Oh, madre santa. Cuando lo vi darse la vuelta por completo y alcancé a reconocer su apuesto rostro, un balde de agua helada me cayó encima, dejándome inmóvil.
Era él, el chico que conocí en clase de matemáticas, y por el que prácticamente casi babeé. También le dije que pensaba que era atractivo, y no mentía, solo que no pensé que lo vería de nuevo. Aunque claro, eso no sucedería ya que asistíamos a la misma escuela. Solo no esperaba encontrarme con él tan pronto.
Caquita. Doblemente caquita.
—Oh, si tú eres la que pregunta, entonces sí, soy Eli —me sonrió después de reconocerme. Se acomodó en su asiento para verme mejor, con el rostro alzado—. Pero por ti, puedo ser quien tú quieras, corazón. —agregó con voz seductora, regalándome un guiño coqueto.
La chica a su lado abrió la boca, ofendida por las palabras que me había dirigido. Suelto una risa pequeña al ver su mirada penetrante y aniquiladora puesta sobre mí. Esta misma se le pega a un lado, como si quisiera marcar territorio.
Oh, claro. Tiene novia. Creo que a las chicas del baño se les había escapado darme ese pequeño detalle.
¡Que tonta soy! Por supuesto que él la tendría, estaría de mucha suerte si Eli estuviera soltero, pero ahora que sabía que no estaba disponible, mi plan se vino abajo y ni se había enterado aún.
Veo a Eli removerse inquieto por el contacto de la morena, zafándose de ella de manera delicada.
Bueno, hasta aquí había llegado yo.
—Perdonen si interrumpí algo, claramente estaban... ocupados —hablo con torpeza—. Yo me voy, ¡gracias por su tiempo! Me disculpo de nuevo.
Di media vuelta dejando a ambos con cara de desconcierto sin otorgarles el derecho al habla.
Arranqué a paso veloz hacia la entrada de la escuela, solo que esta no se encontraba tan cercana como quería, menos ahora que estaba huyendo. Parecía que la distancia se había duplicado y yo ya me había cansado.
Evito con todas mis fuerzas voltear hacia atrás y ver al rubio de nuevo. Y así lo hice, manteniéndome con la vista al frente, apretando los puños alrededor de los tirantes de la mochila.
Mis músculos se relajaron cuando llegué a la entrada del instituto, saliendo al fin de ahí. Me sentí más tranquila al estar con todos los demás chicos, esperando a que los recogieran de la escuela mientras algunos se iban porque tenían su propio transporte o pagaban por él.
Yo era de las que se quedaba esperando a que me recogieran, solo que a veces eso podía tardar más de la cuenta. Una vez mi hermana olvidó pasar por mí y tuve que caminar hasta casa ya que no tenía efectivo para irme en el autobús. Algunas otras veces Connor me daba un aventón cuando sabía que nadie vendría por mí o cuando se lo pedía.
Él me lo ofrecía a diario pero me negaba, ¿y por qué? No tenía idea. Bueno, eso es mentira, una vil.
Nunca moría la esperanza en mí de que algún día Samuel se acercara para llevarme a casa en su moto, era algo así como un sueño frustrado al que me negaba dejar ir. He ahí una muy estúpida razón por la cual siempre llegaba tarde a mi hogar.
Tomé asiento en una banca debajo de un árbol y saqué mi móvil para llamarle a Danielle, mi hermana mayor. Me contestó al cuarto timbrazo.
—Hola, mocosa —atiende—. Lo siento, pero hoy no puedo pasar por ti, tengo un proyecto muy importante que hacer.
Suspiro con frustración, llevándome la mano al rostro.
—¿Y por qué no me llamaste antes? Connor pudo llevarme a casa. —rezongo.
—Se me olvidó por completo —se ríe con nerviosismo—. Ve si todavía se encuentra en la escuela, ¡hasta pronto! Tu hermana preferida te manda un besito, chao.
Y cuelga. Así, sin más.
Le dediqué un par de insultos que claramente no iba a escuchar, pero que aun así me habían calmado un poco. Sin muchas ganas me levanto de mi lugar y comienzo a buscar a Connor, para ver si éste todavía se encontraba en la escuela.
Los alumnos ya comenzaban a disminuir ya que la mayoría se estaba yendo ya, pero por más que busqué y rebusqué, mi amigo ya se había ido.
Y si él no estaba, Jules tampoco. Esos solían irse juntos siempre, dejándome en el abandono.
Un quejido sale de lo más profundo de mi ser, y fue tan ruidoso que se alcanzó a escuchar a unos metros más allá. De pronto, escucho a lo lejos como alguien llama mi nombre. Miro de un lado a otro para intentar ver de quién se trataba, pero no podía descifrar de dónde provenía la voz pronunciando mi nombre.
—¡Dawn, espera! —la voz se escucha de nuevo.
Me giro, porque los gritos se oían a mis espaldas, a lo lejos, todavía, haciéndose un poco más audibles con cada segundo que pasaba. Pareciera que el chico que me llamaba venía a paso rápido o corriendo.
¿Podrá ser...?
No. No creo que Eli viniera a buscarme. No tendría sentido alguno que lo hiciera, porque vamos, apenas conocíamos el nombre del otro y no había nada que lo condujera a buscarme.
Por el rabillo del ojo capturé una figura buscando a alguien, tal vez a mí, pero cuando estaba a punto de ver de quién se trataba finalmente, algo me detuvo.
Mejor dicho alguien. Y no cualquiera.
—¡Samuel, hola! —exclamo con entusiasmo. Me doy una cachetada mental por sonar tan torpe y nerviosa. Carraspeo, cambiando mi tono— ¿Todavía sigues aquí? ¡Pero claro que todavía estás aquí! De lo contrario no lo estuvieras.
Bien, Dawn. Vaya manera de avergonzarte sola, que para eso no ocupas la ayuda de nadie. Dame esos cinco, genio.
Siento mi rostro arder cuando él ríe con suavidad, tal vez con ternura al ver el efecto que tenía sobre mí cuando se encontraba al frente mío o solo con el hecho de estar presente a unos cuantos metros.
—Estaba a punto de irme, pero vi que tú todavía estabas aquí, sola —apunta, haciendo énfasis en la última palabra—. No quise irme sin antes saber que tenías a alguien que te llevara a casa o si pasarían a recogerte.