Apuré el paso en el camino que corría junto al río. Veredas, bancos, árboles, flores, diferentes cafés y restaurantes hacían ese lugar ideal para pasear. Siempre había gente descansando, buscando relajarse al observar el río, de día o de noche. Esa noche estaba buscando a Santiago que me esperaba en una cafetería. Miraba el río con esa abstracción propia de él, estaba perdido en sus propios pensamientos mientras ignoraba que yo me sentaba cerca suyo. Se percató de mi presencia cuando me escuchó llamar a un mozo para pedir café.
—¿En qué estabas pensando?
Santiago probó su café para descubrir que ya estaba frío.
—En que Iris está creciendo mucho —respondió mirando su taza.
Yo también estuve pensando mucho en su hija por mi cuenta, aunque él no lo sabía. Ella me odiaba, o eso parecía, y si pretendíamos seguir adelante eso debía cambiar, me gustase o no.
—Se me ocurrió algo para tratar de caerle bien a Iris.
Santiago me miró con sospecha esperando ver si estaba haciendo una broma o no.
—¿Qué cosa?
—Que podríamos ir al zoológico los tres. A su edad le tiene que gustar ir al zoológico.
Su cara no cambió y era de esperarse porque lo normal en mí sería alejarme de ella con cualquier excusa. A pesar de ser mi idea tenía la sensación de que no resultaría bien, pero intentarlo significaría mucho para él.
Ese sábado fuimos al zoológico. Antes de eso Santiago me preguntó diez veces si estaba seguro y veinte veces me dijo que no hiciera cosas que no quisiera hacer. Pero quería hacerlo, aunque tuviera que forzarme a mí mismo. Iris, por su parte, estuvo contrariada por la emoción de visitar el zoológico con su padre y el rechazo hacia mi participación. Ya en la puerta del lugar presentí el fracaso y la inminente explosión de ella por lo que traté de mantenerme un poco apartado y no interrumpirlos. Caminaba detrás observándolos sin intervenir en las conversaciones. Al comienzo estaba un poco enojada pero, como yo esperaba, se olvidó de mí al ver los animales y el mantenerme al margen sirvió para que no se acordara. La salida de tres en realidad era una salida de dos donde yo era un testigo. A cada rato Santiago me hacía señas para que estuviera más cerca pero le devolvía las señas con alguna sonrisa tonta. Al ver que Iris se comportaba comencé a relajarme y distraerme también con los animales. La última vez que estuve en un zoológico había sido en la primaria.
Fue un poco extraño ver la relación de Santiago con su hija. Generalmente ella dejaba de hablar en mi presencia y se enojaba con su padre. Pero allí, siendo los animales y el paseo más importante que mi compañía, se comportaba de una manera nueva para mí. Insistía en que Santiago viera todo lo que ella veía, en tener su atención en todo momento y casi nunca lo soltaba. Imaginé que era a causa del poco tiempo que podía verlo y estar con él.
Tuvimos que volver un poco a la realidad al momento del almuerzo, el momento en que compartimos la mesa. Iris se volvió más silenciosa y quisquillosa. Todo parecía molestarla: la comida, el jugo, la silla, el sol, todo. Santiago hacía lo posible por calmarla hasta que ella se cansó y comenzó a comer sin mirarlo. Había vuelto a esa normalidad que yo conocía, donde se enojaba con su padre por dejarme estar cerca y no le hablaba. Su odio no me angustiaba pero sí me preocupaban sus consecuencias. La mayor consecuencia era la incomodidad de Santiago. Ese almuerzo fue silencioso pero cuando Iris no miraba yo sonreía con complicidad para asegurarle que todo saldría bien y, aunque tardó, empezó a creerme que nada de eso me molestaba.
Una vez pasado el almuerzo, Iris se olvidó de mí una vez más. Como estaba menos activa a causa de la comida y el cansancio, nos sentamos a ver un espectáculo armado con aves. Allí se mantuvo muy tranquila en comparación del resto de los niños que se ponían insoportables por el asombro que les causaban las aves entrenadas. Fue el único momento donde me permití estar cerca de Santiago. Con Iris sentada un poco más adelante entre más niños, quedé a su lado hablando en voz baja con esperanzas de que ella no se diera vuelta en ningún momento. Sería difícil saber qué tan mal reaccionaría si me viera sentado junto a su padre.
—Gracias por soportar esto —dijo con simpatía en voz baja.
—Puedes agradecérmelo esta noche —bromeé.
Santiago trató de contener la risa mientras se aseguraba que nadie alrededor estuviera escuchando. A pesar de todo, él estaba de buen humor. Estuvimos así un rato, hablando tonterías por el bien de reír, para hacer de cuenta que no era importante que Iris no me aceptara o el riesgo que corríamos de que Julieta se molestara por mi participación en la visita al zoológico.
Tomados desprevenidos, Iris se abalanzó sobre su padre, abrazándolo de manera celosa. No hizo berrinches ni nada parecido, solamente lo abrazó como alguien que protege su posesión y se quedó así. Santiago intentaba hablar con ella pero no recibía respuestas, frustrándose en el proceso. Mirándolos tuve un extraño recuerdo de mi hermano sobornando a nuestros primos para que busquen por toda la casa un pendrive que él había perdido.
—Iris —la llamé por primera vez en la vida—. ¿Te gustaría tomar el té con torta de chocolate?
Sabía que estaba cayendo bajo en querer comprar su simpatía con comida pero a esa altura mucho no importaba. Mi pregunta pareció tener efecto y miró a Santiago esperando que él respondiera.
—¿Te gustaría? —preguntó Santiago por su parte.
Ella asintió con seriedad.
—Entonces dile a Dani que sí.
Quedó acorralada. Aún abrazada a su padre me miró como con susto, por lo visto su odio era negociable. Pero en lugar de responder mi pregunta se acercó al oído de su padre para decirle algo en voz baja que fue audible para mí.
—La abuela Nani dice que no tengo que hablarle.
Pude ver cómo cambiaba la expresión en el rostro de Santiago por lo que decidí insistir con mi juego sucio.