Come, perro

III

Luego de un justo y merecido litigio legal por violencia doméstica, se decidió a través de los buenos oficios de Culler y con pruebas contundentes que Samuel pagaría una condena de al menos siete años en la prisión de máxima seguridad del Estado. Vaya usted a saber dónde quedaba, igual no importaba; nadie en su sano juicio querría saber algo del ruin individuo. Mucho menos su esposa y tampoco su hija cuando supiera la clase de persona que era su posible padre. Aunque los infundados temores de Diana se harían realidad cuando supiera que tres prófugos habían escapado de la prisión. Era probable que ya estuvieran en la ciudad. Además, era todavía más probable que la buscaran justo a ella. Se trataba de una realidad de la cual no podía huir.

Compró el periódico y leyó el titular: «escape y asesinato por tres prófugos de la prisión estatal». El corazón le dio un vuelco. De nuevo aquella sensación de temor en sus manos, un leve y casi imperceptible temblor.

— Maldita sea, ahora ¿qué haré? — se decía temerosa.

No obstante, reflexionó ¿por qué tenía miedo si ahora era una mujer diferente? una mujer que no se dejaría amedrentar por un tipo como Samuel. Pensó en la pequeña Ann, que dormía plácidamente en su habitación y supo lo que debía hacer. Se había preparado para tal momento, solo debía esperar. Todo a su momento. Las decisiones, cuando se piensan bien suelen dar los resultados esperados.




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