Navidad llegó rápido. Ese día fui a buscar a Santiago a su trabajo ya que me tocó tener el día libre. Guardé distancia mientras lo esperaba para evitar ser visto por algún excompañero, no era un día normal y la gente deambulaba por todos lados, eso incluía al personal del centro de diagnóstico. Pasaríamos la celebración en casa de mis padres, él estaba más acostumbrado a mi familia y sabía que sus indiscreciones eran meros accidentes. A pesar de todos los enfrentamientos y descontentos que tuve con ellos en un principio, se habían comportado más y mejor de lo que esperaba. Recibí un mensaje donde me avisaba que estaba saliendo del trabajo pero no apareció por ningún lado. Esperé más de quince minutos imaginando que podría verse retrasado por algún brindis o saludo inesperado. Luego mis mensajes quedaron sin leer por lo que decidí rodear la manzana y junto a la entrada del edificio lo vi hablando con quién deduje era su hermana mayor. La charla no aparentaba ser agradable, Santiago estaba incómodo mirando cada tanto a su alrededor, cerciorándose que nadie de su trabajo estuviera cerca, y en uno de esos momentos notó el auto. Me quedé observando la escena, la charla lucía difícil de terminar, él no parecía querer discutir, solo buscaba librarse de la situación, evitar lo que sea que estaba ocurriendo. Cuando lo logró se alejó de ella sin mirar atrás, dejándola angustiada. Por su expresión decidí no preguntar nada, su silencio tampoco me daba ánimos, se veía muy frustrado, y, al llegar a casa, fue a darse una ducha que duró mucho más de lo normal. Podía darme una idea del motivo de tal emboscada, agravada por la intención de hacerla en vísperas de Navidad, intentando ablandarlo con la excusa de la fecha. Después de la ducha me buscó en la cocina, allí le serví algo para beber y unas nueces que yo comía. Me sentía mal por lo que había ocurrido, porque no podía hacer nada ni decir mucho, pero él se veía tranquilo.
—¿Estás mejor?
—Estoy mejor.
—Si quieres nos podemos quedar en casa —ofrecí sin dudar.
Negó con la cabeza y sonrió.
—No te preocupes.
Cualquier persona haría algún tipo de descargo después de pasar un momento desagradable pero él lo contenía. Rodeé la mesa y me agaché un poco para abrazarlo.
—¿Almorzaste?
—No.
—Almorcemos afuera entonces —propuse en un intento de consentirlo.
Asintió, luego me retuvo un momento en silencio, su equivalente a gritar.
El ambiente ese día, previo a Navidad, era acelerado y festivo en todas partes. Mucha gente, muchas risas y música navideña insistente. Almorzamos al aire libre en un restaurante cerca del río. El exterior mantenía mayor espacio entre las mesas y le quitaba la apariencia de estar lleno. A Santiago le sentó muy bien el cambio y pudo desconectarse de lo ocurrido. Me tentaba preguntarle pero pude controlarme, ese no era el día para hablar ni pensar en cosas tristes, si podía evitarse. Por algún motivo, fechas como esas tendían a potenciar las emociones sin diferenciar entre buenas o malas.
***
En casa de mis padres se encontraba toda la familia reunida y, por suerte, mi hermano y su novia volvieron a adueñarse de la atención. Eso le daba a Santiago el alivio de que hubiera algo que generara distracción y lo dejara en el olvido. Gabriel parecía inmune a los pensamientos que desataba su relación, y su novia hacía lo que podía con las preguntas cada vez más osadas. Nuestros abuelos, los únicos complacidos con la pareja, tampoco dieron descanso con frases incómodas que incluían la palabra matrimonio porque para ellos no estar casados era una pérdida de tiempo. Pero la jornada sería larga y se calmaron para la cena. Las charlas en la mesa fueron casi rutinarias: discusión política, opiniones sobre temas del momento, historias de trabajo y la vida escolar de mis primos. Cada tanto había una tendencia a resumir aspectos del año, con el anhelo de mejorar o no repetir errores, así como mencionar posibles proyectos. Los adornos, la comida excesiva, el buen humor general y la emoción incontrolable de mis primos le daba el toque navideño a la velada. Santiago recibía mensajes que ignoraba pero que lo ponían un poco inquieto, en un momento se quedó observando su celular, escondiéndolo por debajo de la mesa para no llamar la atención. En la pantalla llegué a ver el nombre de su hermana.
—¿Quieres que yo te lo guarde? —ofrecí en voz baja.
Él jamás apagaba su celular cuando no estaba con su hija, no era opción, y bloquear a su hermana parecía ser su límite. Me miró con duda y luego accedió a la idea, así pudo estar más tranquilo.
La dinámica de la familia en la mesa estaba bastante definida por lo que nosotros escuchábamos y hablamos por nuestra cuenta junto a mi hermano y su novia, a causa de una inevitable división generacional. Nuestras charlas buscaban más la risa que la polémica y no teníamos que preocuparnos por juicios sorpresivos. Mis primos, incapaces de quedarse en su lugar, se acercaban a nosotros a contar historias y preguntar tonterías, atraídos por la actitud relajada.
A media noche, mientras brindábamos, el celular que resguardaba sonaba con una videollamada que provenía del teléfono de Julieta, lo que significaba que se trataba de Iris. Santiago se apartó del ruido para atenderla y me llevó con él para que también pudiera saludarla. Estaba vestida de princesa y se quejaba, imitando la impaciencia de un adulto, por no poder brindar con la misma bebida que el resto. Me alegraba que ese fuera su único malestar y, al ver a Santiago fingir gravedad ante la supuesta injusticia, se me ocurrió que todos podíamos beber lo mismo en Año Nuevo para contentarla. Ella también recordó que pasaríamos juntos esa fecha pero para advertirnos que era día de fiesta y que debíamos comer cosas ricas, nada de comida aburrida. Al terminar la llamada quedó visible la cantidad de mensajes que habían llegado, una cantidad considerable que prometía un monólogo extenso de parte de su remitente. Volví a guardar el celular.