensación de que se sentía satisfecho de haber hecho lo que él mismo no se permitió hacer antes: quejarse. Su mirada estaba llena de energía como si estuviera preparado para romper con ese mundo al que no pertenecía. Me acerqué por detrás y me agaché para besar su cuello, movió su cabeza hacia un costado dejándose besar y allí mismo terminamos sin ropa.

***

Por la noche Santiago se durmió muy temprano y muy rápido. No quise perder la oportunidad para acompañarlo pero yo no pude dormir. Tenía esa especie de insomnio que algunos días me enloquecía. Y, aunque intentaba leer para distraerme, mi mente daba vueltas alrededor de lo ocurrido esa tarde. No podía dejar de recordar ese momento, a Santiago bajo la lluvia. Dejaba mi libro y lo miraba intentando descifrarlo un poco más, a él y al futuro que podríamos llegar a tener. Porque me costaba imaginar un futuro diferente a ese presente que vivíamos. Los cambios parecían difíciles y muy lejanos, algunos imposibles. El enojo de su hija no era algo que pudiera modificarse y el resto dependía mucho de ese simple hecho. Me preguntaba qué deseaba Santiago con respecto al futuro, cuál era su visión, cuáles eran sus esperanzas.

Toqué su frente con cuidado para no molestarlo, luego volví a hacerlo con menos delicadeza extrañado por la temperatura. Toqué mi frente y corroboré de nuevo la suya; parecía fiebre. Lo desperté y me miró confundido por el sueño.

—¿Cómo te sientes?

—Cansado, con sueño —respondió bostezando antes de acurrucarse bajo las mantas.

Le bastó unos segundos para dormirse. Toqué otra vez su frente y estuve seguro que era fiebre. Volví a despertarlo para volver a preguntarle cómo se sentía. En esa ocasión se sentó pero con mucha pesadez.

—Cansado —repitió extrañado.

De nuevo toqué su frente.

—Tienes fiebre.

Tomó mi mano que seguía buscando medir la temperatura y la sostuvo en la suya.

—No tengo fiebre.

Estuve un rato sin reaccionar mientras lo veía acostarse muy agotado.

—No te preocupes, no tengo nada.

Pero estaba preocupado. Fui a buscar en un cajón algo que pudiera ayudar a bajar la fiebre y encontré paracetamol. Regresé a la cama con un vaso de agua y nuevamente desperté a Santiago.

—Estoy bien —intentó asegurarme al ver lo que tenía en la mano.

—No te creo —dije mientras le daba el medicamento.

Lo tomó sin discutir.

—Seguro fue por la lluvia y eso fue mi culpa.

Sonrió ante mi comentario y dejó el vaso para besar mi mejilla, pero antes de apartarse habló a mi oído.

—Yo no dudaría en seguirte bajo la lluvia.

Sus ojos no se mantenían del todo abiertos por el cansancio y algún malestar provocado por la fiebre que no admitiría. Pero viendo esa sonrisa que demostraba miles de cosas y a la vez ocultaba miles de otras, tuve esa emoción, aunque no podía distinguirla completamente como tal, que me abordaba momentos antes cuando lo observaba dormir.

—¿Y hasta dónde me seguirías? —pregunté un poco inseguro.

Pero él no se mostró sorprendido o incómodo.

—Hasta donde quieras que te acompañe.

Tomó mi mano y entrelazó sus dedos con los míos.

—A mí me gustaría que fuera por siempre —agregó con seriedad— porque a tu lado es donde voy a ser feliz.

Quedé sin palabras, impresionado. Mi corazón volvía a latir con fuerza, con una mezcla de alegría por escucharlo decir eso y una mezcla también de ansiedad por el futuro tan incierto que nos esperaba.

—Aunque estoy siendo egoísta —reflexionó.

De alguna manera entendí que ambos pensábamos en lo mismo. En el presente que vivíamos y el futuro indescifrable.

—Entonces quiero que seas muy egoísta.

Santiago volvió a dormirse y yo, cada tanto, tocaba su frente preocupado por la fiebre. Aun así la sonrisa no me abandonaba, con él enfermo y todo, pensando en sus palabras. Después de una hora la fiebre ya no estaba.

***

El domingo temprano mi madre me llamó por teléfono reclamándome para el almuerzo familiar que llevaba varias semanas sin asistir. Todos los domingos se repetía la misma charla, me hablaba haciendo de cuenta que nunca me fui ofendido, como si nada hubiera pasado. Y le contestaba con excusas de sueño, también haciendo de cuenta que no estaba molesto. Pero ambos sabíamos qué sucedía. Ese día respondí diferente tomándola por sorpresa.

—No puedo ir porque estoy cuidando de Santiago, anoche tuvo fiebre.

Ser específico era una forma de enfrentarla, de demostrarle que su disconformidad no afectaría mi relación, yo seguiría junto a la persona que amaba le gustara o no.




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