Le doy un sorbo al popote de mi jugo de naranja, observando como Eli conversaba con una chica, o más bien, como coqueteaba con ella.
Es una chica a la que ni siquiera le conozco el nombre, pero ahí estaba, sentada en frente de él en la mesa del café, con una sonrisa coqueta, jugando con un mechón de su cabello y riéndose cada quince segundos por algo que él decía.
¿Acaso contará chistes?
Sacudo mi cabeza, sacándome la idea de Eli contando un chiste sabiendo lo serio que era. Bueno, tal vez ajustaba su personalidad cuando estaba en una cita para no parecer tan aburrido.
Los miraba con tanta fijeza que al parecer la chica sintió que alguien los miraba y terminó atrapándome viéndolos con descaro, causando que me sobresaltara y me escondiera el rostro con mi cabello. Cosa que no ayudaba mucho a mezclarme con las demás personas del lugar ya que el color de este no era muy sutil que digamos.
Pretendo unos minutos que juego y reviso mi teléfono, respondiendo un mensaje de texto que me había llegado del rubio.
"No seas tan sutil, rojita, que no nos damos cuenta que nos observas..."
Ruedo los ojos, no apreciando su sarcasmo. Volteo mi rostro en su dirección, para encontrarme que su mirada se posó sobre mi unos segundos antes de volverla a su cita y jalar la comisura de sus labios en una sonrisa ladina y burlona.
Porque sí, se reía de mi inexistente sutileza.
La razón por la cual me encontraba aquí era simple: Eli me estaba entrenando para observar el lenguaje corporal de las personas y algunas cosas más que debo aprender a notar en citas románticas.
Dijo que empezaríamos con lo básico, desde cero, pero nunca imaginé que se refiriera a aprender hasta esto.
¿Tan perdida estaba en todo esto como para que me lo enseñara? No creo. Estaba muy segura que lo hacía para evadir besarme. Sí, eso era lo lógico.
Tampoco podía quejarme, en realidad, lo comprendía. Yo tampoco quisiera besarme, aunque eso sería un poco raro, ¿no?
Admito que es divertido estar de incógnita, como si fuera una espía. Era emocionante mantener mi distancia, observar y analizar la naturaleza de una cita.
Tenía anotado en un pedazo de papel unos puntos que Eli había escrito para mí; cosas las cuales debía tener en cuenta.
Número uno: Conversación ligera y divertida, cosa que conlleva al siguiente punto.
Número dos: Confianza y comodidad, asegurarse que tu cita se sienta en confianza y lo suficientemente cómoda como para querer seguir avanzando.
Número tres: Lenguaje corporal, saber cuando están coqueteando contigo.
Número cuatro: Pistas y provocación, hacerle saber a tu cita que en cualquier momento saltarás a robarle un beso... y tal vez más que eso, provocándole con caricias o roces.
Número cinco: Recopilación y sello, besar a tu pareja si estás con la certeza que su lenguaje corporal es favorable, si reía mientras charlaban y se veía relajada y en confianza. Y lo último pero no menos importante, saber si entendió las pistas que fuiste dejando durante la cita, advirtiéndole que después sellarías tus labios con tu pareja en un caliente beso.
Eli había dejado en claro que antes de lanzarte a besar a quien te gusta, debía asegurarme que él también quisiera besarme de vuelta, sino por el contrario, terminaría en un momento incómodo, con la vergüenza llenando cada parte de tu cuerpo y con tu ego y dignidad pisoteados.
Y pensándolo bien, tenía más lógica que cualquier otra cosa. Este chico parecía tener una maestría en todo esto de citas, besos y no quisiera saber en qué más.
¿En dónde caquitas lo habrá aprendido? Hasta donde sabía, era hijo único y amigos no tenía como para haber aprendido con ellos.
En un descuido, queriendo tomar otro trago de jugo mientras observaba a la pareja desde la distancia, el vaso se me resbala de la mano al no sostenerlo bien y termina derramándose sobre la mesa y parte de mis pantalones.
—¡Caquita! —Exclamé al sentir el líquido helado mojando mi ropa— ¡Caquita cacosa! —grité, levantándome del asiento.
Tomo un puñado de servilletas e intento secarme la ropa un poco, notando segundos después que reinaba el silencio.
Alzo la mirada, encontrando que todos me veían por haber causado un escándalo. Me río con nerviosismo, volteando a todos lados, viendo expresiones serias, otras desconcertadas, algunas curiosas, pero la mayoría burlescas.
—Eh... ¿lo siento? —Me disculpé, en voz alta— ¡Sigan con lo suyo! ¡Ya me voy! —Tomé mis cosas apurada— ¡Hasta luego, los quiero!
Aprieto mis ojos, reprendiéndome mentalmente. Si la primera vez que grité mis maldiciones no se burlaron, definitivamente lo hicieron al escuchar cómo repartía amor a unos extraños.
¡Rayos, Dawn! ¿Justo ahora tenías que decir algo vergonzoso?
De entre todas las risas, capto por el rabillo del ojo a Eli cubriéndose la boca con la mano, claramente ocultando la sonrisa que notaba en sus ojos.
Decidí salirme de ahí a paso apresurado, pero como a Dawn nada le podía salir bien y amaba hacer el ridículo, tuve que resbalarme con el jugo que había caído en el piso y terminé golpeándome el trasero, cayendo sobre mi espalda y con una muy buena vista al techo.
Diosa de las caquitas supremas, ¿cuánto costará un ataúd? Espero conseguir uno barato.
Sentí como el rostro se me calentaba, escuchando a todos burlarse. No los culpo. También me reiría si no fuera yo la que estuviera en esta situación.
—¿No piensas levantarte? —escucho como me pregunta Eli, pasando sus brazos por debajo de mi espalda e impulsándome hacia arriba, colocándome de pie.
—El suelo parecía querer un abrazo...
—Bueno, puedes dárselo luego, nena —dice, acomodando mi cabello—. ¿Estás bien?
Lo miro a los ojos, viendo la sorna en ellos mezclado con un poco de preocupación. Asiento un par de veces.