Comandando Mi Destino (versión corta)

Capítulo Final

Eluney salió corriendo, siendo consciente que su vida dependía de ser astuta e inteligente. Su prometido estaba ahí afuera, cazándola y no podía dejar que la atrapara, porque si eso ocurría, Alexander y Santiago morirían. Ellos eran buenas personas. Atravesó las calles empedradas, siendo cuidadosa de alejarse del tumulto. Buscó desesperada nuevos vehículos militares y los divisó alrededor del palacio municipal. Corrió tanto como pudo. Estaba descalza porque sus sandalias se rompieron en sus expediciones de alimento. Encontró enseguida a un grupo militar que montaba guardia en la parte trasera del palacio y al verla, se pusieron a la defensiva.

—¡Necesito hablar con el comandante Carlos Marroquín, es urgente! —exclamó. Los hombres la miraron desprecio y comprendieron que no era amenaza alguna, así que la ignoraron— ¡Es sobre su hijo, Alexander Marroquín y su amigo Santiago Bustamante!

Aquello los desconcertó.

—¿Tú qué sabes de ellos, muchacha? —espetó uno de ellos con el rostro endurecido. Tenía los ojos extrañamente ambarinos como los de Alexander y ropa era diferente que el resto. Se había mantenido oculto de su vista hasta ese segundo.

—Soy Eluney Tizatl y vengo a hablar con ese señor porque su hijo me ha enviado. Él y su amigo se encuentran gravemente heridos, ¡tienen que ayudarlos! —insistió.

—Seguramente es una maldita trampa—musitó el compañero del hombre de ojos ámbar—ella pertenece a los rebeldes, incluso vestida como gente civilizada, se le nota lo indígena—se burló, enviándole una mirada de asco.

—¿Cómo conoces a esos soldados? —el sujeto ignoró al otro y se dirigió ella con interés.

—Los salvé de ser asesinados, pero fueron heridos gravemente. Están a siete calles de aquí, por favor, necesito hablar con el padre de Alexander Marroquín—verbalizó, presa de los nervios y sacó la pulsera de ámbar—esto es suyo y me dijo que en cuanto encontrase a su padre, le comunicara este mensaje “Ya entendí mi lección de ser un mal hijo. Llévame a casa”.

Entonces, el reconocimiento llegó a los ojos de aquel hombre y le arrebató la pulsera de la mano.

—¡Es mi hijo! —gritó eufórico y sonrió ampliamente. Eluney percibió lágrimas contenidas en sus ojos—llévame con él, muchacha, te lo ruego.

Eluney asintió y tanto Carlos Marroquín como diez hombres más, la siguieron por las calles hasta llegar a la casa de su maestro. Abrió deliberadamente y entraron rápidamente a verlos. Ella se sintió realizada cuando el encuentro entre padre e hijo se originó. Se mantuvo cerca de la puerta y suspiró. Deseaba que pronto terminara todo.

—¿Dónde está Eluney, padre? ¿Dónde está ella? —escuchó la voz de Alexander buscándola. La chica se sintió emocionada al ver que ese catrincito le había tomado afecto en esos seis días de convivencia forzada.

—Estoy aquí—dijo con singular alegría, pero al momento de dar un paso, sintió unas rudas manos cubiertas de sangre seca cernirse sobre sus hombros— ¡Auxilio…!

Su gritó fue impedido por esas mismas manos y enseguida los soldados salieron a su rescate con el comandante Carlos Marroquín enfrente, todos listos con sus armas. Eluney entornó los ojos al darse cuenta de que se trataba de Horacio Méndez. Él sostenía su machete sucio de sangre justo debajo de su cuello y el frío de la hoja le erizó la piel.

—Ella es mi prometida y voy a llevármela—rugió el hombre originario de Chenalhó, con ojos de loco—si permiten que me la lleve, no le haré daño.

—¡Suelta a la muchacha! —bramó Carlos Marroquín, quitándole el seguro a su arma.

—¡Déjame ir! ¡Jamás me casaré contigo! —gimoteó Eluney, muerta de miedo.

—¡Serás mi mujer! Lo pactamos con tus padres, que, de hecho, tu papá fue asesinado por uno de estos imbéciles a los que estás defendiendo, dejando desamparada a tu madre y hermanos. Yo me haré cargo de que nada les falte, pero tienes que venir conmigo y ser mi esposa—la amenazó.

—¡Ella no irá contigo a ninguna parte! —vociferó Alexander Marroquín, saliendo a enfrentarlo. Su padre y el resto de los soldados, e incluida Eluney, se sobresaltaron por su presencia. Él sostenía su M16 con fuerza, ignorando el dolor de su costado. Las vendas se habían teñido nuevamente de sangre por el esfuerzo, pero no le importó—Eluney vendrá conmigo a la capital para independizarse y ser alguien en la vida. Contigo solo tendrá un destino miserable.

Sin embargo, la idea de dejar a su madre y hermanos a su suerte ante la muerte de su padre, la martirizó psicológicamente. El lavado mental de Horacio había funcionado.

—No puedo—dijo ella entre lágrimas—no puedo ir contigo, catrincito. Mi madre y hermanos me necesitan…

La expresión de él le rompió el corazón. Era de confusión y tristeza.

—Pero, yo puedo ayudarte, te haré feliz, lo prometo, ven conmigo…

—Lo lamento—Eluney quería gritar de impotencia—perdón, Alexander Marroquín. Vuelve a tu mundo, por favor y sé feliz.

Y un segundo después, Eluney Tizatl giró sobre sus talones y echó a correr de la mano de Horacio Méndez, queriéndose morir por haber dejado ir su verdadera felicidad.




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