Colores primarios

Capítulo 19

Santiago fumaba de manera muy esporádica y nunca dentro de la casa. Podía llegar a fumar en el estacionamiento del centro de diagnóstico, a veces en la vereda antes de entrar o en los momentos que salía a la calle, por lo que pude identificar el leve olor a cigarrillo en cuanto entré al departamento. Recién regresaba del trabajo y se suponía que estaba solo en casa porque siempre llegaba antes que Santiago, pero me encontré con una situación peculiar en nuestro cuarto: a él sentado en el piso bajo la ventana abierta y fumando. Cuando me vio, su primera reacción fue revisar su reloj.

—No me di cuenta de la hora.

Ese día le tocó asistir a una reunión en el jardín de su hija, no una reunión de padres de las habituales, habían citado a Julieta y a él con cierta urgencia. Después de una reunión regresaba al trabajo, tenía que ser muy importante el motivo para que decidiera ausentarse.

Me senté también en el piso, frente a él, su expresión cargaba cierta seriedad pero a la vez parecía tranquilo. No se molestó en dejar de fumar.

—¿Estás bien?

No se me ocurría cómo preguntar por la reunión cuando era evidente que las cosas salieron mal. Él se dio cuenta de eso.

—Iris le contó a la maestra que su padre vive con un hombre y tenían que hacer una reunión por eso.

Ponía atención en el cigarrillo que sostenía, actuando como si hubiera dicho algo sin importancia y su actitud no hacía más que ponerme nervioso. Tenía un cenicero improvisado con la tapa de un frasco donde las cenizas mostraban que llevaba mucho tiempo en ese lugar y que optara por fumar en casa confirmaba que su angustia necesitaba de una extensa privacidad que la calle no ofrecía.

—¿Qué dijeron?

—Fue muy extraño —contestó con auténtica confusión—. Cuando llegamos nos esperaban la directora, la maestra y una psicopedagoga que querían saber si era verdad. Hicieron algunas preguntas y nos retaron por no haber avisado —eso último lo dijo con cierta ironía—. Y nada más. El resto fueron un montón de palabras sin sentido.

—No suena tan terrible.

—No lo fue.

Su respuesta no coincidía con lo que veía en ese momento, algo lo había alterado y se sentaba a fumar en un intento de reponerse. Acaricié su pierna que estaba a mi lado y eso lo hizo sonreír un poco.

—No me esperaba esa conversación. Cuando mencionaron lo que dijo Iris me preocupé, creí que algo malo pasaría —repuso sin la expresión de alivio que merecería semejante hecho—. Es increíble cómo cambian las cosas —reflexionó terminando el cigarrillo.

—Santi...

Captó la preocupación en mi voz y se adelantó a cualquier cosa que pudiera decir o preguntar.

—Solamente me quedé pensando en algunas cosas, no sucede nada.

Era imposible creerle pero me miraba pidiendo que no insistiera y debía darle ese espacio. Me moví para acercarme a él y poder besarlo.

—Voy a preparar algo para que merendemos.

Asintió con agradecimiento, no por la merienda, sino por ceder al silencioso pedido. Aún así, cuando quise apartarme me tomó del brazo.

—No te vayas.

Me senté a su lado, inquieto por desconocer qué lo tenía mal y aliviado de que me quisiera junto a él. Era difícil para Santiago romper con esa idea que tenía de que sus problemas eran solo suyos y que por tal condición debía absorberlos en su totalidad. Sin querer explicar nada, apoyó su cabeza en mi hombro.

—Sabes que puedes contar conmigo, ¿verdad?

—Lo sé. También sé que me tienes mucha paciencia —dijo a modo de disculpas.

Besé su cabeza.

Me había olvidado de la capacidad de intervención de una escuela y me pregunté qué pasaría si Iris dijera algo poco favorable o contara algo que fuera mal interpretado. Tal vez Santiago lo sabía y eso lo afligía.

***

Después de ese incidente las cosas mantuvieron una aparente normalidad. Santiago hacía un acto perfecto, tan perfecto que de no haberlo encontrado el día de la reunión fumando bajo la ventana, no me habría percatado absolutamente de nada. Cuando miraba su celular era con una expresión más pensativa que curiosa y estaba un poco menos conversador, pero eran cosas apenas perceptibles.

Ante la presencia de Iris sucedió algo que imaginé que sería inevitable y fue el intenso interés de Santiago porque su hija le hablara del jardín, sus clases, su maestra, cualquier cosa. No pudo seguir ocultando su ansiedad por saber si la reunión habría provocado algún comentario o suceso en su vida escolar, pero ella no mencionaba nada relevante, incluso llegó al punto de fastidiarse con su padre. Él insistía en decirle que debía contarle si algo llegara a suceder o si alguien le decía cosas que no entendía y ella recibía estas indicaciones con poco interés. No conforme, tuvo que cerciorarse con Julieta e insistir con el mismo pedido.

Era difícil decirle que se relajara porque su preocupación era válida y mi participación, en lo que a su hija se refería, limitada. Me quedaba intentar distraerlo de eso que no hablaba conmigo, así que después de darle mil vueltas al asunto en mi cabeza, insistí en que saliéramos. El auto quedó guardado ya que acordamos que la finalidad de la salida sería beber un poco y olvidar que los problemas nunca se acababan, por lo menos por una noche. La sencillez y lo económico del plan lo convenció.

Caminamos hasta una zona más poblada donde, después de deliberar, elegimos un lugar que pretendía imitar un pub irlandés pero con un ambiente más tranquilo y familiar. Santiago se distendió con la salida, más relajado y más sonriente, hablaba de todas las veces que intentó dejar de fumar y cómo fracasó en todas. Bebimos la especialidad de la casa, dejándonos aconsejar por la mesera, unas chicas desde otra mesa nos preguntaron innecesariamente la hora y nos distrajimos con una pequeña banda musical en vivo. Yo no tenía mucha resistencia al alcohol, necesitaba muy poco para que me diera sueño, así que me limité con la bebida. Santiago resistía un poco más y bebió lo suficiente para reír sin motivos pero tuvo el cuidado de no beber lo suficiente como para desvariar.




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