Al día siguiente fui a visitar a mi madre para darle la noticia personalmente. Su respuesta fue tocarse la cabeza y exagerar una expresión de inexistente jaqueca. Yo no pude controlarme.
—¿Qué significa ese gesto?
Ya lo sabía, era su forma de decir que su hijo arruinaba su vida. Pero de igual manera pregunté para no dejar pasar el detalle.
—No puedes meter su hija en tu casa —respondió levantándose de la mesa.
Suspiré fastidiado.
—Tarde o temprano en la familia se van a enterar que está divorciado y que tiene una hija —dije descartando su ridícula preocupación.
No me importaba lo que pensara el resto de mi familia, lo peor que podría pasar sería que mi tía no visitara más nuestra casa ante el riesgo de encontrarse al polémico novio de su sobrino gay.
—¡No es por eso! —respondió con urgencia sorprendiéndome—. Si esa niña se queda en tu casa, la gente va a pensar cosas raras.
La miré confundido sin salir de mi sorpresa.
—Solo a ti te importa eso.
Volvió a sentarse, su expresión ya no parecía tan fingida.
—Estoy hablando en serio Dani. —Bajó un poco la voz para continuar—. La gente va a pensar que pueden pasar cosas raras. Porque eres mi hijo yo no pienso eso pero si esta situación sucediera con cualquier otra persona del mundo sí lo pensaría. Y eso mismo va a pensar la gente.
No supe cómo responder a eso porque, más allá de lo ofendido que me tendría que sentir, inmediatamente vino a mi mente toda la familia de Iris y las cosas que pensarían, por las que también reaccionarían. Miré hacia otro lado enfadado, sumando miedos a los que ya tenía.
—Dani...
—Si no vas a decir algo que me de ánimos —me apuré en decir— no me digas nada —le pedí con tristeza.
Y no dijo nada.
Me fui molesto, conmigo por insistir con la causa perdida que era mi madre, con ella por no darme tregua. Y un poco inquieto por sus palabras.
Gabriel puso cara seria al escucharme hablar de la conversación, no negó la teoría de nuestra madre porque ya no hacía falta en ese momento.
—Estoy seguro que deben pensar cosas como esas —comenté recordando cuando Iris dijo que recibió la indicación de no hablarme.
—Bueno, no pienses más en eso. Ahora hay que ocuparse del cuarto que debe aparecer de la nada.
Ese era otro problema. Inicialmente tenía planeado asesorarme con un arquitecto amigo de la familia, pero descarté la idea después del choque con mi madre quien podría haberme facilitado el contacto. Ante eso, Gabriel ofreció ocuparse de encontrar quien pudiera ayudarme.
Dos días después estábamos parados en mi departamento con un arquitecto que se dedicaba a escribir notas para algunas revistas. Logré controlar cualquier expresión de mi rostro ante sus ideas, no porque fueran malas o irreales, sino porque me percaté de la magnitud de los cambios que sufriría mi casa. Un cuarto nuevo eliminaba gran parte de la sala, no dejaba espacio para un comedor y la sala sería un espacio desplazado sobre la entrada. La cocina tendría que hacer también de comedor, aunque reducido. Mi departamento que se caracterizaba por ser amplio y cómodo, quedaría pequeño y sofocante con una distribución rebuscada. Santiago no estaba convencido de generar tantos cambios pero yo insistía en que me parecían perfectos, este intercambio hizo que el arquitecto asegurara que las divisiones que proponía serían reversibles y se podrían quitar en el futuro. Eso me aliviaba a pesar contradecirse con mi idea de que nuestra relación funcionara, lo cual estaría atado a ese cuarto.
Los trabajos para crear el cuarto comenzaron una semana después y duraron diez días, me costó asimilar las modificaciones pero lo guardé en secreto. Intentaba convencerme a mí mismo que con tiempo me acostumbraría y la sensación incómoda se me iría. Santiago, en esos días, estuvo fumando mucho.
***
La mudanza definitiva sucedió un domingo y no fue el evento feliz o emotivo que podría merecer. Gabriel se quedó conmigo esperando en la vereda de mi edificio a Santiago, quien vendría en mi auto guiando un camión que traía las cosas que irían en el cuarto de Iris, él no tenía casi nada. Pero esas cosas salían del cuarto que Iris tenía en casa de los padres de Santiago por lo que estaba seguro que no dejarían que se llevara todo sin reclamos, planteos y discusiones de por medio.
Miré a mi hermano.
—Gracias por acompañarme.
Él no me devolvió la mirada.
—Espero un buen regalo de cumpleaños después de esto. —Pensó un poco—. Pero con los gastos de ese cuarto nuevo no vas a poder comprarme nada decente.
Aunque Santiago quiso absorber el costo, tener un cuarto nuevo, los cambios, los permisos para hacerlo y en tan poco tiempo, estaban lejos de ser fácilmente financiados por lo que mis tarjetas de crédito también participaron.
—¿Tú crees que estoy haciendo una tontería?
Comenzó a reírse al escuchar mi pregunta.
—¿De verdad me estás preguntando eso? ¿Ahora? ¿Cuando ya está todo hecho? —siguió riéndose.
Una vez que terminó de reír continuó.
—Esto puede fallar por muchas razones, especialmente si la familia de Santiago se mete en lo que no le importa. Pero si te hace sentir mejor, estoy seguro que si falla no va a ser por tu culpa —dijo con simpatía.
—No me hace sentir mejor.
Cuando Santiago llegó, su rostro confirmaba que había pasado un mal momento. Sin hacer comentarios ni preguntas, comenzamos a subir las cosas. Dejamos todo acomodado y Gabriel se fue para que a nosotros nos dominara el silencio. A partir de ese día Santiago ya no tendría motivos para regresar a la casa de sus padres, viviríamos juntos sin más idas ni venidas y yo estaba tan feliz como aterrado.
Al oscurecer, después de ducharnos, Santiago parecía un poco más repuesto. Así que saqué una sidra de la heladera, porque no estábamos para mayores gastos que eso, y le serví una copa.