Cuando entré a la habitación Santiago fingió acomodarse la ropa para ocultar la preocupación que le causaba su cicatriz. Junto a la cama se encontraban las valijas preparadas para nuestros días en la playa, solo nos quedaba pasar a buscar a Iris y luego tendríamos seis horas en ruta.
—No pienses en esa cicatriz —dije con simpatía, mirándolo desde la puerta.
—No estoy pensando en eso —mintió con una sonrisa.
Una cosa como esa parecía superficial cuando lo padecía otra persona pero, si lo pensaba, yo también me sentiría incómodo si tuviera una, así que no podía decir que era una tontería. Se puso a juntar parte de lo que teníamos que llevar al auto y, antes de hacer lo mismo con las cosas que faltaban, me acerqué a él tomándolo desprevenido.
—Te aviso que esa cicatriz no te hace menos atractivo.
—No me distraigas —advirtió riendo.
Miré a nuestro alrededor para confirmar que nada faltara antes de irnos. Yo conduciría la primera mitad y él la segunda, Gabriel iría por su cuenta junto con Fátima. Fuimos a buscar a Iris y sus cosas, sería la primera vez desde la separación que estaría tanto tiempo con su padre, la parte que más entusiasmaba a ambos. La despedida con su madre fue dura, también era la primera vez que ellas se separaban por tanto tiempo. Pero dura porque Iris no tenía tiempo para complicaciones, estaba apurada y ansiosa, así que le dijo a su madre que si la extrañaba, simplemente la llamara por teléfono.
—Cuando estemos allá va a extrañarte, ahora no se da cuenta —Santiago intentaba consolar a Julieta.
Pero no se dejó engañar y le dedicó una mirada llena de incredulidad en respuesta, conocía muy bien las prioridades de su hija. Al partir, Iris saludó por la ventanilla a su madre, demasiado contenta y sin piedad alguna por la separación.
El viaje fue extenso para la pequeña, durmió gran parte del mismo y se quejó en el resto por lo lejos que era. Nos detuvimos un par de veces para tomar algo, también almorzar, y para que el trayecto fuera menos pesado. Era muy difícil entretenerla en el auto, así que cuando se dormía Santiago hacía señas para que evitáramos todo ruido posible y no nos volviera locos la ansiedad de su hija. Cuando salimos de la ruta y anunciamos la llegada se calmó, se dedicó a mirar hacia todos lados buscando la playa aunque no podía verla desde allí. Una vez que nos detuvimos en nuestro destino se olvidó de su prisa por conocer el mar ante la curiosidad que despertó en ella la casa; un alivio para nosotros.
La casa era bastante grande y ese verano habría quedado sin uso si no fuera por nuestro oportunismo, mis tíos, aprovechando que sus hijos eran más controlables, viajarían al exterior. Gabriel estaba adentro, abriendo puertas y ventanas, Fátima acomodaba sus cosas en el cuarto que ocuparían.
—Que desperdicio de casa —criticó mi hermano al vernos, ese fue su saludo.
Su novia fue más cálida y nos saludó acercándose primero a Iris.
—¡Por fin nos conocemos! —dijo con alegría extendiendo su mano.
Y su mano quedó así, en el aire, porque, como siempre ocurría con los extraños, ella desconfió poniendo una cara seria. Era su clásica timidez cuando conocía a alguien, que luego desaparecía si veía al resto interactuar con esa nueva persona. Fátima no lo tomó como algo personal y el rechazo no borró su sonrisa.
—Me pone contenta que podamos pasar estos días juntos —confesó mirándonos.
Pero me miraba más a mí, con expresión sincera, como una muestra de aprecio a lo que ella consideraba una aceptación de mi parte por estar allí compartiendo vacaciones. Supuse que no podía no darse cuenta de las miradas en mi familia ante su presencia y aunque a mí también me costaba un poco trataba de disimularlo. Por primera vez me sentí mal por ella.
—Es una buena oportunidad para conocernos mejor —improvisé con culpa.
Ya era tardecita y no había posibilidad de playa ese día. Así que nos dedicamos a acomodar nuestras cosas, comprar víveres para llenar la heladera vacía y cenar temprano. Iris se entretuvo revisando cada rincón de la casa, la cual, si bien era grande, no tenía mucho más que muebles con cajones vacíos, con esa desolación única de casa deshabitada que ningún objeto disimulaba. Ni siquiera nuestra presencia le quitaba su frialdad. El patio arreglado, con flores, árboles y sillones era el lugar más acogedor. El cansancio hizo que decidiéramos preparar la cena y posponer cualquier recorrido por los alrededores, Santiago y yo debimos encargarnos ya que mi hermano no se entendía mucho con la cocina y su novia no se entendía en lo absoluto. Así que acordamos que ellos se ocuparían de los desayunos y meriendas, mientras que nosotros nos ocuparíamos de las comidas. Gabriel se quedó detrás nuestro mirando, mientras cocinábamos, reflexionando sobre su inutilidad.
—Voy a tener que aprender —comentaba—. Hacer algún curso... Ahora están de moda. Podría hacerlo con Fátima para cuando vivamos juntos —dijo con tranquilidad
Lo miré con atención.
—¿Vivir juntos?
—Algún día va a suceder.
No sabía cómo sentirme con esa declaración, se lo estaba tomando muy en serio.
—Tal vez hasta me case —soltó a modo de broma.
Pero era una de esas bromas que encerraban verdades, una pequeña exageración de lo que sentía, dicha sin seriedad a modo de protección. Estaba pensando en un futuro a largo plazo y no pude ocultar mi sorpresa.
Por la noche Santiago tuvo que quedarse con Iris ya que la casa extraña le daba miedo y no podíamos culparla, el lugar estaba lleno de ruidos raros, muchos causados por el viento, un viento intenso que no se parecía a los que experimentábamos en la ciudad. Pero por la mañana ella fue la primera en despertarse, cosa que se convertiría en un hábito todos esos días. Su emoción no le daba descanso.
Estando a dos manzanas de la playa, se volvió rutina ir casi todo el día, se hacía fácil regresar por cualquier motivo, no demandaba ningún agotamiento. El lugar era tranquilo, con mucha gente que tenía su propia casa en la zona, los turistas eran pocos. Nos sentábamos a la sombra de un par de sombrillas, observando a Iris para no perderla de vista, yendo al agua cada tanto, relajándonos, olvidando la rutina de la ciudad y las responsabilidades. El día se nos pasaba charlando sobre la vida y sobre cosas sin importancia, durmiendo siestas y acompañando a Iris en sus juegos. Le gustaba buscar caracoles y la seguíamos a modo de asistentes, luego se sentaba a estudiarlos, clasificarlos y decidir cuál regalaría a quien. Los mejores los guardaba para ella. También le gustaba jugar con la arena con la necesidad de explicarnos todo lo que hacía y se molestaba mucho si descubría a alguno de los dos distraído ante su monólogo. Había momentos que le importaba más la atención de Santiago y había otros momentos donde le importaba más mi atención. No era algo que sucediera con frecuencia antes de ese viaje y logró sorprenderme más de una vez al solicitar mi ayuda negándole al padre su asistencia. Eran tonterías, desde prepararle un snack hasta ayudarla a ordenar sus caracoles, incluso acompañarla a buscar un juguete a la casa. Con tanto tiempo libre también sucedía que si me veía leyendo quería que leyera para ella, lo que era un problema porque no entendía, me acusaba de aburrido y cuestionaba mi lectura.