Después de nuestras vacaciones, Santiago comenzó una más que esperada búsqueda laboral. Estaba muy entusiasmado por la idea de cambiar de trabajo, salir de un entorno que no se correspondía con su nueva vida. Pero, aunque estaba determinado, no quería precipitarse y ninguna propuesta laboral lograba convencerlo. Si no era la distancia, era el horario o el sueldo. Además, su trabajo era más específico que el mío y se limitaba a instituciones muy grandes. Así que después de liquidar las ofertas disponibles tuvo un periodo donde no aparecía nada nuevo pero era paciente, se mantenía diligente. Tuvo el cuidado de dar aviso a su jefe sobre su inminente renuncia para no dejar el puesto vacío de un día para el otro, pero lo mantuvo oculto del resto. No quería recibir preguntas de nadie, ni le interesaban las palabras de falsa de tristeza, deseaba irse de la manera más discreta posible. Poco antes de que Iris comenzara las clases pudo dar con un lugar de su agrado: otro centro de diagnóstico. Después de varias entrevistas, un martes pudo firmar el nuevo contrato que le daba la libertad de enviar su renuncia. A pesar de haber podido ganar unos días de descanso si renunciaba ese mismo día, su sentido de responsabilidad era más fuerte y trabajó toda la semana.
Ese viernes, su último viernes, había planeado ir a buscarlo y por la noche cenar afuera junto con Iris a modo de celebración por haber alcanzado su objetivo. Pero me resfrié y no pude salir de la cama en todo el día. Santiago fue a buscar a su hija para luego, con ella detrás, dedicarse a mi cuidado. A diferencia de él yo no renegaba de la atención. A pesar de lo molesto que me sentía por el cansancio, la luz, los ruidos, la congestión, la sed y los cambios de temperatura, su presencia lograba calmar mi fastidio. Se sentaba a mi lado y acariciaba mi cabeza, después de haber dormido gran parte del día, solo me quedaba estar recostado esperando a sentirme mejor. Iris quería participar en el cuidado trayendo todo lo que pudiera necesitar pero descubrió que no era divertido que yo no necesitara cosas constantemente, cuando se aburría se iba a ver la tele, luego volvía otro rato hasta que se cansaba y de nuevo se iba. Mostraba su preocupación siendo considerada con su padre, a quien siempre le delegaba la tarea de entretenerla pero ese día perdonó que yo fuera el centro de atención. Santiago la miraba ir y venir, con ese orgullo que le brotaba cuando veía que su hija podía pensar en otras personas.
—No hace falta que te quedes todo el tiempo conmigo.
Yo me acurrucaba junto a su pierna con ganas de dormir pero sin el sueño necesario para hacerlo mientras decía eso.
—Lo sé.
—Te puedo contagiar.
—No importa.
No insistí, sus respuestas me llenaban de satisfacción. Aunque un ataque de tos me obligó a separarme de él quitándome el buen humor, solo el agua me calmaba en esos casos. Iris apareció en la puerta, ante la posibilidad de que mi tos significara la necesidad de asistencia y Santiago le pidió servilletas de papel, no porque las necesitara sino para darle una tarea que la hiciera sentir que ayudaba.
Me recosté de nuevo y en esa ocasión él hizo lo mismo a mi lado pero quedando sobre las mantas. Eso me sacó una sonrisa entre tanta molestias que sentía.
—¿Es verdad que renunciaste del centro de diagnóstico para no meterme en problemas? —Lo miré confundido ante la inesperada pregunta—. El que era tu jefe fue a despedirme y me lo contó.
—Eso fue hace mucho.
Estiró su mano para acomodarme el cabello, un poco apenado por su descubrimiento.
—Valió la pena —agregué cerrando los ojos—, ahora me estás cuidando.
Besó mi cabeza y volvió a acomodar mi cabello, parecía necesitar tocarme en todo momento.
—¿También estás enfermo?
Levanté la mirada y vi a Iris parada junto a la cama. Santiago se volteó.
—¿Vas a cuidarme? —preguntó con falso ruego.
Ella quedó consternada mirando toda la escena, pensando en la respuesta.
—Sí —respondió con voz preocupada—, pero yo no puedo cocinar.
—No está enfermó —le advertí—. Te está molestando.
Su cara cambió a una de completa indignación por el engaño que la risa de su padre confirmaba.
—Ya no voy a creerte nada —se quejó.
Santiago se levantó de la cama y quiso cargarla pero ella estaba muy ofendida. Después de prometerle que no le haría bromas accedió en ayudarlo a preparar la cena, una ayuda simbólica pero igual de honesta que una real.
***
El nuevo trabajo era idéntico al anterior, la única diferencia estaba en que el edificio era un poco más grande y contaba con mayor personal. Tenía el beneficio de un comedor por lo cual el almuerzo dejó de ser un problema pero debía convivir más con sus nuevos compañeros que hacían demasiadas preguntas. Siendo nuevo y debiendo pagar derecho de piso no compartía información de su vida para evitar algún mal momento, se dedicaba a evitar las preguntas personales y extenderse en las laborales para equilibrar. Aun así estaba mucho más tranquilo, prefería estar rodeado de personas que no sabían nada de él.
Sus hermanas también volvieron a visitarnos, más amigables, más entusiasmadas, al comprobar que no tenían impedimento para ver a su sobrina como se había prometido. La condición que indicaba que no podían hablar de los padres no era tan complicada de cumplir. Así que llegaron con regalos para el comienzo de clases de Iris, lamentando no poder participar de su primer día de escuela por distancias y tiempos.
Y la escuela se convirtió en el mayor tema de conversación. Junto a Julieta, Santiago tuvo que soportar otra reunión absurda antes del comienzo de clases que se centraba en la situación familiar de Iris, donde nada malo se dijo pero él estaba igual de descontento por tener que pasar por esa experiencia.
—No quería hablarles —me contó al regresar—, quería gritarles.