Comandando Mi Destino (versión corta)

Epílogo

01 de enero del 2023

Habían pasado exactamente veintinueve años desde el último día que Alexander y Eluney se vieron. Él aun la recordaba cada que cerraba los ojos y rondaba en su mente cuando trabajaba dando clases en la milicia. A sus cuarenta y nueve años, llevaba dos matrimonios fallidos, principios de calvicie y una hija de casi quince años que era su adoración. Ninguna de sus dos esposas logró llenar el vacío que esa joven y hermosa indígena le dejó. El fantasma de su recuerdo lo atormentaba muchísimo.

—Papá, ya decidí a donde quiero ir cuenta de mi cumpleaños número quince—le dijo Eluney, su hija, a quien, en honor a esa chica con quien no pudo experimentar la felicidad, nombró para recordarla.

—¿A dónde? —sonrió.

—A San Cristóbal de las Casas, Chiapas.

Alexander escupió su café mañanero y la miró con desasosiego.

—¿Por qué ahí? Pensé que querrías Suiza.

—El abuelo me contó hace unas semanas sobre el movimiento zapatista en el que ambos estuvieron presentes y sobrevivieron de milagro.

—¿Estás segura de que quieres ir? —tragó saliva. El café ya no le resultó tan amargo como aquel recuerdo.

—Sí. Me encargaré de los boletos de avión, así que, prepara tus maletas—canturreó, dándole un beso a Alexander en la mejilla antes de ir a su dormitorio. Le tomó un buen rato hacerse la idea de que, había muchas posibilidades de encontrarla merodeando por ahí o bien, solo estaba siendo paranoico. Ella debía tener cuarenta y siete años y varios hijos con ese idiota. Dos días después, llegaron al Aeropuerto Internacional Ángel Albino Corzo para posteriormente trasladarse a San Cristóbal de las Casas en un taxi. Eluney reservó dos habitaciones en el hotel “El Buen Samaritano” así que no tenían por qué preocuparse del lugar. Optaron por dejar las maletas y cambiarse para ir a turistear a los famosos andadores. Alexander se dio cuenta que todo era diferente y de haber existido en aquel entonces, celulares, habría sido todo más fácil.

Caminaron por varias calles hasta llegar al palacio municipal y él sintió vértigo al recordar que casi murió por una bala en el costado y Santiago por un machetazo en la espalda, pero afortunadamente ambos sobrevivieron. Su amigo se dedicó al entrenamiento de los nuevos reclutas y se frecuentaban a menudo porque las hijas de él eran amigas de la suya.

Eluney corrió con diversión por todo el palacio municipal y Alexander se puso nervioso.

—¡Eluney, no te alejes demasiado, por favor! —le gritó.

—¡Tomaré fotos! —rio ella, pero no se dio cuenta y chocó con una mujer, derribándola. Ambas cayeron al suelo instantáneamente. Alexander corrió a auxiliar a su hija con el rostro afligido y a disculparse con la mujer.

—¿Estás bien, Eluney? —preguntó él.

—Sí—contestaron su hija y la mujer al mismo tiempo, quedándose perplejas.

—¿Disculpa? —inquirió Alexander, volteando a ver a la fémina que yacía todavía en el suelo y sintió que su corazón saldría de su pecho en el momento de reconocerla. Era Eluney Tizatl. Y estaba totalmente irreconocible, de no ser por sus perfectos y bellos ojos color ébano delineados de forma elegante y esos labios delgados con pintalabios rojo. Ella ya no portaba su atuendo típico de su región, sino Jeans de mezclilla, una blusa negra de tirantes con mariposas azules bordadas, simbolizando libertad, zapatillas y su cabello color cobrizo. Llevaba consigo una carpeta con documentos.

—Eluney Tizatl… —balbuceó él— ¡Eres tú! —y sin más preámbulos, la abrazó con gentileza. Ella le correspondió el gesto, sorprendida.

—¿Qué está pasando, papá? —preguntó su hija.

—¡Catrincito! —exclamó Eluney con voz más propia y formal—jamás pensé volver a verte y menos con tu hija.

Él la ayudó a levantarse y ella se sacudió el polvo.

—Yo tampoco pensé verte nuevamente, ¿sigues con tu esposo…? —preguntó Alexander con nerviosismo. Eluney se echó a reír.

—No, él murió dos días después de que te fuiste a manos de los soldados y decidí comenzar a estudiar, tal como me aconsejaste y ahora soy maestra de jardín de niños, ayudo en el dispensario con los remedios caseras y en mis tiempos libres soy traductora en la procuraduría de Los Altos.

—¿Puedo invitarte un café para que continuemos con esta conversación? Y de paso me sigues contando qué más hiciste.

—Me nombró como tú—aguijoneó Eluney, la hija de Alexander, riéndose—así que eres la mujer que él conservó para sí mismo todos estos años y que ninguna otra pudo llenar ese vacío, ni si quiera mi madre, que en paz descanse.

—¿Es eso cierto, catrincito? —preguntó Eluney.

—Muy cierto, y quiero que me permitas hacer algo que quise hacer desde hace veintinueve años—murmuró él. Y sin darle tiempo a responder a ella, la tomó de forma cursi de la cintura y la besó. ¡Cuánto había deseado probar esos labios! Solo Dios sabía cuánto había fantaseado con ese momento.  La hija de Alexander observó a su padre muy feliz por primera vez y se dio cuenta que se debía a esa mujer de origen indígena en quien se inspiró para nombrarla, a quien había mantenido en secreto, llorándole su ausencia. Era su verdadero amor.  Su corazón se encontró nuevamente con el suyo para alcanzar la plenitud de un romance tardío. No era tarde para empezar de nuevo. El amor no conocía fronteras, ni razas, ni estatus social, solo pureza. Tal fue el caso de la historia de amor entre una joven indígena y un joven soldado. Enemigos impuestos por la sociedad.




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