Colores primarios

Capítulo 20

Santiago se veía un poco decaído, cuando hablaba su voz tenía menos fuerza de lo habitual y su sonrisa se sostenía por menos tiempo. A veces lucía agotado pero negaba cualquier tipo de cansancio. Una tristeza pesaba sobre él, acompañándolo en todo momento, no era algo que iba y venía, por el contrario, la energía y buen humor que lo caracterizaban era lo que venía y se iba de forma inesperada. Pequeños momentos donde se olvidaba por qué estaba triste y volvía a la normalidad, hasta que recordaba que el mundo real y él estaban teniendo problemas para llevarse bien. Aun así nada interrumpía su vida, él continuaba con toda la normalidad que le era posible mantener, no se podía pedir menos de su autoexigencia. La convivencia no le daba mucho lugar donde ocultar su estado de ánimo y tuve que aprender manejarme con discreción para evitar comentarios que pudieran sonar a una llamada de atención o reclamo. Fueron días extraños porque su tristeza no era sinónimo de mal humor ni evasión, por el contrario, se permitió más apego y mi respuesta fue una exagerada atención que parecía relajarlo. Pero no hablaba sobre las cosas que lo tenían en ese estado en su maña de intentar resolverlo por su cuenta.

Entendía gran parte de su frustración, soportaba y cargaba muchas cosas, y enfrentarse a un obstáculo, que el tiempo no había reducido, lo decepcionaba. Porque él sentía que tenía que tener todo resuelto, por ser adulto, por ser padre, por ser pareja. Temía ser señalado por no poder manejar las posibles consecuencias; temía no saber cómo reaccionar, cómo responder, cómo evitar el conflicto. Para Santiago, la reunión del jardín fue la prueba y el ultimátum de que no estaba en condiciones y que la próxima vez podría no tener tanta suerte. Y no se trataba solo de defenderse a sí mismo, también debía defender su situación de padre por su hija y su situación de pareja por mí, lo que el caso exigiera. Sus propias expectativas lo traicionaban y yo deseaba poder encontrar la manera de ayudarlo a no sentirse un desastre por sufrir incertidumbre.

Se me ocurrió que podría hacerle bien un cambio de ambiente y propuse, lo que fue idea de mi madre, de pasar un día en su casa, llevando a Iris con nosotros. Santiago no contaba con su familia y la mía no era tan terrible en comparación, así que me pareció que le podía servir para no verse tan marginado. Pero ese pensamiento lo guardaba para mí. A él le interesó la propuesta encontrándole su propio sentido.

—Sería bueno que Iris conozca más gente que no está molesta con nosotros —razonó para mi sorpresa.

Le pedí a mi madre que tuviera cuidado con lo que dijera pero acusó mi pedido de innecesario y ofensivo. Así que Gabriel accedió a participar en todo el asunto para reforzar la defensa y prevenir observaciones desafortunadas de parte de ella. Si bien siempre se había comportado frente a Santiago en las oportunidades que visitamos juntos su casa, me preocupaba que la presencia de Iris disparara su interés en hacer preguntas que podrían resultar inoportunas. El plan era distraer, no incomodar.

Las veces que visitamos juntos a mis padres Santiago se ponía un poco tenso, por la mezcla de sobre aviso de mi parte y la intensidad de mi madre atenta a todo. Después de un par de veces, dejó de temer que pudieran hacerle alguna pregunta muy personal y con la primera persona que pudo relajarse fue con mi padre, quien más tranquilo y más harto de las dificultades de la vida, no le interesaban las conversaciones complicadas.

A mis padres le animaban mucho las visitas, especialmente si eran sus sobrinos, tenían debilidad por los más pequeños, mostrando la tolerancia que con nosotros no tuvieron. Para mi tía era un descanso que sus hijos fueran queridos en otra casa y para mi madre era la oportunidad de recordarle a mi hermano que el tiempo corría. Cuando llegamos, los tres hermanos fueron los primeros en recibirnos, en una clara muestra de que estaban avisados sobre la visita de otra niña y la curiosidad delataba que estaban advertidos de algo que solo ellos y mi madre sabían. Iris tenía la misma edad que los gemelos Santino y Fabrizio, lo que era bueno, ellos tenían una personalidad muy tranquila y una inocencia que los llevaba a hacer todo lo que se les indicaba, así como a creer todo lo se les decía. Confiaba en que eso facilitaría la relación, que Iris no se sentiría intimidada por ellos. El único detalle era la mayor; Bianca controlaba a sus hermanos a voluntad y ella sí era un poco abrumadora.

Uno de los gemelos preguntó por Gabriel.

—Ya está llegando —respondió mi madre apareciendo detrás del trío.

Su mirada se desvió hacia Iris, quien se abrazaba vergonzosa a Santiago, y quedó encantada. Después de despacharnos un leve saludo a nosotros dos, se agachó.

—¡Pero que bonita!

Iris se deslizó hacia el lado contrario de su refugio para alejarse, el halago no lograba nada. Pero mi madre no insistió sabiendo que era más que normal su reacción. Fuimos al patio trasero, conducidos por ella, seguidos por los tres hermanos. Allí, el espacio, el pasto y los árboles ganaron la atención de Iris, pero no soltaba a su padre. Mi pequeña prima, muy despierta e inteligente para su edad, se acercó con la audacia que la caracterizaba para dirigirse directamente a Santiago.

—¿Es tu hija?

—Sí.

Ella lo miró con sospecha tratando de entender la situación.

—Pero el primo Dani no tiene hija —acusó.

Santiago se la quedó mirando por todo lo que estaba implicando y razonando con esas pocas palabras, pero antes de que pudiera responder decidí interrumpir.

—No molestes.

—¡Yo no molesto! —se defendió.

Pero lejos de ofenderse, se acercó a mí con actitud dócil y me tomó la mano.

—Me porto bien —garantizó con suavidad y dulzura.

Sus hermanos la llamaron y fue con ellos.

—Es una manipuladora —comenté en voz baja.

Santiago se reía de todo el suceso.




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