Cómo aprender a besar con Eli Brown

8 | ¡Escúchame!

Al llegar a casa, con el ánimo por los suelos y con los sentimientos un poco mallugados, aviento mis cosas al piso.

Dándole mil vueltas a lo que acababa de suceder con el idiota de Eli, me eché en el sofá, con mis extremidades desparramadas. Revivo la experiencia una y otra vez tratando de encontrar alguna posible razón que justificara lo que me había hecho, que básicamente era el rechazo.

¿Y si estaba teniendo un mal día? No lo sabía, pero era posible. ¿Y si llevaba prisa para atender mi llamada? No se veía apresurado, sino que caminaba relajado.

Me hice más preguntas, pero una parte de mí me gritaba a todo pulmón que no valía la pena estarle suplicando a personas que no deseaban de tu compañía, aún cuando no éramos amigos... todavía.

Pero la cosa que me molestaba era que él y yo habíamos llegado a un acuerdo.

Y luego estaba esta parte molesta de mi persona en que me insistía en no juzgar las acciones de los demás sin saber la razón por lo cual hicieron.

Sí, estaba en un dilema enorme.

—¿Qué pasa, osito? —escuché a mi papá preguntarme, alzando mis piernas y sentándose en donde estaban antes, para después reposarlas en su regazo.

Di un suspiro pesado, tapando con mi antebrazo mis ojos.

—Es solo que me encuentro en un pequeño dilema...—contesté con la voz apagada.

—Dime qué pasó. Tal vez pueda ayudarte. —ofreció.

Me la pensé unos segundos. Después asentí.

—Conocí a este chico...—comencé— su nombre es Eli. Nos conocimos porque quería que me enseñara a bes... ¡matemáticas! —me corregí de inmediato. Si una cosa no podían saber del porqué decidí buscar a Eli, era aquello— Llevamos matemáticas juntos y me estaba ayudando con, eh, unos temas que no entendía.

Tragué duro, quitándome el brazo de los ojos para ver la reacción de mi papá. Expulsé con disimulo el aire que contenía en mis pulmones puesto que la verdad a medias me había salido bien.

¡Dame esos cinco, Dawn!

Y digo verdad a medias porque no era mentira, duh. En realidad sí me había explicado algunos temas que no entendía. El problema era que seguía siendo una papa para matemáticas pero al menos Eli dio su mejor esfuerzo.

—El punto es que estuvo ausente en la escuela un par de días, y hoy no tuve oportunidad de verlo hasta cuando salí del instituto. No me había contestado mis mensajes, así que cuando lo vi, llamé su nombre pero no me contestó —continué—. Le hice una llamada cuando realicé que no me escuchaba por la distancia, pero vi que la rechazó, frente a mis narices.

Papá se talló la barba rojiza. —¿Te has puesto a pensar en que tal vez tuvo un mal día o que estaba muy ocupado para poder responderte la llamada? —preguntó con delicadeza.

Sí, esa parte la heredé de mi padre.

—¡Que se joda! —Exclamó mi madre— No vale la pena desperdiciar tiempo en personas que claramente no quieren pasar tiempo contigo.

Y ahí estaba la herencia de mi madre.

—¿Cuánto tiempo has estado ahí, ma?

—Lo suficiente para saber que ya no debes hablarle a ese patán.

Me reí, ahora más animada. Aun cuando a mamá se le escapaba una que otra palabrota, su manera de decirlas era siempre cómica de escuchar. ¿La razón? Era latina.

—Concuerdo con mamá, Dawn. ¡Que se vaya al infierno! —ahora fue el turno de Danielle. Sí, ella había sacado el carácter de mamá, mientras que yo era una combinación muy extraña de ambos padres.

—¿Es que acaso ustedes no saben lo que es la privacidad? —pregunté, exasperada.

Mamá y Danielle se miraron entre sí, ante de posar su mirada sobre mí.

—¿Qué es eso? —preguntaron al unísono.

Rodé los ojos con diversión. Al menos ya no estaba triste.

Los problemas en esta casa eran de todos. Nadie nunca en mi pequeña y humilde familia podía guardarse una conversación privada o abstenerse de escuchar una. Incluyéndome.

Y aunque todos usualmente piensen que mamá o Danielle son las primeras en abrir la boca, hasta incluso yo, estaban equivocados. Papá realmente no sabía cómo guardar un secreto. Incluso era divertido observarlo remolinearse de la desesperación guardando uno.

Lo máximo que ha durado sin abrir la boca han sido, sin mentir, cuarenta minutos. Eso cuando hay personas en casa, pero cuando no hay nadie más que él, tarda un poco más antes de tomar el teléfono y llamar a mamá. Ella era siempre su primera opción a menos que sea ella la que le pidió que guardara el secreto.

Así que si en verdad quería guardar un secreto, la solución era no decirle a ninguno de los Bardot.

—Bueno, cariño. Ahora que sabes qué debes hacer, vamos a comer, que la comida ya está lista.

Después de esa pequeña charla, todos hicimos lo que mamá nos pidió.

Estuve jugando un rato con la comida en mi plato, escuchando hablar a los demás, contando cómo fue su día. Salté mi turno ya que ellos ya sabían cómo había ido el mío.

No tenía tanta hambre, así que me excusé y subí a mi habitación.

Justo cuando me acosté en el colchón de la cama, fue cuando recibí una llamada entrante a mi teléfono. Abrí los ojos de par en par.

¿Eli?

Me desinflé al ver que era Samuel quien llamaba. La repentina decepción que había sentido se borró por pequeñas mariposas en mi estómago, solo que no como lo era siempre. Me dio gusto saber que Samuel me procuraba, pero hoy no estaba del mejor humor posible. Todavía quedaban rastros de tristeza y decepción por lo que había pasado con el rubio.

Pero de todas maneras, contesté.

La conversación no fue muy emocionante que digamos, o al menos no se sentía de esa manera. Percaté que me había llamado ya que al parecer, no tenía nada más que hacer.

Me dijo que había estado pensando en mí, pero no estaba concentrada.

Entonces, le pregunté por qué un hombre podría rechazar o evitar una chica.

—¿A qué viene esa pregunta, linda? —escuché su voz desconcertada.



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En el texto hay: besos, aprendiendo a besar, panque

Editado: 23.08.2021

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