Comandando Mi Destino (versión corta)

Capítulo 3

Alexander Marroquín

El dolor insoportable lo despertó. Y su corazón se detuvo un segundo al percatarse que no había sido una pesadilla. Realmente se hallaba en medio de una maldita guerra que no le importaba en lo absoluto.  Lo habían herido de un disparo y de no ser por una chica indígena, habría muerto desangrado.  Bajó la mirada a su abdomen y notó que estaba vendado con prendas limpias que alguna vez fueron camisas. Buscó nerviosamente a su heroína y la halló dormitando en un rincón del dormitorio, sentada en el suelo y abrazando sus rodillas. Su amigo Santiago estaba dormido a su lado, abrazando su M16 como si fuese un bebé. Y afuera todavía se escuchaban detonaciones y disparos. A través de las ventanas cerradas, la claridad del día se colaba. ¿Cuánto tiempo estuvo desmayado?

—Oye, muchacha—dijo Alexander, moderando su voz para no asustarla. Ella abrió brevemente los ojos y cruzaron las miradas. Él se sintió cohibido por la intensidad de esa chica al mirarlo sin ningún tipo de vergüenza.

—Me llamo Eluney—replicó.

—Eluney—repitió él—yo me llamo Alexander, pero puedes llamarme Alex para acortarlo.

—¿Para qué querría acortar tu nombre? Alexander es un nombre muy hermoso.

Sus palabras lo ruborizaron.

—Supongo que tampoco puedo acortar el tuyo, ¿verdad?

—No, mi nombre es Eluney, que es de origen Mapuche y significa «REGALO DEL CIELO».

—Le haces justicia a tu nombre—repuso él, esbozando una sonrisa torcida y ella se sonrojó—porque eres un regalo del cielo en estos momentos. Habría muerto sin tu ayuda, muchas gracias.

—No agradezcas todavía. Tu vida corre peligro aun—dijo ella—esa herida debe ser tratada con un médico especialista o si no, te saldrá gangrena.

Él tragó saliva y se estremeció.

—Voy a traer alimentos, no hagan ruido—planteó ella, poniéndose de pie—llevaré la llave, así que, si alguien toca la puerta, no la abran. Es peligroso.

Tras decirlo, Alexander la observó marcharse lo más rápido que le permitieron sus cortas piernas. La fémina era de muy baja estatura y de piel no tan morena, pero a pesar de usar la ropa típica de los Altos de Chiapas, se notaba a simple vista que tenía buen cuerpo. Nada que ver como las demás indígenas que él había visto en la calle o en revistas. Además, sus ojos color ébano eran lindos y su mirada muy expresiva gracias a sus largas pestañas.

—Levántate—golpeó a Santiago en la espalda y este dio un respingo, asustado.

—¿Sabes? Te regresaría el golpe, pero estás herido, así que cuando sanes, prepárate—bostezó y escudriñó a su alrededor— ¿dónde está la chiquilla?

—Fue por comida.

—Es mi imaginación, ¿o la chica no es tan fea? —bromeó Santiago—ayer con la claridad del foco, vi que sus facciones son interesantes. Incluso, si se quita ese atuendo extraño, se da una ducha a conciencia y se pone ropa normal, podría pasar como una persona de la capital tuxtleca con raíces indígenas.

—Se está arriesgando demasiado por nosotros—musitó Alexander—corre más peligro ella estando de nuestro lado.

 —Se está arriesgando demasiado por ti—le corrigió su amigo con una sonrisa lobuna.

—¿De qué estás hablando? —Alexander frunció el ceño.

—Bueno, técnicamente porque estabas moribundo hace unas horas, no pudiste notar la manera en la que te miraba. Sus ojos brillaban con solo verte respirar o moverte. Creo que la enamoraste, ya que, de otra forma, ella no hubiera decidido ayudarte.

—¡No digas estupideces! —el hijo del comandante militar Carlos Marroquín hizo una mueca y Santiago percibió el rubor en sus mejillas.

—¿Qué tendría de malo que le agradases más y viceversa? —vaciló su amigo—eso ayudaría a salir vivos de este pueblo y regresar a ciudad de México.

—Inténtalo tú, a mí déjame de molestar—gruñó Alexander.

No pasaron ni quince minutos, cuando Eluney estuvo de regreso. Alexander le envió una mirada desdeñosa a su amigo para advertirle que se guardase algún comentario comprometedor. La joven le entregó a cada uno dos tamales de mole y dos vasos de café de la olla.  Su rostro estaba sudoroso y una de sus sandalias estaba rota. Tenía la respiración acelerada y sus mejillas, que normalmente eran ruborizadas, estaban enrojecidas por completo por el esfuerzo y parte de su cuello.

—¿Cómo conseguiste esto? —preguntó Alexander, maravillado y al mismo tiempo preocupado. Santiago ni si quiera cuestionó, se dedicó a devorar su ración sin miramientos.

—Solo cómanlo—dijo ella en el instante que se cubría una parte de la mejilla derecha con el cabello—me costó conseguirlo.

Alexander frunció el ceño y se quedó mirando la comida sin atreverse a comerla porque no podía. Su herida se lo impedía. Eluney se dio cuenta de inmediato y con sumo cuidado, lo acomodó con la cabeza en alto y se encargó de darle de comer en la boca, bajo la mirada quisquillosa de Santiago.

—Esto está delicioso—murmuró Alexander.

—Nunca había probado nada como esto—objetó su amigo.

Durante tres días seguidos, Eluney estuvo llevándoles comida y cambiándole los vendajes a Alexander. Aunque parte de su cabello cubría la mitad de su cara, los moretones a causa de golpes comenzaban a ser más notorios.  La guerra continuaba y no podía salir de ahí. Para la tercera noche, Santiago se ofreció a salir para comprar comida más saludable, vendajes ideales, antibiótico y evitar que Eluney se viera en aprietos.




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