Comandando Mi Destino (versión corta)

Capítulo 5

Eluney Tizatl

Alexander Marroquín se dedicó a conversar con ella de todo y de nada; con totas sencillez y ternura. Eluney no podía creer que, al final de cuentas, no todos los catrines de ciudad eran discriminatorios y que podían llegar a ser buenas personas, además de ser tan atractivos. A medida que hablaba con él, ella no pudo evitar dejar de sonreírle de manera involuntaria. El chico le explicó que, en las guerras, infortunadamente gente inocente sale lesionada por no haber buena comunicación y convenios, pero que al hacer obras espontaneas del corazón, podías cambiar de poco en poco al mundo y su pensamiento arcaico, llenándola de ilusiones y maravillosas ideas acerca del futuro.

—Tienes todo para triunfar, Eluney—la animó él y aventuró a acariciarle la piel de su mejilla, que era muy suave y ella se estremeció ante su tacto—solo que no has hallado a la persona correcta que te impulse a sacar todo lo que tienes dentro de ti.

—Mi familia dice que nací aquí y moriré aquí.

—De ninguna manera—se exaltó él, sin apartarle la mano de la mejilla de Eluney, en donde ella estaba muy cómoda observándolo— ¿por qué no vienes conmigo cuando todo esto acabe? En ciudad de México podrás sacar ese potencial y convertirte en lo que desees ser. Por ejemplo, maestra o enfermera, ambas vocaciones se te dan perfectamente bien.

—¿Crees que pueda lograrlo? —a ella se le cristalizó la mirada y él esbozó una sonrisa torcida y le guiñó el ojo, dejándola sin aliento.

—Si personas que no tienen ni una pizca de inteligencia, logran terminar una carrera, ¿por qué tú no? —inquirió.

—Porque yo soy diferente. No pertenezco a ese mundo y mucho menos al tuyo—murmuró con tristeza—y aunque quisiera intentarlo, por mi origen, no me lo permitirían.

—¿De qué hablas? —él frunció el ceño y dejó de agarrarle la mejilla para sujetarle una mano con fuerza—somos del mismo mundo.

—No. ¿Acaso no lo ves? —le soltó la mano, comenzando a llorar y se señaló a ella misma—mira mi aspecto: piel morena, ojos oscuros, cabello negro, mi atuendo… ¡Tengo todo lo que no es aceptado en el mundo!

—Si te refieres a los rasgos físicos, es obvio que no somos iguales. Nuestros padres no son los mismos, crecimos en diferentes lugares y conocemos a otras personas—expresó Alexander con calidez y volvió a tomar su mano, pero esta vez, se la colocó sobre su corazón. Eluney sintió cada uno de sus latidos acelerados y se estremeció—pero si hablamos de lo demás, entonces sí somos iguales. El ser humano nunca será diferente. La sociedad es muy idiota al hacer diferencias entre nosotros.

Ella bajó la cabeza y él se encargó de tomarla de la barbilla para que lo mirase a los ojos. Eluney tragó saliva.

—Nuestros corazones encajan bien el uno con el otro, ¿lo ves? —y dicho eso, colocó su masculina mano sobre el corazón de ella—laten al mismo tiempo, son uno mismo en este momento. Y no hay nada que los diferencie.

Eluney asintió, conmovida por sus palabras.

—Ven conmigo—insistió él—yo voy a ayudarte a perseguir tus sueños. Si me acompañas, prometo poner el mundo a tus pies y alcanzar cada una de las estrellas para que las atesores en tus manos.

El momento se hizo añicos cuando llegó Santiago sumamente herido. Entró gateando y escupiendo sangre con una herida en la espalda. Era un corte profundo hecho por un machete y Eluney no iba a poder socorrerlo.

—¡Un rebelde busca a Eluney…! —balbuceó el chico de cabello de elote con frustración—lo perdí de vista después de que me hirió la espalda, pero sé que va a encontrarnos pronto. Logré llamar a tu padre, Alexander, él ya está aquí, pero no pude localizarlo a tiempo. Perdóname…

Fueron los dos días más deprimentes y escalofriantes jamás vistos. Alexander tuvo que olvidarse de su dolor para ayudar a su amigo o de lo contrario, moriría. La madrugada del sexto día, Eluney decidió buscar al padre de él para que los ayudase. El tiempo corría y no podían darse el lujo de esperar. Santiago estaba blanco como la leche por la sangre derramada.

—Estaré bien. Voy a darme un baño y ponerme ropa como ustedes denominarían normal. Hay ropa de la esposa del maestro aquí y así no me reconocerán—comunicó, abatida.

Alexander, más tranquilo, la dejó ir al sanitario en donde todavía había agua limpia. Ella buscó un vestido anticuado y muy holgado para ponérselo después de la ducha y tardó diez minutos. Santiago había tenido razón en decir que Eluney solo necesitaba asearse y ponerse ropa que no fuese de su región para mezclarse con los demás.

—Te ves asombrosa—le sonrió y ella le devolvió el gesto— ¡Oh, no lo puedo creer! ¡Tienes una sonrisa hermosa!

—¡No digas eso, catrincito! Debo marcharme con serenidad.

Él alargó su mano a ella y la acercó a su cuerpo, envolviéndola en un abrazo que duró más de un minuto. La fémina se relajó en sus fuertes brazos, sintiendo como él se inclinaba para recargar su mejilla sobre su cabello, puesto que ella era demasiado baja en comparación suya.

—Cuídate, Eluney, estaré esperándote—le susurró—no olvides que mi padre es el comandante Carlos Marroquín y para que te haga caso y te crea, dale esto—se separó un poco de ella y se quitó la pulsera que tenía en su muñeca de pequeñas piedras de ámbar que Eluney jamás notó por estar ocupada mirándolo a él y su herida—me lo dio mi madre antes de venir para la buena suerte. Entrégaselo y dile exactamente esto “Ya entendí mi lección de ser un mal hijo. Llévame a casa”.




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