Las últimas dos semanas no pasaron exactamente como planeé o imaginé.
En primera, porque no vi a Eli mucho después de reunirnos la vez pasada en Garden Café y compartir mis habilidades culinarias de besar —cosa que no terminó muy agradable para él, que digamos. Solo lo había visto un par de veces en la escuela, reuniéndonos unas cuantas veces en el almuerzo, pero no más. Llevaba ausente alrededor de dos o tres días en la escuela y nadie sabía por qué.
Hasta había escuchado rumores sobre él, unos en los que lo imaginaban al otro lado del mundo, en camas de millonarias. Otro absurdo rumor fue que él se había ido de intercambio a un internado en Londres porque se había conseguido a una mujer mayor que cubría sus gastos allá. Básicamente, todo terminaba relacionado a mujeres adineradas y mayores.
Si lo veía hoy, tal vez le sacaría la verdad antes de enloquecer con todas las teorías alocadas que se esparcían, una más dramática y surreal que la anterior. Y todo esto gracias a que no se sabía mucho de él y a la gente le gustaba inventar e imaginar cosas sobre Eli.
En segundo fue que, curiosamente, Samuel pasó una vez a mi casa para verme. No supe cuáles fueron sus razones o intenciones, pero sea lo que haya sido, yo me sentí inmensamente feliz porque me seguía buscando, y eso era algo que me emocionaba.
A mamá no le gustaba mucho la idea de un chico visitándome en casa, pero se controlaba un poco gracias a papá.
Sentía que era irreal, porque por años estuve enamorada de él, y ahora estoy saliendo con Samuel de alguna manera.
¡Los milagros sí existen, gente! Pero tampoco es que yo era fea, pero teniendo en cuenta cuan cobarde soy, nunca me hubiera acercado a él si por mi fuera. Al menos la resaca que tuve luego de emborracharme valió la pena después de todo.
Lo malo de todo eso fue que en una ocasión intentó besarme y, oh caquita santa, eso no era algo para lo que yo estuviera preparada mental ni labialmente —si es que esa era una palabra y de no ser así, la acababa de inventar. Muchísimo menos Samuel. No, no, oh no. Eli apenas y soportó mi beso, pero era por razones muy distintas. No sabía si el castaño me hablara más si un contacto entre nuestros labios muy probablemente lo haría salir corriendo en la dirección contraria a mí por siempre.
¿Y si Eli me estaba evitando por aquella razón? No me sorprendería en absoluto. Tal vez tendría que ofrecerle algo mucho mejor que solo amistad, ¿no?
Tendría que pensar en algo.
Y en tercero y último fue que terminé haciendo el ridículo —otra vez— en frente de muchas personas desconocidas.
¿Y esta vez qué fue? Bueno, todo se reduce a algo muy simple y malévolo, que viene en un paquete de dos y tienen esta hambre de hacerme sufrir cada vez que pueden. Sí. Connor y Jules eran sus nombres.
Todo resultó que ayer, después de clases fuimos al centro comercial, solo porque sí. Ninguno de los tres quería llegar a nuestras casas, así que decidimos dar un paseo ahí porque, ¿por qué no? Todo fue divertido dentro de los primeros veinticinco minutos.
Dentro de ese tiempo estimado me había comprado un lindo labial de color rojo en una de los puestos donde vendían maquillaje y accesorios. Después de eso, decidimos comprar algo de comer, los tres eligiendo una hamburguesa en un puesto de comida rápida.
Nos sentamos en una mesa y decidí colorearme los labios con mi nuevo labial porque el tono era hermoso, pero nunca nada podía marchar bien cuando de mí se trataba.
Al siguiente segundo vi cómo un grupo de payasos venía corriendo en mi dirección, justo a mí. Sus carcajadas me desconcentraron y provocaron que moviera mi mano del susto, haciéndome un rayón rojo en la cara.
Y para no hacer el cuento más largo, lo reduciré a esto: Dawn viéndose como la hija perdida del guasón con el labial corrido, con la hamburguesa y las papas fritas en las manos a medio comer mientras gritaba a todo pulmón y corría a toda velocidad como si su vida dependiera de ella.
Porque sí, lo hacía. Les tenía un miedo grande a los payasos.
Terminé nadando en una fuente.
Jules y Connor no hicieron nada más que reír y filmar mi desgracia... video que terminó colgado en YouTube. No quería ver cuántas vistas llevaba hasta ahora; no estaba preparada para verme viralizada y con la dignidad por los suelos.
—Vamos, Dawn. Quita esa cara de amargada —Connor me pellizcó la mejilla—. Solo veinte mil personas han visto el video, nada serio. —se burló.
Me detuve en seco.
—Vaya, eso realmente me hace sentir mucho mejor ahora, elote. Muchas gracias. —digo sarcástica. Entonces Jules me empujó a un lado.
—¿De verdad? ¡Déjame ver eso, hombre! —Le arrebató el teléfono de las manos al rubio— ¿Cuándo llegó a los veinte mil? Eso es genial, Connor. —emocionados, ambos chocaron puños.
—¡Hoy a las diez de la mañana! Y tengo cien suscriptores nuevos. Debemos subir más videos de Dawn a internet.
Carraspeé, llamando su atención.
—Estoy justo aquí, por si no lo recuerdan. —dije, acaparando su atención de nuevo y haciendo que ambos saltaran de la sorpresa.
Jules se aclaró la garganta. —Lo siento, Dawn... eso apesta. —fingió remordimiento la morena.
—En verdad no porque nos haremos famosos, Jules. Piensa, querida...
—¡Idiota, sígueme la corriente! —le gritó en un susurro, dándole un empujón al brazo.
—Oh, este —Connor se recompuso, fingiendo una cara de aflicción—. Qué mal que seas viral, Dawn. —y después se volteó a con Jules y le guiñó un ojo, alzando un pulgar.
Jules negó varias veces, tapándose el rostro mientras se lamentaba.
—Serán un par de idiotas. Ya no finjan remordimiento. Pero si comienzan a ganar dinero a mi costa, quiero un porcentaje de las ganancias.
Ambos se miraron entre sí, cambiando por completo sus expresiones. Una sonrisa malévola se formó en sus labios antes de posar su mirada en mí de nuevo.