Colores primarios

Capítulo 22

En casa de Gabriel su mesa seguía haciendo de escritorio, inhabilitándola para otro uso.

—¿Dónde comes?

No me hizo caso, seguía preparando café, había tomado el gusto por moler los granos antes de prepararlo. Miraba esa extraña paciencia que tenía para hacer eso y no para el resto de las cosas. Me invitó a su casa sin dar motivos, lo que significaba que tenía un motivo y lo retrasaba con su ceremonia de café.

—¿Y por qué tú no fuiste a la graduación de Iris? —preguntó dilatando la conversación.

—No es sencillo.

Ese día, además de ser el último día de clases, se celebraba el fin del ciclo escolar junto con la graduación. Habría sido muy tonto de mi parte querer participar, era una de esas cosas a las que les correspondían a Santiago y Julieta. Iris insistió en querer estar junto a sus padres por lo que merendarían después de la entrega de diplomas.

—Tu vida es tan rara —decía Gabriel.

—Está muy bien lo que hacen, a nadie le gusta ver a sus padres llevarse mal.

De verdad creía en esa idea y me parecía lo más correcto, un poco increíble también, aunque me costaba asimilarlo del todo.

Su café se estaba demorando demasiado.

—¿Por qué querías que viniera?

—Mmmm...

Se quedó pensando más de lo necesario y tomé eso como una mala señal.

—¿Qué hiciste?

—No hice nada —se defendió.

Puso agua caliente en una cafetera de vidrio.

—Voy a presentarles formalmente mi novia a papá y mamá.

—¿Estás loco?

—No tiene nada de malo.

—¡Tiene mucho de malo! ¿Cómo se te ocurre? ¿Qué vas a decir cuando pregunten hace cuánto se conocen?

—Todo se arregla si cambiamos la edad.

—No vas a engañar a nadie. Su apariencia no engaña a nadie.

—Sí que se puede.

Me lo quedé mirando en silencio, era imposible que creyera que podía salirse con la suya. Pero mi hermano tenía una expresión testaruda, no se trataba de si podía engañar o no, quería hacerlo, presentarla, y lo demás no importaba.

—¿Y su familia? —cuestioné molesto—. ¿Ya te aceptaron?

—Si mi familia se involucra, va a ser más fácil para ellos ver que mis intenciones son serias.

Me espantaba cuando hablaba de esa manera, casi enceguecido, lleno de irrealidad. Sirvió el café, enojado y ofendido, porque mi respuesta a su idea no era la que él quería. Y su inconformidad, que me ponía en la posición de traidor, activó mi debilidad.

—Si estás convencido, entonces voy a apoyarte —aseguré de mala gana.

Me miró aún afectado, sin creerme del todo.

—Lo digo de verdad.

—Bien, porque ya le dije a mamá que este domingo iríamos y que quería a toda la familia.

Me reconoció la pregunta en la expresión que puse.

—Cuantas más personas menos posibilidad de que haga una escena —explicó.

Tomé la taza de café y bebí allí mismo, parado junto a su cocina. Para mí eran más personas que verían con sospecha la juventud de Fátima, más personas que cuestionarían las intenciones de mi hermano.

***

Ya oscurecía cuando regresé a casa. Iris aún llevaba la ropa que le había tocado usar en el acto, como le pasaba con los disfraces de princesa supuse que se negaba a cambiarse. Dibujaba frente al televisor, entusiasmada tanto en su tarea como en el programa que veía.

—¿Cómo estuvo el acto?

—Muy bien —respondió sin mirarme—. Fui con mamá y papá a pasear —agregó con orgullo.

Me generó curiosidad saber si lo mencionaba porque era algo que la hacía feliz o porque deseaba que yo lo supiera.

—Vamos a pasear de nuevo —me contó con seriedad, aún sin mirarme—, pero no estás invitado.

—Me lo imaginé.

Ignoré la charla y seguí mi camino. Mi madre insistía en que desestimara ese tipo de actitudes y me aseguraba que desaparecerían gradualmente. Lo importante era que me hablaba, que me respondía cuando hacía una pregunta, las formas eran lo de menos.

Santiago estaba en el cuarto de su hija mirando una carpeta de dibujos sin percatarse de mi llegada. Me quedé en la puerta observando la concentración que ponía en esos dibujos como si de obras de arte se trataran, lo que debía sentirse para él. Pero pareció notar mi presencia y levantó la cabeza.

—Son las cosas que hizo en clase —aclaró mientras dejaba a un lado la carpeta.

Comenzó a contarme todo lo que había ocurrido con una sonrisa que no lo abandonaba mientras hablaba y nos trasladamos a la cocina para comenzar a preparar la cena donde la charla se desvió a la educación primaria, tan esperada y temida. Su hija crecía. Y él mencionaba con modestia como la vida parecía querer ir por un camino de mayor equilibrio. Me hacía feliz verlo animado, escucharlo hablar del futuro, próximo y lejano, lleno de esperanza, en el que me tenía siempre presente, a su lado. Los pensamientos tristes no podrían atacarlo, al menos por varios días, y su cabeza merecía ese descanso.

Esa noche intenté leer uno de los libros que me había llevado de la casa de Gabriel, pero solo pude quedarme pensando en él y su novia. Más allá de lo escandaloso, él parecía muy serio en lo que a su relación se refería, incluso más serio de lo que fue con su novia anterior. Estaba decidido, se le notaba en la mirada, en la seguridad con la que decía las locuras que decía, era, de alguna forma, sorprendente. No me daba lugar a sospechar que la edad de Fátima tuviera algo que ver en el enamoramiento de Gabriel, ya había pasado mucho tiempo y su determinación seguía igual o más fuerte que al comienzo. Conjeturé que podría deberse a lo mal que lo había pasado con Ana y Fátima le daba un trato y respeto que le había sido desconocido hasta ese momento. Pero nada le quitaba lo cuestionable de, al menos, el comienzo de esa relación. Nuestros padres no lo pasarían por alto.

***

Santiago se mostró dispuesto para acompañarme en tan fatídico día. Aunque todo le parecía extraño no podía dejar de simpatizar con Gabriel. Al llegar, mi prima preguntó por Iris lo que habilitó a mi tío para tocar el tema que no esperábamos que se tocara.




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