Comandando Mi Destino (versión corta)

Capítulo 4

Horacio Méndez

Jamás había estado tan enamorado de una persona hasta que conoció a esa bella jovencita, Eluney Tizatl, hija de su compadre Hugo Tizatl en San Juan Chamula. Desde que ella tenía diez años, quedó completamente maravillado y decidió esperar. La familia Tizatl sufría muchísima escasez y él ya les había propuesto darle algunas cabras a cambio de la mano de tan hermosa preciosidad en cuanto creciera lo suficiente para tomarla como mujer. Horacio Méndez ya era todo un hombre hecho y derecho. Tenía treinta y cinco años y estaba soltero, porque su anterior esposa murió de un mal que ni los doctores supieron a qué se debió, sin dejarle ningún hijo. Aunque estaba a escasos inviernos de cumplir cuarenta años, no perdía la esperanza de poder formar una familia con esa niña tan hermosa. Su compadre había aceptado el trato y pese a que Eluney se negó rotundamente a demostrarle respeto y cariño cuando se enteró que se casaría con él, lo tranquilizaba saber que, si ella no respetaba la decisión, sería castigada como era debido. Él era temido por muchos hombres por su temperamento fuerte y cabeza fría al acabar con quienes quería hacerle daño.  Hacía tan solo un año, fue nombrado el quinto al mando de la rebelión, otorgándole más popularidad entre los habitantes de los Altos de Chiapas y no solo de su pueblo. Lo que sentía por Eluney, su futura esposa, era amor puro. Dentro de su corazón no había nadie más que ella. Y si tenía que luchar contra mil hombres con tal de conseguir su amor, lo haría, ¿por qué no? Morir por la persona que amabas era como obtener la victoria. Morir de pie y con la dignidad en alto.  Llegó a la segunda oleada de ataque contra los militares y en el primer contacto con ellos, decapitó a dos de ellos, sus cabezas cayeron al asfalto en un golpe sordo, horrorizando a todos los civiles. Le sorprendió ver que eran solo niños jugando a ser soldados. Alejó la lástima y se centró en derrotarlos. En su mayoría, huían con muchísimo miedo al verlo correr detrás de ellos con su machete oxidado en la mano y manchado de sangre. Su compadre fue derribado al segundo que intentaba moler a golpes a un soldado por la espalda, pero el compañero de este le disparó directamente en el pecho. Murió antes de tocar el suelo. ¡Pobre Eluney! Ahora más que nada debía hacerla feliz y ser cuidadoso de no morir para casarse con ella y darle una vida de comodidades que merecía. Lleno de rabia, se dirigió hacia ambos soldados y le incrustó la punta del machete en la espalda a uno y al otro en la garganta. Chorros de sangre mancharon su rostro y ropa, pero no le importó. Se sacudió de encima el cadáver del muchacho y buscó a su siguiente víctima, gritando con euforia. Si ganaban esa guerra, le regresarían las parcelas que el maldito gobierno le había arrebatado por la fuerza sus padres cuando él era niño, asesinándolos cruelmente y dejándolo a su suerte. Horacio ni si quiera sabía cómo había podido sobrevivir a la edad de nueve años él solo. No obstante, mientras se abría paso para el próximo imbécil, una bomba molotov casera se proyectó en un vehículo desde el lado contrario. No habían sido sus compañeros, sino los propios soldados. La detonación hizo que hubiera fuertes ráfagas de explosión, empujándolo hacia atrás y aturdiéndolo. Sus oídos emitieron un ruido agudo y sacudió la cabeza.  Entornó los ojos cuando, en medio del humo y el fuego, su corazón, el amor de su vida, su Eluney, la niña de sus ojos, iba dirigiendo a un par de soldados hacia un lugar seguro. ¡Los estaba ayudando! ¡Se había puesto del lado de ellos! Sintió una opresión en el pecho que lo desarmó por completo. ¿Así sentía cuando te rompían el corazón? ¡Era devastador! No entendía por qué de sus ojos empezaron a salir lágrimas, si ni si quiera con el homicidio de sus padres fue capaz de derramarlas. Tal vez se debía a que ahora ella era su vida y alguien más se la estaba arrebatando.

En todas las veces que la visitó, nunca vio a Eluney tan interesada en alguien como en ese momento. Sus perfectos ojos miraban con fascinación a uno de esos soldados, como si estuviera frente a una obra de arte. Se quedó estático, observándola marchar mientras su corazón se volvía polvo.

Él no era alguien a quien podían ver la cara de idiota. Ella era su prometida y nadie iba a quitársela.

Una ira interior se desató y echó a correr detrás de Eluney, pero tres soldados comenzaron a dispararle. Esquivándolos con agilidad, desenfundó un revólver que le robó a su primera víctima y descargó las balas sin miramientos en los cuerpos de ellos; pero no se percató, que en ese instante que se descuidó, perdió de vista al amor de su vida, yéndose, quizás, con el amor de su vida.

 

 

 




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