Cuando supe lo de la fiesta de fin de año volví a casa pensando si haría bien o no en decirle a Santiago. Él ni siquiera iría a la de su trabajo. Al llegar me encontré con un déjà vu en la entrada, inesperado y terrible: Julieta estaba en el lobby del edificio. Miraba hacia mi dirección, yo no entraba por el frente, llegaba desde la cochera, lo que dejaba en claro que estaba a mi espera. Si necesitara ver a Santiago le enviaría un mensaje y se reunirían por lo que no tenía dudas de que me buscaba. Con todo el pesar del mundo me acerqué a ella, preparado para una queja o reclamo. Solo imaginaba posible que quisiera recriminarme algo relacionado a Iris y, de ser así, tendría que escucharla, además de quedarme callado. Si algo entendía a esa altura era que no debía intentar resolver ningún problema relacionado a la pequeña, eso era territorio de los padres.
A pesar del malestar que me provocaba semejante visita, no dejaba de parecerme increíble el parecido con su hija, cuanto más tiempo pasaba con Iris más fácil era darme cuenta de los rasgos que compartían. Cuando creciera, sin duda, sería igual a la imagen que tenía delante.
—Hola —saludó nerviosa.
Devolví el saludo y quedé a la espera.
—Perdón que venga de imprevisto.
No sonaba como alguien enfadado y me extrañó, titubeó incómoda un par de veces dándome la sensación de que tenía motivos muy diferentes a los que yo creía para estar ahí. Me sentí un poco aliviado que el encuentro no comenzara con una angustiosa acusación.
—Quería, si es posible, hablar un momento contigo —dijo después de un par de intentos fallidos—. No es nada malo —se apuró en aclarar.
Fue mi momento de dudar, confundido y espantado por la situación, se me ocurrió que existía la posibilidad de que quisiera hablar de Santiago, ya sea de su relación o la mía. Ella me miraba con una triste esperanza que me generaba más incertidumbre. Indeciso, volteé hacia el ascensor, Santiago llegaría una hora más tarde, si eso era mucho o poco tiempo no lo sabía. No me hacía sentir bien la idea de que entrara a nuestra casa pero cabía la posibilidad de que también le interesara ver su estado siendo que Iris se quedaba allí.
—Vi un café aquí a la vuelta... —dijo sin terminar la frase.
Tal vez había notado mi dificultad para tomar una decisión ante la presión que me generaba su presencia.
—Me parece bien.
La cafetería era pequeña, ocupada con personas que vivían a los alrededores, de esos que eran clientes asiduos porque preferían sentarse a tomar un café allí antes que preparárselo en sus casas. Tenía un par de mesas en la vereda para los fumadores y dentro otras pocas más. Su decoración navideña estaba dominada por las luces, un lugar muy cálido al que nunca había entrado. Nos sentamos en la esquina más alejada del mostrador, como si ninguno de los dos quisiéramos ser oídos por los empleados. Mirarnos era inevitable sentados uno frente al otro, así que ocupábamos los ojos con cualquier cosa. El silencio se extendió hasta que nos sirvieron el café, porque las idas y venidas de la mesera nos intimidaba. Así de vergonzosa se sentía nuestra situación.
—Quería preguntarte una cosa.
Levanté la mirada, apenas lo necesario, ella se concentraba en revolver el café, su voz era muy suave pero no continuó, esperaba mi cooperación en la conversación.
—¿Qué cosa?
No respondió en seguida, siguió revolviendo el café.
—¿Qué piensas sobre Iris?
Bajé la mirada inquieto por la inesperada pregunta, no era una pregunta fácil de responder, era algo que necesitaba cuidado y reflexión, no podía haber palabras erróneas ni correcciones. Además, que fuera a buscarme para preguntar eso no era algo menor, mi respuesta tenía una finalidad. Demorarme en responder también podía ser motivo de juicio pero mi cabeza no colaboraba con pensamientos útiles, se concentraba en cómo fallaría.
—Pienso que le tocó vivir cosas muy duras y que aún sigue siendo difícil la realidad que vive. —Decidí admitir un hecho indiscutible—. Pero es muy fuerte, igual que su padre.
Me encontré con sus ojos fijos en mí, con gran interés, esperando que siguiera hablando. Yo quería desaparecer de ese lugar, volteé hacia la calle escapando de su mirada.
—Estoy seguro que mientras vea a su mamá y su papá bien, ella también lo estará —me atreví a decir, reconociendo, por si acaso, que no estaba en contra de ellos—. De verdad —seguí hablando en base a lo que sentía, aún mirando la calle— me gustaría verla feliz, no solo por Santiago...
No supe cómo seguir y hubo un largo silencio luego de eso. Junté coraje durante esa pausa para evitar que la conversación muriera y salvar mi dignidad.
—¿Por qué me preguntas esto?
Pero ella no tenía que pensar respuestas como yo.
—Por mucho tiempo tuvo un humor terrible a causa de la separación, ahora está mucho más tranquila pero sigue siendo demandante. Quiero asegurarme de que es bienvenida.
Tuve la sensación de que lo ponía en duda y junto a su pregunta inicial temí que todo ese encuentro se debiera a una mala interpretación.
—¡Claro que lo es! —Mi sobresalto la tomó por sorpresa. Inmediatamente giré para confirmar que no había llamado la atención de otra persona en el local—. Claro que lo es —repetí apenado.
Tomé el café bajo su mirada, avergonzado mi torpeza y falta de tacto.
—Para una madre es difícil la idea de que su hija conviva con un extraño. No me agradaba el rumbo que estaban tomando las cosas cuando Santiago dijo que viviría contigo, también me asustaba su plan de dejar de tener trato con sus padres. Pensaba que estaba cometiendo un error y que ponía en riesgo a nuestra hija. Pero... —se detuvo pensando— yo no me daba cuenta del daño que los padres de Santiago causaban y del daño que causaban los míos. —Hizo un gesto de molestia por lo que había compartido—. Lo que trato de decir es que no quiero seguir viéndote como un extraño. Después de lo que pasó en el hospital yo estaría más tranquila si supiera que puedes contactarme si pasa algo con Iris.