Decir que estoy viva es algo grande y milagroso porque... lo es.
Gracias al cielo, Danielle no me echó de cabeza, pero su alma oscura me susurraba cada noche que en un arranque de descontrol se le saldría algo sobre mi experiencia encerrada en una celda dentro de la estación de policías junto a un chico que no conocía nadie más que yo. Y solo pasará eso cuando no le pague lo que le debo.
Que ahora lo pienso, creo ya lo había pagado todo y hasta un poco más.
Me dirijo a su cuarto, abriendo la puerta de un golpe, con las piernas separadas, mi brazo izquierdo empuñado y con el otro apuntándola de manera acosadora. Le reclamé que había descubierto su mentira y ella solo sonrió, empujándome un lado y huyendo.
—¡Engendro del mal! —Le grité mientras la perseguía por la casa y veía su sonrisa maliciosa— ¡Ven acá para enseñarte lo que pueden hacer estos puños! —alzo mis brazos, empuñando mis manos, trotando para alcanzarla.
—Dawn, tus puños causan tanto daño como una bola de algodón siendo usada como arma, debilucha. —dice, parándose de repente y dándome la cara.
Yo me detengo frente a ella con los puños en el aire todavía, con la guardia arriba sabiendo que en cualquier momento ella podía atacar también. Danielle no se iba sin pelear.
—¿De verdad? ¿Quieres que te compruebe qué tan delicados se sienten mis puños en tu rostro, abusadora? —alcé mi brazo derecho, que era el bueno, y tomé impulso para preparar mi próximo golpe en su feo rostro.
Bueno, al menos a mí sí me lo parecía. Feo, pálido y siniestro.
Era mi hermana, no podía catalogarla con algo más elogiante que aquello.
—Oh, Dawn, dame tu mejor tiro... si es que puedes, pequeño moco apestoso.
Entonces ella también adquirió una pose que decía "espero tu ataque, lista para darte uno más potente, inútil". Y para ser sincera, eso fue mucho más gracioso que las veces anteriores.
Intenté contener una carcajada en mi garganta por lo ridículo que se veía Danielle, pero al fallar, eso causó que ella bajara un poco la guardia.
—Esto es por hacerme pagarte dinero demás cuando ya había pagado mi deuda.
Un segundo después fue cuando me abalancé contra ella con todo lo que tenía, con un grito de guerrera saliendo desde lo más profundo de mí y dando un brinco para hacer el impacto más intenso.
Claro estaba que esto se veía muchísimo más genial en mi cabeza que a si alguien más lo viera en vivo, pero justo ahora me creía la mismísima Kim Possible[1].
Todo sucedió como si estuviera en una escena de cámara lenta, con mi cabello alborotado, mi cuerpo aterrizando lentamente al suelo, mi brazo listo para darle su merecido a Danielle y mi grito mucho más genial que el extraordinario Tarzán[2].
Y entonces pasó: yo al fin dando mi golpe, mis pies tocando el suelo, pero mi grito cambiando su tono y convirtiéndose en uno de dolor cuando mi puño impactó contra no más ni menos que la pared causando un golpe seco que resonó por toda a casa.
Así de duro había sido el impacto.
Sí, la estúpida de mi hermana había esquivado el golpe a tiempo, no permitiéndome llevarme la victoria entre mis manos. Comencé a dar pequeños saltos en mi lugar mientras escuchaba la risa de Danielle de fondo, disfrutando de mi sufrimiento.
—¡Santísima madre de todas las benditas caquitas! —Chillé, brincando en mi lugar— ¡Tonta, se suponía que debías dejar que te golpeara! —Reclamo en medio de una queja de dolor, mi voz sonando más aguda de lo habitual.
Un pequeño grito se me escapa cuando por ser estúpidamente curiosa, toco la superficie de mis nudillos rojos, algunos con una pequeña herida. El lado positivo es que no había sangrado, pero lo que me salvaría de mamá sería que no había dejado una marca en la pared —como otras veces había dejado mientras hacía de las mías.
—Serás bruta, Dawn. —Danielle se dobló en dos, sosteniendo su vientre mientras reía descontroladamente.
Unos minutos después, cuando al fin se tranquilizó, decidió llevarme al baño para curar mis heridas, como siempre hacía.
—No creas que por curarme te librarás de mis golpes, eh. —alcé mis cejas en advertencia, apuntándole con mi dedo índice.
Ella simplemente rodó los ojos con una sonrisa burlona en su rostro. Tomó un pedacito de algodón y lo mojó ligeramente con alcohol, pasándolo por mis nudillos, desinfectándolos para después colocar una pomada sobre ellos.
—Ya quedaste —dijo ella mientras guardaba todo en el estuche de primeros auxilios—. Pero ni te atrevas a querer golpearme, que alguien vendrá a enterarse de lo que pasó. —me regaló una sonrisa maliciosa.
—Oh, ¿me acabas de amenazar, pequeña hija de la caquita?
Por supuesto que lo acaba de hacer y eso lo comprobé cuando alzó sus manos, como si no supiera de lo que hablaba. Si hay algo que no tolero, son las amenazas. Reto tomado, Danielle.
Cruzo los brazos, adoptando una postura más confiada e intimidante —según yo. Si nos poníamos competitivas, no tenía las de perder.
—Oh, ¿de verdad? —Alcé una ceja, estirando mis comisuras— No creo que a mamá le gustaría enterarse que alguien estuvo trayendo a su novio a escondidas a la casa mientras ella estuvo de visita con su familia... o que todavía sigue trayéndolo por las noches cada miércoles.
Me quedé observándola unos momentos con inocencia, revoloteando mis pestañas y sonriendo con extrema felicidad.
Oh sí, Danielle, ¡toma esa! Con Dawn nadie se mete.
Bueno, en realidad sí, pero eso no importaba ahora.
Mi hermana solamente apretó sus labios en una fina línea y cerró los ojos, echando un suspiro largo en extremo, rendida y sorprendida a la vez. Cuando los abrió, me miró de nuevo a los ojos, achicando los de ella, perspicaz.
—No te atreverías...
—Oh, por supuesto que no, ¿verdad? —me incliné hacia ella— ¿O sí?
En eso, ambas escuchamos cómo mamá subía las escaleras y las dos volteamos a vernos, retándonos. Y como si nos hubiéramos sincronizado, salimos disparadas hacia afuera, en busca de nuestra querida madre, quien llevaba en sus manos una cesta de ropa limpia.